El Gato y La Caja https://pabgon18.dream.press Ciencia en lugares Tue, 20 Feb 2024 12:19:12 +0000 en-US hourly 1 Gato: la historia completa, incompleta https://elgatoylacaja.com/historia-incompleta https://elgatoylacaja.com/historia-incompleta#respond Mon, 19 Feb 2024 14:39:22 +0000 https://elgatoylacaja.com/?p=32401

Todas las historias son falsas. O, por lo menos, incompletas. No es una cuestión de intención, sino una imposibilidad fundamental. Intentar pasar el universo por el ojo de una aguja y comprimirlo en la linealidad de un relato implica siempre sacrificar algo en el proceso. Y aún así, vale la pena. El acto de narrar agrega un valor del que los hechos carecen. Construye un sentido que el Universo así, a secas, no tiene. Contar la propia historia, aún a riesgo de que falten piezas, es reafirmar la existencia. Maullar para que se sepa que estamos vivos.

Según nuestro registro histórico, en 2014, nacimos, nació tal cosa como la entidad ‘El Gato y La Caja’. Como todo organismo primitivo, se orientaba a fuerza de olfato: quimiotaxis básica, esa habilidad que usan las bacterias para orientarse en dirección al alimento (ah, cómo nos gustaba explicar todo con metáforas biológicas). Tuvimos, ya entonces, la intuición fundamental de entender la ciencia y el diseño no como áreas sino como perspectivas, herramientas, sentidos a través de los cuales aprender de y responder al entorno. 

—Miremos el mundo con maravilla, a través de una perspectiva científica, pero sin perder la magia, sino todo lo contrario. Entendamos también los límites de esa perspectiva a la hora de darle forma al mundo. ‘Una idea que no se embarra las patas duerme tan tranquila que corre el riesgo de volverse inerte, irrelevante, intrascendente’.

La intuición era buena, pero había que comunicarla. 

—Se tiene que poder comunicar de otra manera, pensamos. Una manera propia, desenfadada, apasionada, atrevida (a veces acertada, a veces solamente atrevida). 

Y sí, se podía. Aquella voluntad —y aquella inocencia— se insertó en un momento de escalada tecnológica, una completa transformación en la forma en la que podía distribuirse la información: florecían Twitter, Facebook, YouTube y WordPress. (Instagram apenas existía, tenía un puñado de filtros y era una red social de subir fotos).

Hagamos videos de YouTube —dijimos—. ¿Qué tan difícil puede ser? 

Escribimos cuatro guiones, filmamos tres. Editamos dos. Postprodujimos uno. Publicamos cero. Qué difícil el mundo real. Qué distancia entre idea y proyecto. Se posterga YouTube hasta nuevo aviso

Decidimos empezar por lo mínimo: Twitter, Facebook, una web propia. Nos enfrentamos, entonces, al dilema del “contenido”. Hablar, sí, pero de qué. 

—Podemos hacer posteos sobre cómo caen las tostadas, sobre la crisis climática, sobre por qué el porro da hambre, sobre la matemática de armar un equipo de fútbol. Podemos visualizar cómo Messi le pega a una pelota y por qué dobla. Podemos, también, argumentar que la idea de que ‘la vida empieza desde la concepción’ asume un esencialismo que implica imponer una forma particular de ver el mundo, o que la política prohibicionista de drogas no se basa en el bienestar sino en una arquitectura opresiva, xenófoba, de perpetuación del poder de los Estados Unidos en el mundo. Le mechamos en el medio alguna nota sobre perritos y otra sobre por qué nos gusta la música, así no es todo tan intenso y político.

—Perfecto. 

Así fue cómo transcurrió nuestro primer año. Génesis, prehistoria, primeros pasos. Comunicar era tan divertido como difícil, pero aprendimos a estar en paz con lo subóptimo. Con los pedacitos de realidad que se nos cayeran del plato. Con la laxitud que un lenguaje no académico requiere y con el costo de esa laxitud. Con el reduccionismo obligado del tuit.

—Ya seremos mejores. Ahora mismo no importa si el gato está vivo o muerto, lo que importa es saber armar la caja.

Qué locura cómo funcionó esa intuición. Inevitable preguntarse cuán lejos podíamos llegar con la cabeza en el universo, la curiosidad en el corazón y los pies sobre la evidencia. 

—¡Diseñemos  escritorios de pie! La evidencia indica que los escritorios de pie son benefic…

—¿Vos sabés lo difícil que es diseñar un escritorio?  

—Ok, concentrémonos en entender y narrar el universo. 

El tema es que el universo es grande: íbamos a necesitar más gente. Gente que supiera mucho, y de cosas distintas. 

Nuestro objetivo será conectarlas con la mayor cantidad de personas posible. Vamos a renegar de la idea de divulgación porque el objetivo no es cantar la posta sino empezar conversaciones. La puerta abierta para quienes vengan del mundo académico y sientan la misma necesidad de salir de la mesada del laboratorio. También tenemos que empezar nosotros a tocar puertas. Donde nos reciban, iremos. 

Idea peregrina, idea peligrosa: en dos años, pisamos decenas de ciudades, recorrimos el país. Auditorios grandes, medianos, chicos. Aulas magnas con centenas de personas, oficinas de rectores, intendencias, laboratorios, teatros, ministerios, bares. ¿No quieren venir a la radio a hablar de Gato? Sí, claro. Dos años de columna de radio. Más ciencia en más lugares para más personas.

Adquirimos la gimnasia permanente de tratar de convertir lo que tenés para decir en algo que conecte con un otro, pero que además lo haga en sus propios términos. El necesario motor de la desfachatez, de tener el tupé para ejercer el oficio que aún no adquiriste,  porque oficio es técnica, tradición, hacer las cosas bien, y andá a saber cómo es hacer Gato bien, porque antes de bueno es nuevo, y andá a saber cómo se hace bien algo nuevo.

Iba a llevar tiempo. Mucho tiempo. Más del que nuestros trabajos nos habilitaban.

Si queremos que esto ande a largo plazo vamos a necesitar monetizarlo. ¿Y si hacemos un libro? Algo que recopile todo el material digital que ya creamos, pero que no paga el supermercado. ¿Y si lo hacemos por crowdfunding?

La excusa para vender un libro no fue vender un libro, sino compartir un sueño: que Gato sea profesional. Para eso, le pedimos a quienes nos leían que nos compraran libros, tazas y pósters. Hasta la cena decidimos hacerles si bancaban la movida. 

989 personas dijeron que sí. Descubrimos que había respuesta del otro lado, voluntad de bancar y de construir. Descubrimos lo difícil que es hacer pizzas para decenas de personas. Descubrimos también la cantidad de plata que necesitás para entrar a imprenta, cuántas cajas son 3000 libros, cuánto pesa cada una, lo difícil que es subirlas por ascensor a nuestros departamentos y la cantidad de tiempo que insume sacar cientos de envíos para todo el mundo. Y, de paso, descubrimos la noción de comunidad y la responsabilidad que eso implica. 

Parece que hay un grupo no menor de personas que si proponemos alguna, invitamos a hacer algo o pedimos sumarse a una movida, nos dicen que sí. Objetivo:  tratar siempre de superar un poquito las expectativas de esas personas, o por lo menos intentarlo al límite de nuestras posibilidades.

Todo muy lindo, pero —giro en la trama— nuestras propuestas no iban a ser las únicas que estuvieran sobre la mesa:

—Che, me encanta Gato. Estoy armando mi proyecto y me gustaría que se sienta un poco como se siente Gato. ¿Ustedes hacen esto pero para afuera? 

Nos miramos entre nosotros. ¿Hacemos esto para afuera? 

—Sueño con que exista un ecosistema de compañías científicas que trabajen como enjambre para transformar la matriz productiva, aprovechando el diferencial de talento en ciencia que tiene Argentina. Quiero estructurar los procesos internos, contar la primera proto historia, alinearnos con el equipo. ¿Pueden ayudarme a darle forma?

La propuesta nos puso frente a una de las primeras grandes decisiones trascendentales: ¿queríamos ser un proyecto hermético, girando para siempre sobre su propio eje, gritándole al cielo, o queríamos empezar a construir lazos? La respuesta era menos evidente de lo que parecía. En este caso, nos lo estaba pidiendo gente con buenas intenciones, con proyectos de impacto positivo y, para colmo, traían plata. Más plata es más Gato. Decidimos hacerlo una vez y ver si lo repetíamos.

Lo repetimos. A veces, el problema es que las cosas funcionen. 

—Bien, pero entonces necesitamos ser mejores. Más profesionales, más enfocados, con menos distracciones. Además de entender cómo se distorsiona la luz cerca de un agujero negro, vamos a necesitar aprender a hacer un flujo de caja, a lidiar con AFIP y por sobre todas las cosas, cómo armar un equipo dedicado

Tú saltas, yo salto.  

No importa cuánto describas la maravilla del universo, la realidad política parece impermeable a la evidencia. Hora de pasar a la ofensiva. 

¿Por qué no usaríamos la ciencia como herramienta de construcción de sociedades más libres, más bellas, más justas? ¿Cómo puede ser que haya políticas públicas tan contrarias a la evidencia disponible? ¿Cómo que la política de drogas no está hecha para minimizar las repercusiones negativas del uso de sustancias sino para mantener un sistema internacional de poder y plata? ¿Cómo hacemos para que se note?

—Vamos a hacer un libro sobre drogas. Le vamos a poner “Un Libro Sobre Drogas” grande en la tapa, así cualquiera que lo lea en el bondi avisa en voz alta que está leyendo un libro sobre drogas. Lo vamos a hacer con un montón de personas que saben un montón, personas que conocimos de gira. No ese de gira. ‘De gira’ de viajar por todo el país. Cuando lo tengamos listo, lo vamos a subir completo y gratis a internet, para que llegue a todos lados.

Dicho de otro modo, decidimos usar las habilidades que teníamos —la investigación, la comunicación y el diseño— para intervenir en la conversación política desde una perspectiva científica. No de ciencias exactas, sino de ciencia en extenso. Es decir, procesos y mecanismos de la ciencia, del pensamiento crítico, usando datos como cimiento y el método científico como acuerdo mínimo. No discutamos algo que podemos medir. Elaboremos a partir de esa data, nunca sin o contra ella. Porque ni siquiera es la política de drogas, son todas las políticas, el discurso en general. La pelea última es epistémica. Que se use ciencia para legislar lo compartido, no solamente ciencia, ciencia también, y nunca de espaldas. 

—Si esto sigue así, vamos directo a una sociedad donde la verdad no importe y nos orienten solamente narrativas extremas, tribales, que crean sus propias versiones de lo real.

—Lo que sería muy muy divertido es hacer alguna movida que le avise a la comunidad política que somos un montón queriendo esto.

—¿Y si por cada 10 libros de posverdad que vendamos le mandamos uno a un diputado o diputada? Imaginate poder elegirlo: este va para Lilita. Este otro, para Del Pla, para Esteban Bullrich. En el caso extremísimo que llenemos Diputados, expandimos al Senado, así le llevamos uno a Pino.

Escena: Congreso, año 2018. Un senador pregunta a su equipo de asesores: ¿Qué es El Gato y La Caja y por qué estoy recibiendo a esta gente en mi despacho?

Recapitulando: teníamos tres Anuarios y tres libros: uno de ciencia ficción, uno sobre drogas y uno sobre posverdad. Qué intenso, qué político todo. Queríamos más libros, pero ampliando la mirada. Decidimos contar también historias: reales, para no dejar de maravillarnos nunca con el mundo, y profundizar en ciencia ficción, para no dejar nunca de jugar con él. ¿Cuán mal nos podía ir?

Para nada mal. Propusimos y de nuevo la comunidad estuvo. La comunidad siempre está.

—¿Y si ponemos un sistema de suscripciones? Un botón de Bancar: así, quien valore lo que hacemos nos puede dar plata para que lo podamos seguir haciendo, para que podamos hacer más. Más Bancantes es más plata, más plata es más Gato. Es jugarnos a alquilar una oficina y dejar definitivamente nuestros trabajos, buscar otros proyectos que estén en la misma y compartir ese espacio. 

Dolor de crecimiento, consolidación. Hay que confiar en el proceso. Entre Libros y Bancantes los números daban. No eran espectaculares, pero cobraba todo el mundo y se cubrían los alquileres y el super. 

Escena: aparecen en la oficina dos primos del conurbano que nos explican con choricitos de plastilina cómo piensan reimaginar la forma en la que crecemos células vivas con el objetivo de democratizar la biotecnología.  

—Es bastante técnico pero es tan lindo: nos inspiran las levaduras, las hormigas y las nubes de Júpiter y queremos que todo eso se refleje en la identidad de la empresa. ¿Ustedes hacen esto?

Por las barbas de Schrödinger, nunca supimos decirle que no a estas cosas. 

Al mismo tiempo, descubrimos que podíamos usar internet como laboratorio y correr experimentos. Publicamos papers.

Escena: Reviewer 2 pregunta “¿Qué es El Gato y La Caja y por qué uno de los autores tiene filiación ahí?”. 

Le respondemos que es nuestro espacio de hacer ciencia en primera persona, que diseñamos experimentos en equipo con académicos y académicas, recogemos enorme cantidad y calidad de datos, los analizamos, respondemos preguntas, las  compartimos con la comunidad científica en papers y con la comunidad que participó, en un formato que llamamos Diarios de investigación.

La ciencia no será suficiente, pero vaya que es necesaria. 

—Che, esto se empieza a acelerar.

De pronto teníamos más libros, más Bancantes, más equipo, más proyectos. Nos escribían librerías de afuera —Guatemala, Perú, Chile, Uruguay— para hacernos pedidos. Nos escribían para hablar de drogas con cuadros técnicos gubernamentales. Nos escribían investigadoras para diseñar y correr experimentos. 

—Claro que estamos en la Feria del Libro, pero si no podés comprar, los libros están todos subidos completos a la web: libres para todes, gratis para siempre.

Se hizo evidente que necesitábamos una oficina más grande. Nos mudamos. De pronto, pudimos convivir con más proyectos que estaban en la misma: el estudio de diseño que hizo BAAC, ULSD y Anuario II, la misma incubadora de startups con la que antes habíamos trabajado y muchos de sus equipos en desarrollo. Todo encaminado. Nada podía salir mal, salvo que ocurriera un evento catastrófico mundial

—DALE. ¿EN SERIO ME ESTÁS DICIENDO? ¿UN VIRUS DE MURCIÉLAGO?

Instrucciones para sobrevivir a una pandemia. Paso 1: armar una lista de costos fijos, ver hasta cuándo nos alcanza la plata. Paso 2: entender qué tenemos para decir y para hacer, como proyecto, en una situación de estas características. 

Vamos a empezar un podcast diario para entender y atravesar esto con información de calidad, sin desesperar. ¿Tenemos idea de cómo se hace un podcast? Para nada, pero conocemos equipos que sí, y tampoco es que nos haya detenido antes hacer algo que no habíamos hecho nunca.

Reorganizamos todo el equipo y ya no hubo más comunicación, investigación y diseño. Más bien hubo algo así como comunicacioninvestigaciónydiseño. Todo junto y al mismo tiempo. Porque ninguna por separado podía responder las preguntas que la pandemia convirtió en urgentes. ¿Cómo la está pasando toda esta gente encerrada? ¿Cómo funciona nuestra mente en estos contextos? ¿Nos estamos drogando más, menos, peor, mejor? ¿Podemos correr experimentos para entender los efectos de la pandemia en la salud mental? Claro que podemos

—¿Pueden venir a las 7 al Ministerio de Salud? Es para grabar el informe diario del Ministerio, queremos que Gato participe. 

—Claro… ¿Qué? 

Pasa, todo pasa. Y esto también pasó.  La nueva normalidad trajo más de nuevo que de normalidad, pero ahora sabíamos hacer podcasts y streams. Y todo sin descuidar lo editorial:

—Quiero darle forma de libro a 10 años de investigación de la conciencia

Re.

—Estamos armando un think tank, queremos que sea el lugar donde pensamos políticas públicas de desarrollo nacional basadas en evidencia, respetuosas del ambiente, que trasciendan gobiernos. Queremos comunicar todo eso de manera clara, encontrar la forma en la que vamos a hablar para afuera. ¿Ustedes hacen esto? 

—Pero por supuesto que hacemos eso.

Terminamos la pandemia con casi 2000 Bancantes. Un montón. Nos seguían pidiendo libros, cada vez de más lejos, y nos volvían a pedir quienes nos pidieron antes. Estábamos, tal como nos lo propusimos, llegando a más lugares, para más personas. Y todo lo que hacíamos estaba —todavía está— accesible y para compartir, vivo y creciendo en internet, sin barreras, sin avisos. Empezamos a pensar cada proyecto como una suerte de espacio urbano digital, una ecología de contenidos, ideas, autores. Un jardín en internet. Algo para cultivar entre todes. 

Círculo virtuoso: más proyectos, más complejos, más Bancantes, más llegada, más trabajos con equipos y hacedores, más impacto concreto, más plata, más equipo, más Gato. 

Repeat. 

Sería imposible recuperar todas las veces en las que un equipo se nos acercó con un desafío espectacular, pero qué demonios, acá van unas más:

—Hicimos esta investigación y propuesta de política pública sobre cómo el Estado puede gestionar la economía de una manera que gestiona la tensión entre ambiente y desarrollo y queremos darle una forma para que la pueda entender gente no técnica. ¿Usted… 

.

—Estamos con ganas de juntar a los actores clave de este sector estratégico nacional para pensar un horizonte de lo deseable y lo factible. 

—¡Claro que hacemos eso!

—Sentimos que para dar nuestro próximo paso tenemos que ordenarnos y replantear nuestros procesos internos como equipo para ir a buscar algo de otra escala. 

Mirá si no vamos a querer que escalen esto todo lo que se pueda. 

—Mi empresa tiene que █████████████. Para eso necesitamos █████████████, y eso implica █████████████. Lo que sí, como incluye tecnología profunda, les vamos a tener que pedir que firmen un un acuerdo de confidencialidad.

—Pero Lucho, por ████████. 

En el interín, entre tantas incertidumbres, se consolidaron algunas certezas: que el sistema prohibicionista es una calamidad, que la interrupción voluntaria del embarazo es un derecho, que el voto electrónico es una mala idea, que la desigualdad de género es real y tiene raíces históricas, y un largo etcétera. Nos involucramos con cuerpo y alma en cada una de esas discusiones. Mientras tanto, sin pausa, nos acercábamos a la madre de todas las batallas: 

La crisis climática es un problema grave y urgente, y se basa en la incompatibilidad de nuestro sustrato biogeofísico con nuestro actual software civilizatorio. Pero ¿cómo luce lo que sí funciona? ¿Cómo hacemos para desarrollar un sistema compatible con la vida? ¿Cómo es nuestra parte de ese sistema, la de un país que emitió menos del 1% de los gases de efecto invernadero y sufre las peores consecuencias del sistema actual con apenas migajas de los beneficios? 

Más o menos en este momento es que fuimos viendo emerger los chispazos de todo un nuevo sistema de medios, y comprendimos que la batalla de sentido tendría arenas nuevas. También tuvimos la intuición de que la batalla cultural iba a ser insuficiente. Iba a hacer falta más que discurso. Construir sentido, pero también soluciones. Narrativa, sí, pero también agarrar la pala. Entender el mundo, sí, pero también darle forma. Pensarnos como equipo ambidiestro: memética y termodinámica.

Estos fueron los años en los que nos enamoramos de trabajar, también, con otros hacedores, y la búsqueda cambió. Vimos equipos amigos pasar de papel y lápiz a proyecto de escala latinoamericana, de jugar con plastilina a disrumpir tecnologías, de soñar con un thinktank a hablar en el Congreso con esa camiseta. Acompañar a otros equipos a madurar sus propios proyectos es darle forma al mundo, dijimos. Por eso, hoy ya no nos resulta  suficiente con hacer lo que hacemos solos, queremos más que nunca ser parte algo más grande: una ecología de organizaciones de todo tipo y factor que comparten la búsqueda. 

—Nuevo objetivo: vamos a tratar de entender lo deseable y construir lo factible. Y no lo vamos a hacer solos. Lo vamos a hacer de manera situada e histórica. Con el ojo en el mundo, la cabeza en LATAM y el corazón en Argentina. Contaremos con un ecosistema de hacedores, y ese ecosistema contará con Gato.

Hace más de 100 años, H. L. Mencken dijo que ‘Para cada problema complejo hay una solución simple, clara y equivocada’. Y lo dijo en plena Primera Guerra Mundial, que ni siquiera se llamaba así, porque no había una Segunda. Tampoco había crack de 1930, ni revolución verde, ni Gran Salto Adelante, y los autos apenas empezaban a disputar el espacio urbano al caballo.

Si ya tenía razón entonces, lo que habría dicho de un presente con colapso climático, capitalismo 4.0, crisis de la producción de conocimiento científico, transición energética, material y de gestión de la información, crisis demográfica, pandemias, billonarios cada vez más billonarios, transhumanismo, TikTok, Inteligencia Artificial desbocada y Jefes de Estado en contra del Estado.

Estamos en un codo de la historia. Un momento de total inestabilidad y disputa entre transiciones. Una superposición de futuros posibles, sin claridad de dónde queda un deseable o cuál es repertorio de soluciones factibles.

Hoy en día, Gato ha desbloqueado para sí las tres maldiciones chinas (apócrifas, pero igual vienen al caso) en su total esplendor: Que vivas tiempos interesantes. Que los poderosos conozcan tu nombre. Que obtengas lo que deseás.

Igual, la segunda medio que nos la buscamos diciendo públicamente que una propuesta de gobierno corporativa hiperindividualista, antinacionalista, predatoria en lo ambiental y lo humano, autoritaria y con tintes fascistas no articula bien con lo que pensamos que es un país deseable. Mala nuestra, nos pasa por hablar de política por primera vez número mil.

Pero bueno, nadie elige el momento de la historia en el que vive. Nos toca una apilada de procesos acelerados, de transición entre estados de sistemas complejos, no lineales, de relaciones entretejidas, problemas embrujados y ciclos de retroalimentación. Lo que podemos elegir es qué hacer con eso.

Si todo sale masomenos bien, en 10 años volveremos a contar esta historia. Recordaremos este momento como la Gran Turbulencia y diremos que estuvimos acá, intentando entender un mundo complejo pero también procurando imaginar uno mejor. Comiéndonos la cabeza para descubrir qué tenemos que hacer hoy y con quiénes para darle forma a un mañana más libre, justo, lindo, vivo y para compartir.

Hasta acá, la historia incompleta, pero ordenada. Armamos también esto para que puedas navegar Gato desordenado. Puede aparecerte cualquier cosa, pero recuerda: tu saltas, yo salto.

Personas y Equipos

Contar la historia, ya lo dijimos, es contarla incompleta. Pero es justo aclarar que todo lo narrado hasta acá fue hecho con personas y equipos a quienes estaremos eternamente agradecides por haber sido parte del camino que recorrimos para hacer Gato lo que hoy es:

Facundo Álvarez Heduán, Juan Manuel Carballeda, Julieta Habif, Ezequiel Arrieta, Pepa Urtizberea, Valentín Muro, Pula Alvarez, Pola Huarte, Meli Wortman, Ezequiel Calvo, Valeria Sanabria, Guido Cicuttin, Rodrigo Catalano, Jota Martiñá, Andrés Rieznik,  Lorena Moscovich, Sol Minoldo, Dardo Ferreiro, Azul Damadián, Nicolás González, Nuria Cáceres, Rocco Di Tella, Javier Sendra, Belén Ureta, Timo Marchini, Melin Agostini, Agustina Nahas, Martu Di Giorgio, Micaela Carrasco.

Agradecemos también a las y los más de 500 escritoras, ilustradores, científicos, artistas y colaboradores de libros, notas, papers, interactivos, radio, streams, podcasts y demás formatos que exploramos en estos 10 años y a cada Bancante, lectora, escucha y participante que conectó con esas ideas, experiencias e historias.

A los equipos con los que hicimos y hacemos

GRIDX, The Negra, STÄMM, Tomorrow Foods, ABRE, Fundar, Diseño UdeSA, DNAZyme, Alga Life, Avatar Medtech, Laboratorio de Neurociencia Universidad Di Tella, COCUCO, La Poderosa, Jóvenes por el Clima, ARCAP, ANTOM, Consciente Colectivo, Eryx, Sin Patrón, CLACAI, Co_Lab PNUD, JOSHA, Cenital, INECO, TEDxRíodelaPlata, MinCyT, Agencia I+D+I, Ayudame Loco, FIL, SANAR, Pan Óptico de Género, SOS ESI, Dioxitek, Carbono, La Liga de la Ciencia, FUNDEPS, Amnistía internacional, Panorámica, Caja Mágica, Expo Cannabis, AHORA QUE, HumAI, Artes Gráficas del Sur, Chicas en Tecnología, C Complejo Art Media, Fundación Huésped, Centro Cultural de la Ciencia, BID, Panambi, CAF, ASIS, Qutu Wara, Morocho, Posta, Estudio Del Amo.

Nuestra gratitud y afecto, de quienes hacemos Gato todos los días:

Alejandro Hacker, Belén Kakefuku del Solar, Bianca Di Virgilio, Camila Lynch, Daniela Filipelli, Emilia Recchia Paez, Emma Coso, Florencia González, Guadalupe Sendra, Javier Goldschmidt, Juan Cruz Balian, Juan Ignacio Cuiule, Juan Manuel Garrido, Laura González, Lucas Kearney, Marina Amabile, Mathias Lopez, Milagros Zárate, Pablo González, Rocío Priegue, Santiago Pinedo, Vicky Milano.

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Acerca de trazar una línea https://elgatoylacaja.com/acerca-de-trazar-una-linea https://elgatoylacaja.com/acerca-de-trazar-una-linea#comments Wed, 18 Oct 2023 13:39:00 +0000 https://elgatoylacaja.com/?p=32317

1 / Acerca de postular una cifra 

8.753 es un número exacto. Irradia ese aura de precisión que sólo tienen los impares. Dicho en televisión y con tono aseverativo, hasta puede sonar cierto. 

Quienes sostienen que la cantidad de personas desaparecidas por la última Dictadura Cívico-Militar es una cifra cerrada se jactan de apelar a la fuente. El problema es que la fuente que citan —el informe Nunca Más de la CONADEP (1984)– no dice eso. Lo que sí dice es que “en cuanto a la primera nómina, de la que resulta la cifra de 8.961 desaparecidos, es —inevitablemente— una lista abierta.” También dice que al momento de su redacción, muchas personas, por distintos motivos, no se habían acercado a denunciar desapariciones. Y que existen “millares de desaparecidos que pasaron por esos centros y de los cuales los liberados sólo conocieron apodos (…) u otra característica aislada”. Luego, el texto declara la esperanza de que otras personas continúen la paciente labor de recuperar esos datos y que puedan ir incrementando “esta enunciación provisoria”. Por último, finaliza advirtiendo lo que estos días algunos han elegido omitir: “la nómina completa de las personas desaparecidas y la suerte por ellas corrida sólo puede ser cabalmente informada por los autores de tales desapariciones, toda vez que existió un minucioso registro de cada uno de esos hechos.” 

Los autores de las desapariciones nunca brindaron esos registros, los cuales permanecen ocultos o han sido destruidos. 

A quienes reivindican la dictadura, poco parece importarles que la CONADEP haya hecho esta aproximación a pocos meses de restaurada la democracia, cuando todavía el aparato represivo seguía funcionando por fuera de las instituciones y el terror permanecía vigente, refugiado en las sombras, donde todavía al día de hoy se lo puede encontrar. Tampoco parece importarles que los propios informes del gobierno militar reconocieran, en el año 1979, una cifra mucho más alta: según los datos del Batallón 601 del Ejército, recabados por un agente de inteligencia chileno, había “computados 22.000 entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha”. Eligen no decir que las organizaciones guerrilleras estaban prácticamente desarticuladas para el momento del golpe de Estado. El ERP casi no existía y el Ejército Argentino terminó de liquidarlo. Montoneros se había dividido entre quienes pasaron a la clandestinidad y quienes seguían haciendo política de superficie. La Armada se ensañó con estos últimos tanto como con los primeros, y con la población civil tanto como con todos los demás. Quienes consideran que el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional fue un gobierno de orden —y no un régimen de terror— olvidan que la política económica de ese período moldeó y disciplinó a la población tanto como los palos, la picana y los aviones. 

En 1982, el General Leopoldo Galtieri nos llevó a una guerra estúpida contra una potencia militar enorme como es Gran Bretaña. Los acuerdos diplomáticos estaban avanzando y la invasión los hizo saltar por el aire. Como resultado, perdimos la guerra, las islas y más de 600 jóvenes, enviados a combatir al frío más extremo con uniformes de primavera. 

En 1983, el gobierno del General Reynaldo Bignone intentó hacer una autoamnistía por decreto que liberase de cargos a la cúpula de la dictadura por los crímenes cometidos. Pero el decreto fue derogado: los crímenes de lesa humanidad son actos inhumanos cometidos por el Estado contra su propia población civil, amparado por la desigualdad de poder frente a la víctima y la imposibilidad que esta tiene de reclamar justicia al victimario. La ONU ya había declarado imprescriptibles estos crímenes en el año 1968. 

Hubo juicios y condenas. Hubo indultos. Luego hubo más juicios y más condenas, y la esperanza de la CONADEP de que otros continuaran la labor fue cumplida. La historia argentina de los últimos 40 años es una historia de paciente reconstrucción.

El número 30.000 es a la vez una estimación y una denuncia, porque la mayoría de los desaparecidos siguen desaparecidos. Cientos de bebés apropiados se han convertido en adultos y sólo algunos han recuperado su identidad, gracias al trabajo conjunto de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, los organismos de Derechos Humanos, equipos científicos como el Equipo Argentino de Antropología Forense, mucha determinación política y una confluencia de  esfuerzos sostenidos de distintos actores sociales. 

Como de ese trabajo sí se llevan registros públicos, podemos afirmar que al día de hoy los nietos recuperados son 133. Un número impar y preciso, como le gusta a los que declaman desde el estrado. 

2 / Acerca de marcar un camino

La verdad es una diosa sagrada y turbia. A ella nos debemos, incluso aunque no podamos verla. La verdad nos deja solamente adivinar partes de su semblante, el resto hay que adivinarlo espiando a través de velos, reflejos y nebulosas, siempre condenados a corregir y volver a intentar. Sin embargo, nuestra condición de mortales parados frente a la verdad insondable del universo nos da una ventaja: podemos dejar marcado el camino para quienes vienen detrás. Podemos aprender y comunicar. No necesitamos empezar siempre desde cero. La supervivencia y el bienestar, el progreso y el conocimiento, son construcciones colectivas. 

El actual consenso sobre cómo el cambio climático que experimentamos hoy es un fenómeno antropogénico es el mejor ejemplo que hay al respecto. 

En 1856, Eunice Foote demostró que gases como el CO2 y el vapor de agua son capaces de absorber el calor que emana de la superficie terrestre.

En 1896, Svante Arrhenius calculó que un aumento de las concentraciones de los gases de efecto invernadero en la atmósfera provocaría un aumento de la temperatura global. 

En 1950, la vigilancia sobre el clima se coordinó a nivel global y en 1960, con la llegada de la computación, se pudo empezar a procesar datos y realizar modelos matemáticos. 

En 1985, el astrofísico y enamorado del universo, Carl Sagan, le hacía la siguiente advertencia al Congreso de Estados Unidos acerca del efecto invernadero: “Debido a que los efectos ocupan más de una generación humana, se tiende a decir que no son nuestro problema. Claro que, entonces, no son problema de nadie: no durante mi turno, no durante mi mandato. Es algo para el próximo siglo. Dejemos que el próximo siglo se preocupe. Pero el problema es que hay efectos (y el efecto invernadero es uno de ellos) que tienen repercusiones a largo plazo. Si no te preocupas por ellos ahora, después es muy tarde. Y así, en este tema, como en tantos otros temas, estamos pasándoles problemas muy graves a nuestros hijos cuando el momento de resolverlos, si es que pueden ser resueltos, es ahora.”

El consenso sobre lo que está pasando a nivel climático se terminó de cristalizar en 1988, hace casi 40 años. 

Sagan murió en 1996. Sus hijos somos nosotros. 

Sobre nuestras cabezas pende este problema. 

3 / Acerca de construir sentido común

¿Qué tiene que ver la dictadura con la crisis climática? ¿Por qué estos dos casos, habiendo tanto discurso falopa para elegir? Los elegimos porque son buenos ejemplos para señalar algo muy importante: la diferencia entre negar y reivindicar suele estar desdibujada adrede. Negar que existió un plan sistemático de exterminio puede no ser lo mismo que reivindicar la dictadura, pero se le parece bastante. Negar que existe una crisis climática sin precedentes generada por la actividad humana puede no ser lo mismo que reivindicar la libertad de contaminar indiscriminadamente los ríos, pero no cabe duda de que una cosa es funcional a la otra. Borronear esas líneas es un trabajo que requiere constancia y paciencia. A menudo, implica combinar en el discurso un millar de otros negacionismos más pequeños, mundanos o incontrastables, hasta que la información sea tanta que se sature, se vuelva imposible de procesar. El resultado compensa el esfuerzo: de a poco, se va configurando un sentido común. Porque el sentido común no es una acumulación de conocimientos sistematizados, sino un reflejo social. De ahí el valor de poner estas cosas por escrito, aunque sean sabidas. El rechazo a la venta de órganos o al tráfico de personas (y en especial de infantes), el reclamo por soberanía sobre las Islas Malvinas, la defensa de la salud y la educación públicas —y otros tantos acuerdos que en estos días se insiste en poner en crisis— son tan fundamentales que a veces creemos que no hace falta pronunciarse al respecto. Basta sacar la cabeza del propio ombligo dos segundos para darse cuenta del error. 

Tenemos suficiente evidencia para creer que desregular el mercado de armas lleva a un aumento en los índices por muerte violenta. Y sin embargo…

Tenemos suficiente evidencia para creer que el sistema prohibicionista genera más daños y desperdicia más oportunidades de progreso que un mercado de sustancias debidamente regulado. Y sin embargo…

Tenemos suficiente evidencia para creer que no hay desarrollo posible de la economía sin una moneda soberana, y que no hay buen puerto al que llegar si ese desarrollo le da la espalda a los límites biofísicos que impone el planeta. Y sin embargo…

4 / Acerca de trazar una línea

El día 2 de septiembre del año 2022, pocas horas después de que la vicepresidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner se salvara por poco de un atentado atroz —diseñado para ser transmitido en vivo por televisión y generar terror—, desde Gato hicimos un comunicado. No lo hicimos por creer que podíamos tener injerencia en el debate público o porque tuviéramos algo para decir distinto de lo que otros ya estaban diciendo mejor. Lo hicimos porque necesitamos trazar una línea en el suelo: Nunca más es nunca más

Y aquí estamos otra vez. 

Gato está compuesto por un equipo interdisciplinario que alberga varios matices políticos. Hace casi 10 años que desarrollamos, comunicamos, corregimos e intercambiamos ideas. No nos son ajenas las desigualdades sociales ni de género, hemos hablado del acceso a vacunas y a salud mental, del derecho al aborto y a la eutanasia, de política de drogas, sistemas de sufragio, sistema científico, productivo, movilidad, alimentación, religión, transiciones ideológicas, disrupciones tecnológicas y un sinfín de temas que nos interesan y nos seguirán interesando porque —al igual que Sagan y tantas otras personas— estamos profundamente enamorados de este universo. 

Estamos convencidos de que las ciudades deben pensarse para ser habitadas por personas. Que las personas deben pensarse a sí mismas y a los otros. Que la ciencia y sus organismos son un pilar fundamental de la vida y que también lo son las artes, la filosofía, el diseño, los oficios, los deportes y toda forma de expresión humana. Pero estas ideas sólo son posibles en democracia.

Una vez, un usuario en Twitter nos aconsejó que nos limitáramos a hacer posteos sobre de qué lado cae la tostada. No importa de qué lado cae la tostada si no hay nadie para verla. Por eso estamos hoy, de cara a las elecciones nacionales del 2023, publicando este texto. Una de las fuerzas políticas que corren como favoritas hacia los comicios llega hasta esa posición levantando banderas espurias, falseando datos, negando los consensos más arduamente conseguidos y promoviendo un mundo despiadado, fundado en la desfiguración de una de las palabras más hermosas que poseemos: libertad.  

Que Gato no tenga una filiación partidaria no significa que no tengamos posiciones políticas. Gran parte de lo que hacemos está orientado a construir sentido y construir futuro. No se puede hacer ninguna de las dos cosas bajo una retórica de la crueldad. 

Ese es el problema con las líneas trazadas en el suelo: hay que remarcarlas una y otra vez, si no viene cualquiera y las borra. 

Equipo Gato

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Nunca más (Capítulo II – Víctimas) | CONADEP

Declaraciones de Javier Milei en debate presidencial | LN+ en YouTube

Informe Arancibia Clavel | Wikipedia

Clima (Capítulo 1.2 – El planeta) | Carolina Vera + EGLC

Testimonio de Carl Sagan frente al US Congress (fragmento) | YouTube

Diversas declaraciones de Milei | loquedicemilei.com

Sobre la regulación de armas de fuego | Amnistía Internacional

Sobre el sistema prohibicionista (varios autores) | EGLC

Sobre la soberanía monetaria | Derecho UBA

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El rescate más austral https://elgatoylacaja.com/cronica-sobre-el-rescate-del-crucero-general-belgrano https://elgatoylacaja.com/cronica-sobre-el-rescate-del-crucero-general-belgrano#comments Tue, 02 May 2023 08:18:02 +0000 https://elgatoylacaja.com/?p=31957

En épocas de conflicto armado, la historia marítima mundial no registra a esas latitudes un rescate tan grande como el del Crucero General Belgrano. Movidos bajo la consigna de no dejar ningún hombre atrás, los buques Piedrabuena, Bouchard, Bahía Paraíso y el Gurruchaga lograron una proeza sin precedentes: 770 hombres fueron rescatados en medio de un temporal que arrasó el Atlántico Sur.

El punto final que pretendió marcar Margaret Thatcher con la decisión de destruir el General Belgrano ese 2 de mayo de 1982 significó para Argentina la reanudación de un reclamo de soberanía todavía más vivo. Malvinas guarda miles de historias esbozadas por los recuerdos de sus sobrevivientes. Libros, relatos, investigaciones, testimonios e intercambios humanos necesarios para la construcción de ese camino. Esta crónica es una búsqueda en esa misma dirección: que este recuerdo en particular, que esas horas frías, no se hundan en el olvido.

Un flash

La noche antes de cumplir mis 23 años, fuimos con mi papá, Raúl Christiani, a comer a una pizzería cerca de casa. Todavía no había pasado ni un año de la pandemia, así que los cuidados protocolares estaban bastante en regla. Barbijo, alcohol en gel, paranoia por las muertes diarias. Faltando poco para que dieran las doce, la víspera festiva generaba un clima especial, más propenso a las charlas. 

Hacía rato venía dándole vueltas a la idea de entrevistarlo por Malvinas. Ese tema que mencionamos cada abril, pero del que nunca hablamos en profundidad. No quería escucharlo contar su experiencia a través de la radio, como tantas otras veces, sino encargarme yo de hacerle todas las preguntas. Las bobas, las obvias, las que imagino que haríamos cualquiera fuera del contexto, distanciados por el tiempo, problematizados por otras cosas. La matemática todavía ofrecía coincidencias: yo tenía la misma edad que tenía él cuando estalló Malvinas, el 2 de abril de 1982.

La conversación deambuló por los temas de siempre. Primero, la historia de su abuela, que se casó con el hijo de un danés que había venido a la Argentina a marcar el mapa topográfico de ferrocarriles del país. Su apellido, Christiani, provenía de una comunidad trash pseudo-anarco de Dinamarca, Estado libre que mi papá visitó en los años 80 y al que nunca volvió. Me resultó llamativo cómo a veces nuestros orígenes se contraponen tanto con las elecciones de nuestro destino: papá dijo, una vez más, que dedicarse al mar era lo que tenía que hacer en esta vida. No sabía, por supuesto, cuando se fue a estudiar a los dieciséis años, la verdadera magnitud de los desafíos que le esperaban:

En el Gurruchaga éramos seis oficiales —cuenta papá—: uno de máquina, otro de comunicaciones, el comandante, el timonel… Y sesenta suboficiales, cabos, marinos, conscriptos. Yo era guardiamarina, hacía dos meses me había recibido. Tenía veintidós años. Hacía unos años nomás conocía el mar… 

Hace silencio de golpe. Algo lo distrae. Debe ser la memoria, pienso. Es difícil recordar. Pero de un empujón, retoma y sigue. Pregunta:

—¿Vos sabés lo que es un mensaje flash? 

Al norte: ARA Alférez Sobral 

En 1° de mayo de 1982, dos aviones de la Fuerza Aérea Argentina son alcanzados por un misil Sidewinder AIM-9L de la Patrulla Aérea de Combate inglesa, lo que deja a sus tripulantes a la deriva del Atlántico Sur. Antes de eyectar, los pilotos alcanzan a pedir ayuda a través de la frecuencia internacional de socorro. Luego, caen al agua. La balsa inflable que está dentro del equipo de eyección los va a ayudar a sobrellevar la espera en el mar por unas horas. Pero en esas condiciones, las horas no parecen números exactos, sino vagas figuras sobre las que habrá que dibujar estimaciones. A esperar.

Misil Sidewinder AIM-9L.

Si uno quisiera describir lo que es caer al agua en esas latitudes, no tendría otra alternativa más que buscar adjetivos enormes, intentar describir una fiereza exuberante que toma y recobra corporalidad en la náusea de su constante movimiento, que se dota del frío más punzante del sur, que contorsiona en espiral una vasta sensación de incertidumbre. Sin embargo, uno no puede. Tenemos algo que nos aproxima, un profesional de mar que ataja: 

Todo marino sabe que tenés cuatro, cinco minutos de vida ahí. 

Las autoridades en tierra reciben el mensaje de los pilotos y mandan a un buque que estaba en el desempeño de ayuda humanitaria. Es asignado para el rescate el Aviso ARA Alférez Sobral

Cuando el comandante Gómez Roca recibe la posición en donde los pilotos habían caído, entiende que el desafío no será fácil. Sus sospechas se confirman en las primeras horas del día siguiente, cuando recibe un despacho informando que un grupo de tareas británico, compuesto por un portaaviones y seis destructores, se encontraba a 100 millas del punto dado, zona donde también se encontraban entre diez y doce pesqueros ingleses. Lo que en un primer momento era una operación de rescate toma ahora la forma de un desafío doble: hay que entrar en la Zona de Exclusión. 

“Perforar”, dice papá. 

Consciente de las condiciones del Aviso, su baja velocidad y el escaso equipamiento, el comandante decide ingresar a la zona de exclusión izando una bandera blanca con una cruz roja, las luces de posición y cubierta encendidas, y haciendo sonar una sirena de manera regular, para enfatizar el carácter de su misión. 

Alrededor de las 23:45 horas del 3 de mayo, se observa un helicóptero no identificado sobrevolar el barco. Dicha maniobra se repite tres veces a muy bajas alturas. El comandante Gómez Roca ordena apagar las luces, poner rumbo fuera de la zona de peligro y decide comunicar la sospechosa situación al grupo de tareas que había dado el dato de la posición. Inmediatamente, desde tierra ordenan abandonar la búsqueda. Los pilotos tendrán que quedar abandonados a su suerte porque poner el buque en riesgo es un precio demasiado alto.  Sin embargo, hay un problema: la orden desde tierra no llega. Un error en las comunicaciones, problemas de transmisión. El Aviso sigue intentando alejarse pero sin confirmación desde tierra. Y para colmo de males, treinta minutos después otro helicóptero vuelve a sobrevolar el buque. 

El comandante ordena disparar con artillería antiaérea. El helicóptero evade el ataque y se aleja. Pero a los pocos minutos, se lo observa volver, esta vez posicionándose por fuera del alcance del Aviso. Gómez Roca presagia lo que va a suceder, y envía un mensaje flash a todas las unidades. El mensaje dice “Empeñado con helicóptero enemigo”. 

El flash es el mensaje de mayor urgencia dentro del sistema de precedencia de mensajes navales. Ese fue el único que recibí en 40 años de servicio —dice Raúl—. Por los sobrevivientes nos enteramos que, momentos antes del ataque, el comandante había ordenado a todos los que estaban en el puente de comando, estamos hablando de cabos de dieciocho, veinte años, que fueran a la cubierta de abajo. Bajaron todos excepto el timonel y él. 

Un primer misil da en el costado del buque, rompe una lancha y corta las antenas de comunicación. El segundo entra de lleno en el puente de comando, explota y perfora la cubierta inferior. Gómez Roca muere en el acto. 

El Segundo Comandante, Sergio Bazán, observa estupefacto el resultado de los impactos y rápidamente se hace cargo del comando. Tras arduos días intentando reparar el buque con la tripulación sobreviviente e intentando comunicar sus coordenadas para recibir ayuda, el buque es detectado finalmente el 5 de mayo por aviones que ayudaron a evacuar a los heridos más graves. Alrededor de las 21 horas de ese día, con una resistencia ejemplar, el Alférez Sobral llega a Puerto Deseado.

Papá me cuenta que nunca encontraron a los pilotos. Recuerda que, entre los cinco hombres que estaban ahí, se encontraba el guardiamarina Olivieri. Era un año más grande que él y andaba muy feliz por ese tiempo, porque recién se había casado. A Gómez Roca lo conocía porque el año anterior había sido jefe de máquinas de la Fragata Libertad, y él había sido asignado al mismo sector. Sobre otros compañeros y amigos caídos también irá arrojándome datos, contándome algunos pasajes de sus vidas. Hoy en día, a modo de homenaje, dos barcos llevan los nombres de Gómez Roca y Olivieri. 

La historia del Sobral, totalmente desconocida para mí, me deja desconcertada. La pizza empieza a enfriarse pero me olvido de comer. Pienso en la desesperación y el mar, pienso con qué facilidad pueden convertirse en la misma cosa. Cobran sentido todas las vacaciones en la playa cuando era chica, donde papá se volvía excesivamente cuidadoso cuando mis hermanas y yo nos metíamos al mar. “Hasta las rodillas” nos decía, mientras nosotras, inocentes, corríamos hacia el agua queriendo ir a jugar con las olas. El tiempo hace que las ideas se acomoden, que las cosas se entiendan mejor. El tiempo es un gran ordenador, y en su lógica ofrece sincronicidades asombrosas: papá termina de contarme la historia del Sobral diciéndome que cuando escuchó el mensaje flash, en el Gurruchaga se vivía una noche igual de vertiginosa. Me está por contar, por primera vez, cómo vivió el rescate al Belgrano.

Al sur: ARA General Belgrano

Cuando estalló el conflicto, el Gurruchaga estaba en Ushuaia. 48 horas más tarde, ya se había movido a la isla de los Estados para instalarse ahí. Cada quince días, el buque zarpaba para cargar combustible y abastecerse de comida. 

Papá duda si fue el 28 o el 29 de abril cuando el Belgrano llegó a fondear al lado del Gurruchaga. Se retrotrae y recuerda haber navegado antes en esa descomunal construcción de hierro como cadete, cuando estudiaba, “allá por 1978”. Pero ahora tenía otra orden: el comandante lo había mandado junto al cabo segundo, Cachi, a entregar documentación al comandante del crucero. Documentación de la que él ni sabía de qué se trataba. 

Me acuerdo llegar en un bote de goma y estar al lado de esa pared enorme, vertical, de hierro, que era el Belgrano. Altísima, como nueve, diez metros de alto. Justo había a bordo un compañero mío, contador. Estábamos con mucha hambre y me acuerdo de pedirle pan. Hacía mucho no comíamos pan —hace una pausa, se ríe—. Me acuerdo que me dijo que espere a que se vaya el segundo comandante que sino lo iba a cagar a pedos si largaba la comida. Cuando se fue, me bajó envuelto en un mantel veinte, treinta kilos de pan… ¡Un festín! Saludé a mis compañeros. Fue la última vez que los vi. Fue un día jueves.

Papá volvió a bordo del Gurruchaga y racionó con sus compañeros el pan para complementar la cena de todos. 65 personas. Dos, tres rodajas para cada uno. Luego recordó que ese mismo pan fue el que terminaron comiendo los que rescataron del hundimiento. 

Raúl Christiani, entonces guardiamarina, a bordo del ARA Francisco de Gurruchaga.

El rescate 

A las 16 h del domingo 2 de mayo de 1982, una salva de 3 torpedos MK-8 de corrida recta fue dirigida a perforar la coraza del ARA General Belgrano. Uno iba dirigido a la proa, otro al centro y otro a la popa, de tal manera de partirlo en pedazos y hundirlo rápido. La distancia del tiro fue de 1000 yardas, un poquito menos de 1000 metros. El que apuntaron a la proa le erró: pegó en un destructor que iba de escolta, no explotó y siguió de largo. El que iba al centro pegó en la proa, explotó y le arrancó treinta metros de casco. Pero el que iba hacia la popa pegó en la sala de máquinas, el corazón del barco.

Había un gran temporal en el Atlántico Sur ese domingo. Nosotros estábamos al sur de la isla de los Estados, navegando. A mí me había llegado la orden del segundo comandante para preparar mi remolque porque parecía que el Crucero había tenido un problema de máquinas. Me habían dado una posición muy estimada de 70 millas al oeste. Unas ocho, diez horas de navegación. Al paso escuché en la radio la frecuencia internacional de socorro 2182 KHZ y la frecuencia internacional de aeronaves 121.5 MHZ, un pedido de auxilio: “Estamos acá, somos del Crucero General Belgrano”. Ahí nos dimos cuenta que el Crucero estaba hundido, porque los que se comunicaron ya estaban en las balsas

A esas latitudes, el sol sale a las 9 de la mañana y se pone alrededor de las 16 horas. Esa madrugada, la negrura era total. Cuando llegaron al punto al que los habían encomendado, no había nada. Solo el gran temporal que amenazaba agravar la situación.

La búsqueda duró toda la madrugada, hasta que el lunes a las 10 de la mañana unos aviones de exploración de la Armada, que habían salido con las primeras luces del día desde Río Grande, encontraron el primer grupo de balsas. Por la deriva que tenían, calcularon que faltaban otras cuatro horas de navegación hasta llegar. Recién a las 14 h, comenzó el rescate: 

Duró todo el día lunes, todo el día martes, y todo el miércoles, sacando una balsa tras otra sin parar. Era una tarea particularmente difícil porque tenías que acercarte a la balsa, ponerte a un costado e ir sacando hombre por hombre. En medio del temporal.

Le pregunto por las balsas. Papá me cuenta que eran para veinte personas. Pero se encontraban con balsas de quince, veinticinco, o lo que dé.

Entre sí se daban calor. Nosotros no, pero otros encontraron balsas con pocos hombres que se habían quedado solos y se habían congelado. Sevilla, un compañero mío, fue uno. Obviamente no sobrevivió… Con la promoción le hicimos un monolito ahí frente a su casa en Núñez. Otro, Torlaski, también. Los filos de hierro del crucero habían pinchado la balsa donde estaba, y la gente que flotaba en el agua trataba de subirse. Él intentaba decirles que no porque se iban a hundir, y cuando los estaba sacando, el ancla del crucero se cayó arriba de la balsa y lo tiró 4000 metros abajo. Y a Aguirre nunca lo encontramos. Juan José Aguirre. La araña Aguirre. El último en desembarcar fue el comandante, Elías Bonzo, capitán de navío. Hay fotos de eso. Falleció hace unos años. El segundo comandante está vivo. Galazi. Todavía me lo cruzo. 

Recuerda números con una exactitud que siempre me asombró. Números de frecuencia, días, horas, cantidades de morfina o pan. Cuando le pregunto cuántos hombres rescataron en el Gurruchaga, responde sin dudar: 362.

En total se rescataron 770 hombres, con los otros buques, el Bouchard y el Piedrabuena, y después vino el Bahía Paraíso, un buque polar que se quedó más tiempo y agarró a los últimos que se habían ido demasiado al sur. Aunque, como eran balsas que ya habían pasado 72 horas en el agua, pocas tenían hombres vivos

Quemados, fracturados, todos con principios de congelamiento. Rescatar una balsa era una labor de una, dos horas. Algunos se podían rescatar, otros se caían, se enganchaban, se resbalaban porque las explosiones les habían dejado la piel derretida. Y en cada oleaje era procurar que la balsa no se diera vuelta. En general, los que más pudieron salvarse eran los que tenían mejor estado físico, los más jóvenes. Otros se tiraron al agua porque no resistieron la situación, ni en su extrema demanda física ni en su extrema demanda psicológica. 

Una vez, estando con los rescatados en el Gurruchaga, se me murió uno a mí con el cabo Panizzo. De frío, de un infarto. No se quería mover, los que estaban ahí le decían que se moviera, que se junte con la gente por el calor humano… Ese fue el primero que subimos. Estaba duro, en cuclillas y lo subimos arriba de una mesa. Le hicimos masajes cardíacos, pero se fue. Los quemados se fueron yendo a lo largo de los días, porque tenían más del cincuenta, sesenta por ciento del cuerpo quemado por el vapor de las calderas. Vos pensá que el buque era para 60 personas y ahí habían 362. Ocupando el piso de pasillos, comedores… A los quebrados los poníamos acostados, y los quemados iban a enfermería. 

La enfermería era un cuarto con dos camas. Los que atendían eran un cabo primero enfermero y él. Papá me comenta que, de casualidad, había embarcado un guardiamarina médico que ayudó con los heridos, pero él no lo llegó a conocer.

A los quemados les poníamos algunas cremas. Teníamos ocho inyecciones de morfina, que es todo lo que había, pero eran catorce los quemados. ¿Cómo hacés? El Gurruchaga no era un buque hospital, no existían insumos médicos para tanta cantidad de gente. No teníamos vendas, usábamos las sábanas. Cuando lo que tenés solo alcanza para que sean atendidos de a uno, pero son 300 los que tenés que ver ya, es imposible. En esos casos el mejor médico es el que está un poquito mejor que vos, el que está al lado tuyo. El que al menos te puede hablar, quedarse al lado a darte calor hasta que lleguemos a puerto. 

Le digo que no habrá pegado un ojo, y afirma:

Y no. Eso tiene que ver con la preparación militar. La preparación física, anímica, espiritual… Vos no sabés a qué situaciones te vas a exponer a lo largo de la carrera. No sabés tus propios límites ni el de las circunstancias. Para eso uno se prepara. 

Cuando le pregunto si recuerda cuántos sobrevivieron del Gurruchaga, tira su espalda hacia atrás. Queda pensativo. No es para responder la pregunta, sino para explicarme por qué no responderla:

No, no… no sé. Y tampoco son cosas que uno quiera saber. Uno no se pregunta eso. De los 1091 que eran en el Belgrano, murieron 323. Lo interesante del Crucero es que había a bordo hombres de cada provincia argentina. Ninguna excluida. Todo el mapa, todos. 

Puerto

El miércoles a la tarde llegaron a Ushuaia, que era el puerto más cercano. Muchos fueron derivados al hospital y a los más graves los trasladaron al hospital de Puerto Belgrano.

Los del Gurruchaga limpiaron todo el buque, desinfectaron, quemaron la ropa que había quedado. Cargaron combustible y víveres y zarparon de vuelta a la isla de los Estados, hasta la finalización del conflicto, el 14 de junio. Hacían navegaciones y apoyos a lanchas rápidas para custodiarlas de los buques chilenos y británicos. 

Siempre me pregunté cómo se habrán sentido esos últimos días. Esos primeros últimos días, que llevan todavía la marca reciente de los sucesos:

Cuando terminó la guerra nos mandaron al norte, a Puerto Belgrano. Ahí tuvimos unos días de licencia. Y después temas administrativos. Y la vida continuó casi normal…

“Normal” dice. Papá entiende mi desconcierto y aclara:

De nuevo, la preparación. En situaciones límite tenés que encontrar una razón, una justificación, para no dejarte absorber por la situación. Este sentido te la da el

cumplimiento de la misión, la tarea hecha, el sentido del deber. Pero eso se cultiva, se lo aprende, incluso se lo entiende con el tiempo. Cuando uno está movilizado por valores, es la simiente de un accionar que no tiene techo. Cuando no tenés valores, sos eficiente y bueno en lo que hacés. Cumplís, bárbaro. Listo. Pero cuando los tenés, estás habilitado a empujar tus límites cada vez un poco más. Por eso los valores tienen que ver con la eficacia del combate, aparte de la disciplina naval. Ahí radica la complejidad de la preparación militar. Hay faltas gravísimas: mentir es gravísimo, hacer las cosas más o menos también. No hacerlo mal, porque cuando lo hacés mal estás probando un límite tuyo que es real. Hacerlo así nomás, eso sí está mal, porque te estás guardando un resto tuyo. Con vos mismo. ¿Por qué te lo guardás? ¿Cuál es el sentido de hacerlo más o menos? 

Con algunos rescatados se encontró con el tiempo. A otros no los volvió a ver. Revisitar la memoria puede ser un juego pesado. Hay escenas imborrables, nombres indelebles. Lugares borrosos, números imprecisos. Raúl ronda la charla haciendo una pequeña reflexión sobre la memoria, recurso que nos sirve para reconstruir estas historias. Me cuenta que la clasifica en tres tipos: —Una es la que tenés más certeza, la que usé para contarte todo lo de recién. Yo cada vez que me acuerdo de todo esto tengo este relato interno y esa es la imagen que me quedó. Hay un segundo estadío de memoria en situaciones límite que es cuando la misma cabeza te redondea la cosa, le da forma. Tenés flashes, recuerdos que el inconsciente ordena y relaciona entre sí. Podés ver zonas grises que te hacen dudar, huecos, y no sabés si fue real u obra del inconsciente para lograr un sentido. Y después hay una tercera, que es la zona de la no-memoria, aquellas cosas que tu cabeza no quiere recordar. Recuerdos metidos en un sarcófago, tapados con cemento, como un instinto de preservación. Esa memoria, por ejemplo, se encarga de las morfinas que te contaba antes. Si recordara qué decisiones me llevaron a elegir qué ocho hombres llevaban la inyección de los catorce que la necesitaban… ¿Cuál es el criterio para eso? Y para eso sí que no hay preparación. Vos te aproximás, pero nunca estás realmente listo. La gran mayoría de los militares no pasa por estas experiencias. A mí me tocó a los dos meses de haberme recibido. Yo creo que hicimos las cosas bien en lo que pudimos, por la formación que tuvimos.

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Alfajor clandestino https://elgatoylacaja.com/alfajor-clandestino https://elgatoylacaja.com/alfajor-clandestino#comments Tue, 25 Apr 2023 07:56:04 +0000 https://elgatoylacaja.com/?p=31934

1/ El futuro

5 de marzo de 2030, el despertador va a sonar en dos horas y yo escribo para que pase el tiempo. No pegué un ojo en toda la noche. Lo que va a pasar esta tarde me emociona y aterroriza en partes iguales. A las 8:30 tengo que estar en el Parque Saavedra, trotando como si viviera ahí cerca y no hubiera hecho cuatro kilómetros para llegar desde mi casa en Vicente López. Cuando esté pasando por al lado de la calesita, tendré que fingir que me doblo un tobillo y sentarme un rato en el pasto, corriéndome del paso de todas las personas que cumplen su hora diaria obligatoria de ejercicio aeróbico. Se va a acercar alguien a ayudarme, no sé si hombre o mujer, viejo o joven, solo me aseguraron que me quede tranquila, que va a llegar. Mientras me revisa el supuesto esguince, le tengo que pagar. Y entonces, él (o ella, o elle, no sé) va a guardar un alfajor en mi media. 

Me aseguraron discreción. Nadie se va a dar cuenta. Mi tobillo se va a ver como el del Diego en el ‘90, pero con medias. Es esencial que lleve medias altas, me lo repitieron más veces que el precio del alfajor. 

Mi plan después es irme rengueando unas cuadras hasta la casa de Camila, que vive cerca y es la que me pasó la punta. Camila jura que los alfajores de esta gente son exactamente iguales a los Terrabusi que se vendían en los kioskos, cuando todavía se podían vender alfajores en los kioskos, cuando todavía había kioskos. Yo desconfío, no porque crea que me miente, sino porque me cuesta aceptar que ella tenga el recuerdo del sabor tan vivo, mientras que el mío ya se ha ido desvaneciendo.

Cuento una vez más los billetes en mi mesa de luz: quiero tener la plata justa para que el intercambio sea rápido y no perder el tiempo ni levantar ninguna sospecha. Al lado veo el frasco de flores que compré ayer en el supermercado. No sé hace cuánto que no compraba, ya casi no fumo, pero todo el mundo sabe que el alfajor más rico que podés comer es el del bajón.

 

2/ El lugar al que las ideas van a radicalizarse

Pocas realidades me resultan menos atractivas que una en la que no podamos comprar alfajores con total libertad. Y además de poco atractiva, me parece también poco práctica: ya sabemos que prohibir consumos no los evita, solo los vuelve clandestinos. La pregunta que me hago, la que me pone a elaborar escenarios en mi mente, en realidad es otra: ¿es factible semejante realidad? ¿Hay un futuro posible, probable, en el que los alfajores queden del lado oscuro de la ley? 

En Twitter, el lugar al que las ideas van a radicalizarse, hay gente que cree que la Ley de Etiquetado Frontal va a solucionar todos los males de nuestro país, y gente que está convencida de que es solo el primer paso para que nos prohíban por completo comer cualquier cosa que nos haga felices. Lo cierto es que ni hay un plan macabro en contra de la libertad de comer alfajores, ni la ley es solo de etiquetado frontal. La discusión pública  insiste en quedarse ahí, pero los octógonos negros en los envases son solamente la expresión más visible de una solución compleja a un problema más complejo aún. Si aceptamos, en honor al más mínimo sentido común, que la ley no busca crear una distopía de alfajores clandestinos, entonces… ¿qué sí busca la ley? ¿Qué productos tienen que llevar etiquetas? ¿Qué podemos esperar que vaya a pasar a partir de esas etiquetas? ¿Por qué?

3/ El problema

En esto podemos estar de acuerdo: el consumo excesivo de azúcares, grasas y sodio es un problema de salud pública, y está asociado a las enfermedades crónicas no transmisibles que más afectan a la población mundial: diabetes, hipertensión arterial, obesidad, y otras tantas enfermedades vasculares, cardíacas, cerebrales y renales. Es así y no hay muchas vueltas que darle. Particularmente en Argentina, los tres factores de riesgo más asociados a la mortalidad son: hipertensión, hiperglucemia en ayunas elevada y sobrepeso u obesidad. En cuanto a sobrepeso u obesidad, Argentina tiene una de las cifras más altas de la región y está en aumento: afecta a 4 de cada 10 niños, niñas y adolescentes, y a 7 de cada 10 personas adultas. Argentina es el país con mayor consumo de bebidas azucaradas por persona, y también tenemos un consumo muy alto de ultraprocesados: 185 kg por persona por año. De hecho, en el país, los malos hábitos alimenticios producen más muertes que el consumo de drogas. Por supuesto que la alimentación no es el único factor en juego: otros importantes son el consumo de tabaco, el sedentarismo y el abuso de bebidas alcohólicas. Y todos deberían atenderse con celeridad. Pero mientras que el tabaco lleva sellos de advertencia hace más de una década, el sedentarismo y el abuso de bebidas alcohólicas no están siendo abordados todavía con políticas públicas de gran escala.

4/ Libertad, libertad, libertad

Ese es el grito sagrado. El problema es que la libertad también viene de varios sabores. ¿Libertad para qué? Para poder elegir qué consumimos, claro. Pero para poder elegir de forma realmente libre es indispensable entender qué opciones tenemos. Y, aunque es cierto que la tabla de ingredientes siempre estuvo disponible, también es verdad que en la segunda Encuesta Nacional de Nutrición y Salud solo el 13% de la población argentina entendía las etiquetas. Y, para colmo, muchas veces los empaques tenían información engañosa. Por ejemplo, un queso untable que antes era promocionado como “light” y “con 42% menos grasas”, ahora indica en su paquete que en realidad tiene exceso tanto de grasas saturadas como totales. ¿Cambió el queso? No, cambió la cantidad de libertades que puede tomarse el fabricante a la hora de comunicar el contenido del producto. 

Un estudio reciente (que Nico Ajzenman aborda en su newsletter Esto no es economía), muestra que las personas tendemos a subestimar el contenido calórico de los productos que compramos, y a veces también el contenido de azúcar.

En el trabajo, le preguntaron a diferentes personas de Argentina qué contenido de azúcares y cuántas calorías creían que tenían diferentes cereales. Los gráficos muestran la relación entre lo que las personas respondieron y los valores reales. Si los puntos se ubicaran sobre las líneas rojas, eso significaría que nuestra percepción del contenido de azúcares (o de calorías) es perfecta. Pero eso, evidentemente, no pasa. En el caso de las calorías, vemos que casi todos los puntos se encuentran por debajo de la diagonal, es decir que creemos que los cereales tienen menos calorías que las que en realidad tienen. Para el contenido de azúcar, la situación es un poco menos grave, pero también están la mayoría de los puntos por debajo de la diagonal.

La información que tenemos no es suficiente para entender qué tiene lo que comemos. Pero el problema está lejos de ser una cuestión de idiosincrasia nacional. En los últimos años, muchos países implementaron algún tipo de etiquetado persiguiendo el mismo objetivo.

5/ Cuántos lados tiene un octógono

¿Por qué se eligieron octógonos negros? ¿Sirven para algo? En el mundo existen distintos modelos de etiquetado para informar sobre la calidad nutricional de los alimentos. En algunos países, por ejemplo, se emplea un sistema de semáforo que resume la información y categoriza a los alimentos con diferentes colores. Sin embargo, en un estudio en el que compararon los distintos sistemas de advertencia, encontraron que el modelo de sellos octogonales es el que transmite la información de manera más clara y eficiente. 

La ley argentina sigue los lineamientos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que implican la implementación de sellos octogonales negros de letras blancas para indicar el exceso de 4 nutrientes críticos: azúcares, grasas totales, grasas saturadas y sodio.

También indican el exceso de calorías en alimentos y bebidas sin alcohol. Además, se identifica con rectángulos negros cuando un producto posee edulcorantes o cafeína y, por lo tanto, no es recomendable para ser consumido en la infancia. 

La ley argentina establece que cada sello tiene que tener un tamaño mínimo del 5% de la superficie de la cara principal del envase y no puede estar cubierto de manera total ni parcial. Además, los sellos tienen que estar ubicados en la cara principal del envase, o en ambas caras cuando el envase no tenga una principal. En los casos en los que el envase es muy chico como para que la letra del sello de advertencia sea legible (por ejemplo en caramelos), se utilizan los microsellos, que indican con un número qué tipo de nutrientes críticos tiene el producto en exceso.

Una aclaración importante es que la ley indica que estas etiquetas deben implementarse sólo en los productos procesados o ultraprocesados, pero no en los ingredientes, por lo que un paquete de azúcar no va a tener un sello que diga “exceso de azúcares”. 

¿Pero cómo se define qué es un exceso de azúcares? ¿Cómo se calcula? 

La OPS cuenta con un “perfil de nutrientes” que clasifica alimentos según sus nutrientes para prevenir enfermedades o promover la salud. De esta manera, marca los umbrales para determinar qué productos necesitan etiquetado, y esto se calcula en proporción a la cantidad de calorías totales del producto. Estos cálculos están definidos por el contenido relativo de un nutriente crítico de acuerdo a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. Por ejemplo, el exceso en sodio se define según la razón 1mg de sodio por cada caloría. No todas las personas tienen los mismos requerimientos nutricionales o tipos de dieta, pero estos valores son guías para la salud pública.

6/ Más allá de la góndola

Y acá llegamos al punto central del asunto: ¿Todo esto solo para saber que un alfajor tiene mucho azúcar? Bueno, no.

Si bien en general se habla de la ley como “Ley de Etiquetado Frontal”, el verdadero nombre es “Ley de Promoción de la Alimentación Saludable” (Ley 27.642). Y sus objetivos no son solo que podamos saber si un producto tiene exceso de un nutriente crítico, sino garantizar el derecho a la salud y a una alimentación adecuada, así como prevenir la malnutrición en la población y reducir las enfermedades crónicas no transmisibles. 

Es decir que los sellos de advertencia, si bien son parte fundamental de la ley, no la agotan: hay otros tres ejes principales que no se pueden ignorar para debatirla.

El primero es qué pasa en los entornos escolares: según la ley, los alimentos y bebidas que tengan al menos un sello de advertencia no pueden ser vendidos ni promocionados en establecimientos educativos de niveles inicial, primario ni secundario. Además, el Consejo Federal de Educación deberá promover la inclusión de los contenidos mínimos de educación alimentaria nutricional en los establecimientos educativos. Y sí, acá sí hay una prohibición, y podrían decir que nos acercamos a la distopía del principio, ese futuro de alfajores clandestinos. Pero estamos hablando de ambientes escolares, lugares en los que ya está prohibido, por ejemplo, vender cigarrillos o bebidas alcohólicas. ¿Entonces por qué no prohibir también la distribución de comestibles que tengan exceso de nutrientes críticos? Hay trabajos que muestran que las intervenciones de este tipo en las escuelas pueden cambiar hábitos alimentarios y prevenir el desarrollo de sobrepeso y obesidad. 

El segundo eje está relacionado a la publicidad, promoción y patrocinio. Los alimentos y bebidas que tengan al menos un sello de advertencia no pueden tener publicidad dirigida a niños, niñas y adolescentes. En la publicidad dirigida a la población adulta, los sellos deben estar claros y visibles, y no pueden incluirse personajes infantiles, animaciones, celebridades, mascotas ni otros personajes. Porque si algún día querés desayunar un yogur con exceso de azúcares está perfecto, pero lo que no está bien es que lo hagas creyendo que eso es lo que come Messi todos los días y que te va a dar las energías necesarias para correr noventa minutos sin parar. 

Los alimentos y bebidas sin alcohol que tengan al menos un sello tampoco pueden prometer la entrega de premios ni regalos, físicos o digitales, no pueden participar en concursos o eventos culturales, ni tener en el envase logos o avales de sociedades científicas o médicas. Tampoco pueden entregarse de forma gratuita ni promover su compra para hacer donaciones. Y sí, yo recuerdo con nostalgia los tazos y las tolas que venían en los paquetes de papas fritas en mi infancia, pero también es cierto que muchas veces pedía que me compraran papas fritas sólo por el tazo. Por suerte, la ley no anula retroactivamente los recuerdos felices de armar un juguete comiendo chocolate, sólo mitiga las posibilidades de que una personita chiquita venga a demandar que le compren un combo con hipertensión sorpresa.

Por último, la ley implica el compromiso del Estado para que la asistencia alimentaria sea de calidad. Hoy en día, y con el 40% de la población bajo la línea de pobreza, el Estado es el principal promotor de la malnutrición a nivel nacional. En Argentina, la alimentación de calidad es un privilegio, y la implementación de la ley tiene que promover que se convierta en un derecho. Tanto en los programas de precios cuidados como en las compras de alimentos para escuelas y comedores comunitarios, hoy abundan los productos ultra procesados. Con la aplicación de la ley, el Estado tiene que priorizar la compra de productos que no tengan sellos.  

En resumen, el verdadero objetivo de la ley es que los hábitos alimenticios de la población argentina cambien para disminuir el riesgo de enfermedades crónicas no transmisibles. Un paso fundamental para que se den estos cambios es abrir conversaciones sobre qué comemos y qué no, conversaciones que hace rato no se estaban dando y que ahora aparecieron. Este es quizás el primer triunfo de la ley. Los resultados en cuanto a cambios de hábitos (buenos, malos o neutrales) los vamos a conocer recién en algunos años o décadas. Sin embargo, podemos preguntarnos qué esperamos del futuro a partir de lo que pasó en otros países.

 

7/ Cómo seguimos

Chile fue el primer país en implementar este tipo de regulación a nivel nacional. Los autores del mismo trabajo en el que concluyeron que las personas tendemos a subestimar la cantidad de calorías que tiene un producto, también miraron los cambios en los consumos en Chile a partir de la implementación de la ley. Particularmente lo que vieron es que el consumo de los productos con sellos de advertencia bajó en relación a los productos que no tienen sello, es decir que la ley tuvo un impacto en lo que las personas eligen comprar. 

Pero el impacto no fue igual en todos los productos, sino que fue más marcado en los productos de los que los consumidores subestimamos el contenido calórico. ¿Qué significa esto? Que a partir de la ley, las personas siguieron comiendo alfajores cuando tenían ganas de comer alfajores, independientemente de los sellos de advertencia, pero al momento de elegir  qué comprar para llevar a la sala de espera del médico, a menudo dejaron de agarrar un paquete de galletitas de agua pensando que son saludables.

Los autores también vieron que, al implementarse la ley, muchos productos pasaron a tener el contenido justo de nutrientes críticos para quedar por debajo del umbral al que se aplican sellos de advertencia. Y si bien hay quienes interpretan esto como “hecha la ley hecha la trampa”, la realidad es que se trata de un efecto positivo. Al fin y al cabo, es deseable que las formulaciones se modifiquen para que los productos que compramos sean más saludables. En Argentina, por ejemplo, en abril de 2023 ya hay productos que cambiaron sus recetas para no tener ningún sello de advertencia. Y no solo cambiaron las recetas, en las publicidades revalorizan el hecho de estar libres de sellos. Quizás en unos años los estándares de la OPS cambien y los sellos se apliquen en umbrales aún menores a los actuales, y de nuevo, sería completamente deseable que los productores vuelvan a modificar sus recetas.

Por último, en Chile los precios de los productos sin etiquetado aumentaron más que los de los productos con sellos. Es difícil de predecir el efecto económico que va a tener la implementación de la ley en nuestro país, pero comer sano siempre fue más caro y este antecedente refuerza la necesidad de que el Estado garantice el acceso a alimentos reales para todas las personas. Porque tener la información es necesario, pero no es suficiente, si a la hora de comprar la plata no alcanza para elegir la opción saludable.

8/ Alfajor clandestino

¿Entonces? ¿Qué futuro nos espera ahora que decidimos arruinar las góndolas con información un poco más verídica? 

Lo más probable es que si el 5 de marzo de 2030 me encuentra con insomnio sea por una ola de calor sin precedente y no porque estoy rompiendo la ley para ir a comprar un alfajor. 

Lo más probable, también, es que en siete años yo siga comiendo casi la misma cantidad de alfajores que como ahora. Pero quizás a mi sobrino en la colonia no le den una chocolatada que tenga más azúcar que cacao, o a la hija de mi amigo, en el jardín, no la hagan desayunar todos los días sodio a cucharadas. Quizá suena raro decirlo, porque somos animales de costumbres y si a algo nos hemos acostumbrado es al pesimismo, pero qué decirles: es un mundo mejor. 

Esta nota es el producto de conversaciones constantes con las personas que hacen Consciente Colectivo, una organización de militancia socioambiental que trabaja hace tiempo en etiquetado frontal.

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“Cuéntenos su problema”, dice Mariano Grondona. Está cruzado de brazos y no mira a cámara, mira a Karina Urbina. En un rincón del estudio y mirando a cámara, Karina empieza: “Las personas transexuales reivindicamos el derecho al cambio de sexo en Argentina y el posterior reconocimiento legal, ya que el artículo 91 del código penal no nos habilita a cambiar de sexo”. Luego, cuenta un poco más cómo vive: le cuesta encontrar trabajo, no la toman con el nombre que eligió, la policía detiene a las que son como ella, y para probar todo eso, muestra un montón de papeles. 

La cámara vuelve a enfocar a Grondona, que tiene un traje del mismo color que el set: azul marino. El pelo corto, bien peinado hacia un costado, y unos lentes apenas abajo de los ojos acompañan la rigidez con la que intenta explicarle a la audiencia qué es una persona transexual. No está seguro de haberlo logrado.

Luego, introduce a Carlos Jáuregui para que dé su opinión. Frente a Jáuregui —literal y simbólicamente—, un licenciado defenderá el statu quo que impedía, en aquel entonces, el derecho de las personas travestis y trans al reconocimiento legal de su identidad. En el medio —esta vez solo literalmente—, está Grondona. 

Carlos empieza a hablar: “La asociación Gays por los Derechos Civiles nos solidarizamos absolutamente con la causa de Karina. Usted hacía un intento de aproximación a la definición de transexuales, y yo creo que en esto no es básico lo que la ciencia diga. Karina habló muy bien por sí misma y expresó lo que ella siente, y eso es lo que cuenta”. 

Grondona lo interrumpe y dice que entonces el problema es que la legislación argentina considera a Karina un sí mismo, que la considera varón. “Precisamente, ese es el problema”, responde Jáuregui. “Que no toma en cuenta lo que dice Karina”. 

Grondona vuelve a interrumpir, se aplaude con un golpe seco la mano mientras le pide a Karina con insistencia que revele qué dice su documento de identidad. Karina le contesta lo que dice el documento, pero también le cuenta que ella tiene certificados en los que figura que es una mujer. “Bueno”, responde Grondona mientras gira su cuerpo para el otro lado y le pide opinión al licenciado. 

El licenciado Petroni —del cual no conocemos su metier— dice: “No puedo dejar de mencionar lo obvio, que es que esta Karina, como quiere que lo llamen… y ante todo me merece respeto… yo no le hubiese aconsejado que arriesgue su pudor tan peligrosamente, pero yo tengo la obligación de respetarlo, y no solamente la obligación, quiero respetarlo. Y eso significa que tengo que callarme muchas cosas porque está él presente”. Grondona lo interrumpe: “Le dice él”. El licenciado afirma: “Creo que es él”.

Estamos en el año 1992. Hace casi una década que reina la democracia, pero reencontrarle el sentido a esa palabra todavía retuerce a una sociedad diezmada por ocho años de dictadura militar y una guerra completamente inútil. Con la democracia se come, se educa y se cura, había prometido Alfonsín y con esas palabras conquistó a una ciudadanía ávida de libertad, pero que pronto empezó a mostrar la hilacha. ¿Libertad hasta dónde? ¿Para quiénes? 

Casi treinta años antes de que se consiguiera convertir en ley el matrimonio igualitario, mientras la parte represora del Estado continuaba buscando su lugar (o peor, encontrándolo), Carlos Jáuregui iniciaba sus aportes a la gran conquista de derechos de la comunidad LGBT+ en Argentina. 

Jáuregui logró ordenar a una comunidad que vivía su sexualidad en silencio y articular con otra que tenía su identidad de género completamente expuesta, y que por ende era objetivo número uno de la violencia policial. Metió el dedo en la llaga e insistió con la idea de que sin libertad sexual no existe libertad política. 

Tres décadas después de que el licenciado y Grondona estrellaran su sentido común contra una realidad que les resultaba incomprensible, la televisión ha hecho algunos aprendizajes. Y  es que esas tres décadas no pasaron en vano. Enredado entre los hilos de la Historia, pasó Carlos Jáuregui. 

Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad

Carlos Jáuregui nació en septiembre de 1957. Sus años como estudiante de la Licenciatura de Historia, en la Universidad Nacional de La Plata, los cursó durante la dictadura cívico-militar. “Más que un gay típico, parecía un bohemio estudiante de Filosofía y Letras, fumador de cigarrillos negros y fuertes. Sus anteojos gruesos eran su emblema de persona lectora que se quema la vista frente a los libros”, escribió Mabel Bellucci —autora de Orgullo: Carlos Jáuregui, una biografía política— en una nota para la revista Moléculas Malucas. Carlos pasó los últimos años de la dictadura entre Europa y Estados Unidos. Sus amigos cuentan que su estadía en París —donde hizo un posgrado en Historia Medieval a inicios de los años 80—  tuvo un gran impacto en él: “Seguro se debe haber enamorado, porque Carlos se enamoraba todo el tiempo”, cuenta otro amigo, Alejandro Modarelli, y agrega que imagina que fue un novio quien lo acercó al mundo del activismo. Eso puede ser cierto o no. Pero lo seguro es que la primera vez que Jáuregui vio una marcha del colectivo gay-lésbico fue en París. Rompió en llanto desde la esquina donde estaba parado mirando todo. 

En el 82, como diría Moura, la distancia perdió su espesor: Jáuregui volvió a la Argentina, pero ya no era el mismo. Ahora tenía una intuición, un punto de partida. 

La primera organización homosexual en Argentina se llamó Nuestro Mundo y empezó a funcionar en 1967. Las reuniones eran clandestinas y tenían lugar en zona sur: algunas versiones apuntan a un conventillo en Lomas de Zamora y otras, a una casilla en Gerli. El objetivo de Nuestro Mundo era articular reclamos contra la represión policial y judicial, ya que en ese entonces estaban en vigencia edictos que funcionaban desde 1946 y eran usados por la policía para detener y chantajear a homosexuales, travestis y trabajadoras sexuales.

Un poco más tarde, se formó el Frente de Liberación Homosexual, que tuvo su fundación en el barrio porteño de Once, en agosto de 1971, y pronto se fusionó con Nuestro Mundo. Entre sus manifestaciones públicas, se destaca la multitudinaria marcha de 1973, durante el acto de asunción de Héctor Cámpora, en la que el FLH estuvo presente con un enorme cartel que decía: “Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”.

Pero el amor y la igualdad no reinaron. Lo que reinó fue el terror, y en 1976 el frente se disolvió. La dictadura militar empezó a perseguir a sus integrantes, que en la mayoría de los casos tuvieron que exiliarse. 

Cuando Jáuregui volvió al país, al comienzo de esta historia, lo hizo con la intención de conseguir ese objetivo de amor e igualdad. Un objetivo político. Así, en 1984 —mientras Virus lanzaba su disco Relax—, Carlos formaba la Comunidad Homosexual Argentina (CHA).

A poco menos de un mes de su creación, Carlos, junto a otro compañero de la organización, Raúl Soria, fue tapa de la revista Siete días. Sobre ese hito, Modarelli dijo: “Fuimos tapa por primera vez todos los gays argentinos”. Moura podría haber dicho que la boca de Jáuregui pronunció el silencio. 

César Cigliutti —presidente de CHA desde 1996 hasta su fallecimiento, en 2020— relata: “Fue hace 36 años que se fundó la Comunidad Homosexual Argentina en la discoteca Contramano, cansadas de las razzias policiales, de estar en comisarías y cárceles y de vivir con miedo. Yo me uní a los meses, con curiosidad pero seguro de que sería un compromiso serio, porque ya había definido cómo iba a vivir con mi identidad, sin ponerla a consideración de nadie. Fui a la sede y me atendió Carlos Jáuregui y nos fuimos haciendo hermanas. Y terminé coordinando el área de prensa y difusión mientras Carlos enfrentaba a los medios de comunicación, a la sociedad y a nuestra propia comunidad”.

Pero eso no era lo único que enfrentaba Carlos. También enfrentaba a la policía: en 1985 en otra razzia que llevó adelante la Brigada de Moralidad en el boliche Contramano, Jáuregui intentó frenarlos. Les dijo que de ahí no se llevaban a nadie y se puso a cantar el himno nacional argentino. Se los llevaron igual, pero Carlos ya era conocido, y su detención salió en los diarios. Eso permitió que se visibilizara que la comunidad gay estaba siendo víctima de razzias policiales.

Empezaban los peores años de la pandemia de VIH-SIDA y la CHA tuvo que aprender sobre virología. Los primeros casos del virus se conocieron en el país en 1982 y la mayoría se concentraron en el Hospital Juan Fernández (CABA): solo había dos médicos infectólogos que atendían algunos días a la semana, no había insumos y los tratamientos eran muy caros. Por esto, las tareas de la CHA fueron sumamente importantes para concientizar y contener a aquellas personas que estaban transitando la enfermedad: el Estado le prestaba poca o nula atención al VIH en ese momento.

En el 87, organizaron la primera campaña sobre SIDA desarrollada por una ONG en nuestro país, que se llamó “¡Stop Sida!”. Como el Estado aún especulaba con algunas características de este virus, la CHA organizó charlas en centros de salud y repartió tanto información como preservativos en la vía pública en Buenos Aires.

La Fundación Huésped se creó dos años después, en el 89. A los pocos meses se sumó a trabajar Roberto Jáuregui, el hermano de Carlos, la primera persona en el país en hacer público que vivía con VIH. El contexto era cruel con quienes tenían el virus: era difícil conseguir medicación, el trato de la sociedad no era bueno y el panorama, bastante oscuro. En una entrevista en la televisión, hablando del miedo y la discriminación, Roberto lo definió de la forma más clara posible: “Hay personas que mueren civilmente antes de morir clínicamente”. 

Frente a esto, tanto Carlos como Roberto —el primero desde un rol más amplio, el segundo,  concentrado en la causa del VIH—, lo que hicieron fue, justamente, visibilizar. Dejar de camuflarse con el entorno, alzar la voz y pasar al frente a mostrar que había otras vidas siendo vividas. Como muestra el testimonio de César Cigliutti, Carlos no solo daba esa batalla hacia afuera, hacia los medios, hacia la policía, hacia el ámbito jurídico, sino también hacia dentro, hacia la propia comunidad. “Lo que hace Carlos Jáuregui es transformar la vieja homosexualidad, que era una experiencia muda. La gente sufría, pero sin saber por qué. A la colectividad sufriente la transformó en una comunidad discriminada”, analiza el sociólogo Ernesto Meccia en el documental Un puto inolvidable.

Jáuregui se retiró de la presidencia de la CHA en 1987. Finalizó su mandato, pero no volvió a presentar candidatura. Según entendió, la manera de apostar por la visibilidad era volverse él mismo un sujeto práctico de esta militancia. Sin embargo, hacia el interior de la comunidad, no todos podían, no todos querían ser visibles por diferentes cuestiones; y esa diferencia generaba divisiones. Era una dinámica que atentaba contra la construcción del movimiento.

Ese mismo año, Jáuregui presentó su libro La homosexualidad en Argentina, donde por primera vez apareció la mención del número 400, referido a los homosexuales detenidos-desaparecidos de la última dictadura militar: “El dato estadístico no es oficial (…) pero uno de los integrantes responsables de la CONADEP afirma la existencia de, por lo menos, 400 homosexuales integrando la lista del horror. El trato que recibieron, nos informó, fue similar al de los compañeros judíos desaparecidos: especialmente sádico y violento. (…) Son, solamente, cuatrocientos de los treinta mil gritos de justicia que laten en nuestro corazón”. Jáuregui le dedicó el libro a las Abuelas de Plaza de Mayo, a sus compañeros de militancia y a su pareja, Pablo Azcona. Un año después, Pablo moría por causas relacionadas al VIH. 

Carlos y Pablo se habían conocido el 21 de septiembre de 1984 en un boliche: “Veintidós días antes de que yo cumpliera 27 años. Pablo, entonces, tenía 42. Desde ese día, hasta el día de su muerte no nos volvimos a separar”, dice el texto “Por amor a Pablo Azcona”, que Jáuregui le escribió poquito después de su muerte, el 1 de junio de 1988. Ambos convivían en un departamento que le pertenecía a Pablo y que, apenas horas después de su deceso, su familia quiso recuperar. “Años atrás, la represión policial era nuestra principal preocupación. A partir del sida, nuestro mayor problema es la herencia”, diría Carlos años más tarde.

Durante los meses siguientes, Carlos giró por sillones de amigos hasta que se mudó casi definitivamente a la emblemática casa de la calle Paraná —en la que vivió ocho años—, que sus amigos César Cigliutti y Marcelo Ferreyra habían comprado hacía poco. Esa casa tenía una suerte de apertura al público: todos los viernes se celebraban cenas donde se hablaba de activismo. “De esas conversaciones surgieron Gays por los Derechos Civiles (Gays DC), las Marchas del Orgullo y tantos otros aciertos”, cuenta Marcelo.

Con la casa de Paraná como centro neurálgico de operaciones, en 1991 empieza a funcionar Gays DC. Esta organización tuvo como norte el reconocimiento jurídico de los derechos de la Comunidad LGBT+ y fue muy innovadora porque incluyó personas lesbianas, travestis y trans. Uno de sus tantos objetivos fue tener una gran presencia en los medios de comunicación —la entrevista televisiva que abre esta nota es de 1992— y a su vez fortalecer la comunicación hacia dentro de la comunidad. 

La visibilidad, en un contexto de preocupación por varios asesinatos a personas de la comunidad, era fundamental. Por eso, un día, Carlos le dijo a César que ya era hora de hacer una marcha en Buenos Aires. A partir de esa intuición, nació el debate de cómo debía llamarse la marcha: Jáuregui quería que fuera la “marcha de la dignidad” y Cigliutti “del orgullo”, porque le parecía una palabra “muy fuerte, porque es lo opuesto a la vergüenza, digamos eso: que orgullo es nuestra respuesta a la vergüenza que quisieron imponernos”. Jáuregui terminó de acuñar la frase que se convertiría en emblema cuando le agregó el adjetivo: “En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”. 

Salir del agujero interior

Aquel 3 de julio de 1992 se celebró en Argentina por primera vez la Marcha del Orgullo. Hacía mucho frío y la convocatoria fue de noche: fue una marcha pequeña, había gente con máscaras porque tenían miedo de las detenciones policiales, que las reconocieran y perdieran el trabajo. Todavía no tenían plata para armar las famosas carrozas que hoy en día marcan el ritmo de la marcha. 

En una publicación que data del 9 de julio de 1992, la revista FLASH recopila diferentes testimonios de personas que asistieron a la marcha. Es una única página, pero alcanza. Porque es una página que reproduce la voz de lesbianas, de transexuales. Y dice cosas como: 

“Vine a la marcha con máscara y con el pelo tirante para que no me reconozcan. Mi compañera no tiene problemas en exponerse porque trabaja en forma independiente. Ella está delante de la marcha. Pero yo no puedo hacerlo porque soy maestra y el sistema considera que las lesbianas no servimos como educadoras”. Otro testimonio dice: “Nosotras vinimos a la marcha a reclamar que nos permitan cambiarnos el nombre y la referencia al sexo en nuestros documentos de identidad y que, para todos los efectos, se nos reconozca como mujeres. Es tétrico tener que hacer fila, por ejemplo, para votar en una mesa masculina. Nos hacen pasar por una vergüenza espantosa y nos obligan a convertirnos en infractoras para no pasar ese papelón. Nos quitan de esa manera hasta el derecho de votar”.

Marcelo Benítez y Karina Urbina en Paraná preparando máscaras para la Segunda Marcha del Orgullo. Junio de 1993. Fuente: Moléculas Malucas

En esa primera marcha, Gustavo le manifestó a Carlos cierta preocupación por la poca asistencia. Carlos le contestó que era cuestión de tiempo. No se equivocó. Al día de hoy, la Marcha del Orgullo se convirtió en un evento masivo: pasó de 300 personas a más de 300.000, con un pico de 500.000 en la convocatoria de 2019.

Desde 1992 hasta 1996, las marchas se realizaron en junio, mes del orgullo en el mundo. A partir de 1997, pasaron a celebrarse los primeros sábados de noviembre —como hasta ahora— para cuidar del frío invernal a las personas que vivían y viven con el virus del VIH. Y, de paso, conmemorar la creación de Nuestro Mundo, que para ese momento cumplía 30 años. 

Entre esos años, muchas cosas pasaron en la vida de Carlos. Una de las más significativas fue la muerte de su hermano Roberto, en enero de 1994, por causas relacionadas al VIH. Página/12 publicó un texto en el que Carlos se despedía de su testigo de la infancia, de su compañero de militancia en la adultez. Comienza así: “Tuve, acaso, dos hermanos. Uno se fundió en el otro un día de junio de 1989. El Sida ya formaba parte de su cuerpo, de todo él. 45 kilos de peso, convulsiones, una muerte segura. Lo recuerdo sentándose en la cama, la barba mal crecida, las palabras brotando, pastosas. No, voy a hacer algo, así no me voy a morir. Así, era una muerte individual, trascendente para unos pocos queridos. Así era una muerte que a él no le servía. Ese día mi hermano fue mi amigo y, mi amigo, mi compañero militante. La Fundación Huésped fue el lugar elegido para expresar su ironía, sus certezas, sus amores. La vida comenzó, entonces, a ser otra cosa”.

Dos años y medio después, un 20 de agosto, murió Carlos Jáuregui. Sus amigos coinciden en que después de la marcha de 1996 el deterioro en su cuerpo, por cuestiones relacionadas al VIH, era muy notorio. Sus últimos días los pasó en el sillón del living de la casa de Paraná en lugar de en su dormitorio. Rodeado de sus amigos, murió agarrado de la mano de César Cigliutti. Poco tiempo después del fallecimiento de Pablo, Carlos escribió un texto muy hermoso en el que relató cómo fue el día en el que se enteró que tenía VIH. Lloró mucho sentado en el Jardín Botánico mientras lo acompañaba una lluvia torrencial: decidió no contárselo a nadie, no quería preocupar a su pareja, que estaba mostrando los primeros síntomas de la enfermedad; se levantó y se fue a ver una exposición de cuadros. “El sentido de la vida es más vida”, escribió, “me voy a morir el día que esté aburrido”. 

Por donde marcha la política

Diez días después de su muerte, la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires incluyó la orientación sexual y la identidad de género como causal antidiscriminatoria. Esto fue recibido por los amigos de Jáuregui como una especie de homenaje a su vida. 

El inicio de los 2000 fue un punto de inflexión: salir a la calle y poner el cuerpo tomó una relevancia muy grande hacia el interior de cualquier movimiento. El país estalló en una furia inusitada el 19 y 20 de diciembre de 2001, huyó un presidente y tuvimos otros cinco en una semana. A la ciudadanía, lo que se dice de a pie, la atravesó un corralito seguido de una devaluación que tensionó aún más una economía hecha pedazos. 

Lohana Berkins reflexionó sobre esa época y trajo a colación las manifestaciones masivas del 19 y 20 de diciembre: “Y por primera vez, cuando salimos a cacerolear, cuando menos nos miraban, mejor miradas nos sentimos, porque ya no éramos las indecorosas siliconas, las provocativas, éramos minas que estábamos ahí defendiendo contra una agresión abusiva del Estado que involucraba a todos y todas”.

Ya para esa época, las marchas del orgullo comenzaban a tener asistencia de partidos políticos. Luego del 2001, comenzó a torcerse el famoso “que se vayan todos” y el discurso viró a una revalorización de la política, esta vez, con una comunidad LGBT+ mucho más consciente de sí misma.

El recorrido de la Marcha del Orgullo todavía es el mismo: desde Plaza de Mayo hasta el Congreso. Ambos escenarios tienen nombres en reconocimiento a personajes de la comunidad que dedicaron su vida a la militancia por la diversidad: se llaman Carlos Jáuregui y Nadia Echazú, respectivamente. Una de las propuestas, antes de realizar la primera edición de la Marcha, era hacerla por la avenida Santa Fe —zona de yire—, pero la decisión fue categórica: iban a marchar por donde marchaba la política de la República Argentina

Desde el 2010 en adelante, muchos otros derechos se convirtieron en ley: 

  • Ley de Matrimonio Igualitario (2010). El primer antecedente ocurrió en julio del 2003 y fue un suceso histórico no solo para nuestro país, sino para América Latina: César Cigliutti y Marcelo Suntheim inauguraron el registro de Uniones Civiles. En el año 2008, por pedido e insistencia de la CHA nuevamente,  el ANSES aprobó una resolución que reconoce la pensión por fallecimiento a las parejas del mismo sexo. Finalmente, el 15 de julio de 2010 ese derecho se consagró con una ley histórica. Nuestro país fue el número quince en el mundo en sancionar la Ley de Matrimonio Igualitario. 
  • Ley de Identidad de Género (2012). Esta ley permite que una persona pueda modificar sus datos personales en el Registro Nacional de las Personas (RENAPER) y pueda cambiar el nombre, la imagen y el sexo registrado; que pueda acceder a terapias hormonales e intervenciones quirúrgicas totales o parciales para adecuar su cuerpo a la identidad elegida y pueda desarrollar su personalidad de acuerdo con la identidad autopercibida. 
  • Ley de Acceso a la Interrupción Voluntaria del Embarazo (2020). Este derecho fue una subconsigna de la Marcha del Orgullo en varias oportunidades. 
  • Ley de Promoción del Acceso al Empleo Formal para personas Travestis, Transexuales y Transgénero “Diana Sacayán-Lohana Berkins” (2021). Establece que el Estado Nacional en su totalidad, entendido como los tres poderes que lo integran, los Ministerios Públicos, los organismos descentralizados o autárquicos, los entes públicos no estatales y las empresas y sociedades del Estado deben ocupar como mínimo de la totalidad de su personal a un 1% de personas travestis, transexuales y transgénero, en todas las modalidades de contratación regular vigentes. 
  • Ley de Respuesta Integral al VIH, Infecciones de Transmisión Sexual (ITS), Hepatitis Virales y Tuberculosis (2022). Esta es una actualización de la Ley Nacional de SIDA, vigente desde 1990. Tiene por novedad un enfoque integral —de género y de derechos humanos— que busca brindar contención e información para derribar prejuicios y situaciones de discriminación.

Treinta años después de Grondona

Sin la tele no se puede, pero con la tele, definitivamente, no alcanza: la discusión de la ampliación de derechos en los medios de comunicación —especialmente en la televisión por su carácter tanto conservador como espectacular— es una exposición a cielo abierto de la complejidad de variables que revisten estos procesos: intereses de operadores, de grupos empresarios y también de comunidades. Esto último es probablemente una de las cosas que más rápido tuvo en cuenta Jáuregui cuando decidió dar la discusión públicamente en los 80: su lucidez estratégica fue la de hablarle a su comunidad —a la par que la construía— mientras comenzaba a disputarle terreno a quienes no pensaban como él ni tenían intención de aliarse en sus reclamos. 

“La política de darse a conocer es el recurso más fuerte con que ha contado el movimiento gay”, dijo en un reportaje. Y al día de hoy, el movimiento LGBT sigue utilizando ese recurso. 

Sin embargo, la televisión ha cambiado. El rating ya no es el valor que ordena todas las cosas. Y en general se cree que es un medio en decadencia. Pero lo cierto es que sigue vigente. La televisión representa la potencia de llegada que tienen algunos discursos, aunque no deje de hablarle a los convencidos. El daño verdadero es el que se disemina luego en otras plataformas (en forma de tweet, de posteo de Instagram, de video en TikTok). Y cuando el daño ya está hecho, cuando la barbaridad ya ronda por el aire, solo se puede intentar desarmarla, intentar amparar con información y argumentos el exabrupto de alguien que capitaliza un trending topic por dos horas. 

En marzo de este año la (¿ex?) mediática y actual diputada provincial por Santa Fe Amalia Granata dijo en Mañanísima, el programa que conduce Carmen Barbieri, que ella no necesitaba ninguna marcha por ser mujer, porque no quería privilegios por serlo, y que “en el Ministerio de la Mujer, Diversidad y Género, está la lucha de las mujeres, los trans e ingresan proyectos para darle más derechos a los trans, o porque son trans darles viviendas gratis. A ver, sos trans, no tenés ninguna incapacidad para ir a trabajar y pagarte por tus propios medios tu tratamiento de hormonización. Nosotros desde el Estado no podemos pagarles cuando ellos pueden ir a trabajar tranquilamente”.

Flor de la V recogió el guante y le contestó en Intrusos. La escena, reducida a su mínima expresión, no es nueva: una persona trans hablando su verdad en televisión es algo que ya estaba presente en el programa de Grondona. Pero las diferencias son evidentes: esta vez, el lugar que esa persona ocupa en el set no es en un margen, sino en el centro: conduce el programa. Alrededor suyo hay un panel conformado por varias personas que durante el editorial prácticamente no van a emitir palabra, suman algún comentario pero la miran y escuchan con atención. Y lo que escuchan es a Flor de la V diciendo que no quiere politizar el tema, pero que eso se volvió imposible. Que el Estado y la sociedad por años dejaron de lado a la población trans, que hay estadísticas hace muy poco, que siguen sufriendo violencia policial, que hay una gran dificultad para conseguir trabajo, que la esperanza de vida es de 40 años, que muchas personas trans carecen de redes familiares que las contengan y que son echadas de sus casas por vivir con su identidad autopercibida. 

Y también que creía que con un documento que dijera su nombre, Florencia Trinidad, iba a bastar para conseguir trabajo, y no pasó. Por eso existe la Ley de Cupo Laboral Trans que impulsaron Diana Sacayán y Lohana Berkins: “El Estado no nos está haciendo un favor, el Estado está por primera vez haciendo una reparación histórica”, cerró. 

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Oíd mortales https://elgatoylacaja.com/oid-mortales https://elgatoylacaja.com/oid-mortales#comments Thu, 25 Aug 2022 14:29:34 +0000 https://elgatoylacaja.com/?post_type=nopublicadas&p=31238

[audiobutton name=”Escuchar” url=”https://p.scdn.co/mp3-preview/c87adb85e763bcb199c5e13b652232fdd59c822d?cid=774b29d4f13844c495f206cafdad9c86″]

Veinte años pasaron. Veinte años desde el lanzamiento de ese estribillo ubicuo, autoprofético, que en el mismo acto de decir lo que deseaba, lo conseguía. La banda era (todavía es) latina, ensamblada en Miami y devuelta hacia el sur en forma de ondas que repetían una y otra vez, en todas las frecuencias posibles, los mismos versos, la voluntad de tener éxito en un sistema cultural dominado por un aparatito indomable: la radio. Y Los Bacilos —así se llama la banda— tuvieron éxito, eso no se puede negar. 

Pero lo cierto es que Gardel estaba equivocado y veinte años es un montón de tiempo. Al menos en estos últimos veinte pasaron muchísimas cosas: ya casi nadie sabe quiénes son los Bacilos, el primer millón que ganaron hoy vale muchísimo menos y, para colmo, la radio (el dispositivo cultural, no sólo el aparatito) dio un paso al costado y le cedió terreno a nuevas tecnologías y formas de consumo. Estamos hablando de apps de música y podcasts, la más famosa: Spotify. 

Si ahora un artista quisiera reescribir el hit “Mi primer millón”, debería aggiornarlo. Decir, por ejemplo: Yo sólo quiero pegar en Spotify para ganar mi primera suma de dinero significativa, preferentemente en dólares porque se devalúan más despacio. El problema es que eso no luce como un hit. Porque lo más importante de un hit es que entre en algún tipo de resonancia con su época. Esa resonancia va más allá del tema del que habla y tiene mucho que ver con la forma. Ahora este es mi trabajo, for free no te doy ni un abrazo, pesos no me sirven, paso… ya es otra cosa. Suena más actual, por lo menos. 

De cualquier modo, la ambición de los artistas no es solo financiera. Hay otras cosas en juego, cosas que tienen que ver con el arte, el prestigio, el público…  ¿Quién puede culparlos? No hay nada más común que el deseo de ser especial y, en este caso, ser especial significa triunfar. Triunfar, volverse influyente, destacarse. Subirse al escenario de alguien más grande. Tender puentes improbables y alucinantes. Probar las mieles del éxito de las que, como todo el mundo sabe, no comen las hormigas. 

Pero ¿qué significa ser un artista exitoso? ¿Cómo se juega ese juego? ¿Hay un modo medianamente objetivo de saber quién es el o la artista más influyente? La app no lo dice. Las empresas que organizan los festivales sí lo dicen, pero nadie les cree. ¿Cómo podemos averiguarlo? ¿Cómo se mide el brillo de una estrella? 

Pídeme un lucero y tendrás diez mil estrellas

El universo es grande, muy grande. Y en su interior contiene una cantidad exorbitante de artistas. Así que, para entenderlo mejor, elegimos recortarlo y mirar una sola parte: la de quienes hacen música en español. 

Pero a esta parte la volvimos a recortar: vamos a buscar el artista más influyente de la música en español solo entre quienes tengan una popularidad por encima de 50 en Spotify y que hayan hecho, por lo menos, una colaboración con otro artista de la lista. El recorte de la popularidad tiene que ver con el paso del tiempo. La app puntúa la popularidad de los artistas según cuánto y cuándo son escuchados, y les asigna un valor entre 0 y 100. Así, alguien que recibió muchas escuchas en el pasado va a ser menos popular que alguien que recibe muchas escuchas hoy, pero más popular que alguien a quien directamente se escucha poco. Este criterio nos impide caer en el error de pensar que el artista más exitoso hoy en día es Beethoven solamente porque la novena sinfonía lleva doscientos años de escuchas acumuladas. El otro recorte, el de las colaboraciones, parte de la idea de que no se puede ser influyente a solas. La misma definición de influencia (esto lo veremos más adelante) implica un impacto en otros artistas. Considerar las obras en colaboración nos permite convertir esto en algo medible. 

El resultado final del recorte nos deja con 864 artistas y 6.400 obras en colaboración. Un universo mucho más chico pero aún desordenado. Para sacar belleza de este caos necesitamos algo más. Necesitamos transformar nuestra pregunta inicial (“¿Quién es más influyente?”) en una pregunta, o varias, que sí podamos responder.  

Mirá mamá, estoy arriba

Una solución simple y elegante es preguntarnos primero quién tiene más seguidores en Spotify. El o la artista más influyente será quien encabece ese ranking, ordenado descendientemente en base a la cantidad de seguidores que tiene en la app. Con este criterio, la respuesta es fácil: Bad Bunny es el artista más influyente.


Pero, por lo menos, hay algo sospechoso en este criterio. ¿Es tan transparente la relación entre seguidores e influencia? ¿Es lo mismo ser escuchado una vez por muchas personas que ser escuchado por menos personas muchas veces? ¿Por qué no tomamos directamente el valor de popularidad tal como lo asigna la app? De hecho, lo hicimos:


La magia sigue intacta. Bad Bunny continúa en su puesto y como diría el ahora doblemente coronado Rey de la escena musical en español de Spotify: “Si tu novio no te mama el culo, pa’ eso que no mame” (no fue posible encontrar una cita del autor que aplicara al contexto). Pero los puestos subsiguientes cambiaron. En algunos casos, cambiaron mucho. Al modificar el criterio del ranking, J Balvin descendió del segundo al tercer puesto, y Rauw Alejandro trepó del decimoquinto al segundo. La cosa de pronto se puso inestable. Según el criterio que utilicemos, el ranking cambia. Necesitamos un criterio mejor. Y para encontrarlo, necesitamos recordar que las estrellas no se organizan en listas, sino en campos. 

Convertir los campos en ciudad

La sociología de Bourdieu entiende que las relaciones sociales están estructuradas en sistemas que él denomina “campos”, espacios de acción con sus propias reglas, donde los diversos actores desatan luchas y establecen alianzas con el objetivo de ganar un bien simbólico: el prestigio. No existe el prestigio fuera de un campo determinado porque el prestigio (que podemos asociar al éxito y la influencia) está otorgado por el reconocimiento de los otros actores del campo. Es parte de un sistema de valores que se construye hacia dentro y tiene que ver con justificar la propia existencia allí. Del mismo modo, pertenecer o no pertenecer al campo es una decisión que los demás toman sobre uno. Y dominar el centro, es dominar el campo. 

Los rankings anteriores (y los rankings en general) fracasan a la hora de reflejar esas alianzas, esas tensiones. Poner un valor encima de otro no nos dice mucho acerca de cómo esos valores se relacionan entre sí, y por lo tanto no nos sirven para entender cómo se estructuran las relaciones dentro del campo musical en español de Spotify.

Lo que tenemos que hacer, entonces, es un poco de cartografía. Dibujar el campo. Tejer la red. Y para eso contamos con una herramienta con la que Bourdieu no alcanzó a soñar: ciencia de datos y grafos.

¿Cómo hicimos el mapa?

Primero, bajamos la lista de todos los artistas iberoamericanos que tienen colaboraciones con otros artistas y empezamos a dibujar esas colaboraciones.

Así, línea tras línea, armamos el gran mapa de la música en español.


El asunto empieza a tomar forma. Tenemos nodos (artistas) relacionados entre sí a partir de aristas (colaboraciones). Empezamos a identificar islas, clusters, zonas de mayor densidad que podrían corresponder a géneros musicales. Pero los géneros son codificaciones más o menos arbitrarias, resultados de un consenso que nos ayuda a poner discos en una determinada estantería o bien, su equivalente, ponerle tags a obras subidas a internet. Lo que vemos en este mapa es otra cosa: la agrupación “natural” entre artistas a partir de colaboraciones, es decir, sus alianzas concretas, explícitas, cristalizadas en un producto (que, solo a veces, alcanza la categoría de temazo). En todo caso, podríamos pensar que es más probable que dos artistas que comparten un mismo género colaboren entre sí que dos artistas que hacen música completamente diferente. 

Pero, de lejos, todas las estrellas parecen iguales. Empecemos a interrogar un poco este firmamento. Veamos el mapa más de cerca.

Cuando tú y yo nos juntamo’

Bizarrap es, probablemente, el caso emblemático para hablar de colaboraciones. Su obra más conocida son sesiones musicales (numeradas, como los opus de los músicos clásicos), en conjunto con otros artistas: L-Gante, Nicky Jam, Villano Antillano, Nicki Nicole, Trueno, Cazzu, Nathy Peluso, Residente, Paulo Londra, y la lista sigue y sigue. En esas sesiones, el artista invitado es el protagonista y Bizarrap realiza la pre y post producción musical, sin embargo las sesiones son conocidas con su nombre y tienen mucha repercusión entre la audiencia. Algo de eso trae desde sus orígenes: tras un comienzo solitario en YouTube, donde subía mezclas propias de batallas de freestyle, su popularidad se disparó y pronto muchos artistas lo convocaron para que les remixara sus canciones. Bizarrap descubrió (y ejecutó) lo que Bourdieu había anunciado hacía décadas: la centralidad en el campo se consigue estableciendo alianzas. Esto, en nuestro gráfico, se expresa como el grado de cada nodo. 

Así luce el campo si los artistas con más cantidad de colaboraciones se muestran más grandes. 

Lo primero que salta a la vista es una zona que parece tener que ver con el reggaeton y la música urbana. En el centro, Farruko, Arkangel, De la Ghetto… artistas con muchísimas colaboraciones, aunque casi siempre con otros artistas del mismo cluster. Pero nuestra pregunta no es únicamente sobre el cielo que brilla en la isla del Reggaeton, es sobre todo el universo de la música en español de Spotify. No sabemos si Farruko tiene la capacidad de conectar bien (y mucho) con nodos más alejados, si puede tender puentes entre clusters. Por lo tanto, en términos de Bourdieu, podríamos pensar que estos artistas son buenos centros en el subcampo reggaetonero, pero que tal vez no funcionan tan bien mirando el universo completo que recortamos. De mínima, sería arriesgado afirmar que tienen influencia en artistas más alejados. 

Aún así, parece que hacemos progresos. Sigamos por este camino.  

Quiero elegir del mapa un lugar sin nombre a donde ir

Existe una hipótesis —ideada por un escritor húngaro en 1930— que dice que todas las personas del mundo estamos a un máximo de seis grados de separación de cualquier otra. Es decir que, a partir de cinco vínculos, cinco saltos de un conocido a otro, podemos conectar a dos personas cualquiera, sin importar donde vivan ni qué hagan. Posteriores investigaciones determinaron que, aunque en algunos casos el número puede ser muy superior, en promedio hablar de seis grados es bastante certero, e incluso tal vez pueda ser un poco menos. 

La versión en miniatura de esta idea es el juego de Kevin Bacon: se supone que partiendo de cualquier personalidad (grande o pequeña) del mundo del cine, es posible llegar mediante saltos sucesivos (películas en las que dos personas hayan trabajado juntas) hasta Kevin en tan solo seis pasos. Lo llamativo es que estos seis grados de separación funcionan bien en un universo muy grande como, por ejemplo, toda la población mundial, pero no tanto en universos pequeños. Esto es así porque a medida que se salta de un nivel al otro, aumenta también, exponencialmente, la cantidad de vínculos posibles. Lograr el mismo resultado en un universo más pequeño (como Hollywood) es toda una hazaña. 

En Hollywood, Kevin es el centro del laberinto y toma seis pasos o menos ir desde él hasta cualquier otro lugar. Esto significa que Kevin tiene una baja excentricidad, o sea que desde él se puede llegar casi hasta cualquier confín del grafo. Esta característica, que puede interpretarse como otra forma de cuantificar la influencia en un contexto de redes, se llama centralidad de intermediación: para ir de un nodo de la red a otro, aunque esté medianamente alejado, lo más probable es que haya que pasar por él (como ocurre, por ejemplo, en cualquier centro de trasbordo frecuente en una red de transporte).

Bien, en la red que estamos analizando, nuestro Kevin Bacon, nuestro Cabildo y Juramento, es el Duki. En una casualidad coqueta pero relevante para la trama, podemos ir desde Duki hasta cualquier parte del grafo de colaboraciones en idénticos 6 pasos. 

De atrás corren Farruko, Wisin, Carlos Rivera y Andrés Calamaro. Igual, no tan de atrás. Mucho más atrás vienen las mujeres, que al parecer no tienen tanta centralidad como sus contrapartes masculinas y eso debería decirnos algo acerca de cómo se produce la música, nuestras formas de consumo y la perpetuación de ciertas relaciones de poder en espacios culturales, pero semejante elefante en el living es material para otro análisis diferente al que propone este texto. 

Cabe preguntarse acá: ¿Qué pasó con Bizarrap? ¿Por qué alguien que hizo su carrera a partir de colaboraciones no aparece destacado en este gráfico? Ocurre que Bizarrap realiza muchas colaboraciones con artistas muy cercanos en su posición en el mapa. Esto no sirve tanto para construir influencia y ganar centralidad en el campo como sí lo harían las colaboraciones largas y extrañas. Duki tiene colaboraciones bien distantes, por ejemplo, con Vicentico. Una sola colaboración de Bizarrap con alguien bien lejano podría cambiar mucho su centralidad (nos permitimos proponer una colaboración con Soledad en una especie de revoleo de poncho digital con ambición de conquista). 

Así como antes veíamos a Farruko construir centralidad en un sector bastante endogámico del campo (el cluster más asociado al reggaeton y la música urbana), ahora se destacan los artistas que pueden conectar clusters distintos, tender puentes entre miembros más alejados del campo y así convertirse en “cuellos de botella” o pasos más transitados. En el cielo de las estrellas, son verdaderos armadores de constelaciones. 

En esta liga, yo sería LeBron 

Entonces tenemos un universo recortado, manejable y medible. Y tenemos cuatro criterios posibles para establecer quién tiene mayor influencia o, dicho de otro modo, quién domina el centro del campo: cantidad de seguidores, popularidad, grado y centralidad de intermediación. ¿Cuál de estos criterios elegimos para determinar un vencedor? Depende mucho de cuál pensemos que es el rasgo principal de un artista exitoso. Cantidad de seguidores y popularidad son la respuesta más evidente, pero la idea de campo y centralidad que tomamos de Bourdieu parece mucho más adecuada para evaluar influencia. Podríamos decir, entonces, que Bad Bunny es el artista más popular. Pero que la estrella más brillante de este retazo de cielo es EL DUKI. 

Estoy donde yo le’ dije que iba a estar
¿Ustede’ dónde están? No lo’ veo (yay, yay)


¿Te gustaría navegar este universo? Acá compartimos el mapa interactivo para que hagas tu propio viaje y, quizás, descubras música que no conocías. Realmente queremos que te rías y decirte que es un juego nomás:


Últimas aclaraciones: ¿Tu artista favorito no aparece en este mapa? No te preocupes, esta es una construcción que interpreta y reduce a una versión expresable una realidad mucho más compleja. Una de esas complejidades, no menor, tiene que ver con que el campo es dinámico. Todo el tiempo aparecen y desaparecen actores, se forjan nuevas alianzas y se desatan batallas por un capital que es, en definitiva, intangible. Este es un análisis estático y, por lo tanto, no recupera la historicidad y los cambios que pueden haber sucedido previamente o en el tiempo entre que se publica y finalmente es leído. Por último, no hay en este análisis ningún tipo de valoración estética del trabajo de estos artistas. Es una foto cenital que fue sacada, lo que se dice, por amor al arte. Y a los datos.

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Quizás, quizás, quizás https://elgatoylacaja.com/quizas-quizas-quizas https://elgatoylacaja.com/quizas-quizas-quizas#comments Thu, 16 Jun 2022 20:19:12 +0000 https://elgatoylacaja.com/?post_type=nopublicadas&p=31055

Hay cosas que sabemos que sabemos, y otras que sabemos que no sabemos. En el medio, cosas que creemos saber, pero no estamos seguros. Muchas lenguas cuentan con múltiples expresiones para comunicar incerteza en nuestras decisiones o conocimiento. Estas expresiones (‘puede ser’, ‘tal vez’, ‘quizas’, ‘seguro’) juegan distintos roles en la toma de decisiones y en la cognición. Por ejemplo, es más probable que salgamos con paraguas si alguien dice ‘estoy seguro de que hoy va a llover’ que si esa misma persona dice ‘quizás hoy llueva’. La confianza afecta qué tan enfáticamente comunicamos nuestras decisiones a otras personas, cómo ponderamos las opiniones ajenas en relación a nuestras propias decisiones, cómo planeamos acciones futuras y qué tanto peso le damos a las opiniones individuales. 

Claro que, cuando conversamos, estamos teniendo en cuenta muchas más cosas que el mero contenido de las palabras que se dicen. Al hablar, nos importa tanto lo dicho como lo no dicho, la relación que tenemos con quien hablamos, el contexto, el tono de las palabras y un sinfín de variables más. Pero, a los fines de este análisis, vamos a quedarnos con el contenido de las palabras. El significado. Desde ese punto de vista, un potencial problema en el uso de expresiones verbales de incerteza es su ambigüedad. Por ejemplo, la expresión ‘puede ser’ representa distintos grados de certeza para distintas personas. La complejidad de este problema se aprecia en los siguientes ejemplos.

Imaginá que debés decidir si someterte a una operación quirúrgica riesgosa y decidiste que lo harás solo si la probabilidad de éxito es mayor al 80%. Supongamos que consultaste a dos médicas acerca de la probabilidad de éxito de la operación. Una consideró que ‘es probable’ que la operación sea exitosa, y la otra que ‘puede ser’ que la operación sea exitosa. ¿Cuál te inspira más confianza? ¿Si sumás ambas opiniones, te está dando una probabilidad mayor a 80%?  

O suponé que sos parte de un jurado que debe decidir si condenar o no a un acusado, y el testigo clave dice estar ‘bastante seguro’ de haber visto al acusado en la escena del crimen. ¿Qué dice este testimonio acerca de la probabilidad de que el acusado haya estado en el lugar? ¿Deberíamos pedirle al testigo que reporte su confianza con expresiones verbales o con números? 

En una investigación que estamos llevando adelante, intentamos entender las diferencias y similitudes entre las expresiones verbales de probabilidad y los reportes numéricos de probabilidad a la hora de comunicar grados de incerteza. Para esto, diseñamos un experimento web en el que les pedimos a más de 8.000 participantes que nos dijeran cómo interpretan distintas expresiones verbales de incerteza y que luego las usaran para comunicar la confianza en una decisión. 

Antes de avanzar con los resultados preliminares, recomendamos atravesar el experimento en primera persona. No es imprescindible para entender lo que sigue, pero te va a dar una experiencia más rica y una mejor apreciación de todo lo que viene a continuación. Si aún no lo hiciste, podés participar acá. Lleva sólo 10 minutos.

¿Es tu ‘quizás’ mi ‘tal vez’?

La primera parte del experimento está basada en investigaciones anteriores similares. Como solemos hacer en nuestros estudios, lo primero que buscamos es reproducir algún resultado conocido para entender si nuestra herramienta y metodología de toma de datos funciona como esperamos.   

Al inicio, presentamos 16 expresiones verbales de incerteza y les pedimos a las personas que indiquen, para cada una de estas, cuál es el valor de probabilidad que mejor captura su significado. Los participantes asignaron a cada expresión un valor de probabilidad en una escala de 0 a 100%. 

A continuación, vemos la distribución de valores numéricos asignados a cada expresión verbal. Las palabras están ordenadas de mayor a menor valor medio (promedio) de probabilidad.

Lo más saliente de este resultado es que existe una gran dispersión respecto a los valores de probabilidad asignados para cada expresión. Es decir, el ‘casi seguro’ de algunas personas es el ‘puede ser’ de otras.

Esta gran dispersión en los valores numéricos que las personas asignan a cada expresión verbal plantea la pregunta de cómo es que nos comunicamos eficientemente si la misma palabra significa distintas cosas para personas distintas

Una respuesta posible es que, de hecho, no nos comunicamos tan eficientemente como creemos. Otra respuesta, más acorde a lo que diversas teorías (lingüísticas, semióticas, etc.) han desarrollado, tiene que ver con que la comunicación es un fenómeno multidimensional que se produce por varios canales a la vez y que nunca, o casi nunca, puede reducirse a un mero correlato entre la información y el código con el que es brindada. 

Pero, en casos donde el rigor es necesario, surge la duda: ya que son tan ambiguas, ¿no podrían evitarse las expresiones verbales para comunicar grados de certeza y, en su lugar, priorizar el uso de números en vez de palabras? Esto, de hecho, se ha intentado en algunos casos específicos. Por ejemplo, el servicio meteorológico nacional de EE.UU. restringe el uso de expresiones verbales de incerteza a valores específicos de probabilidad. Sus meteorólogos sólo pueden usar la expresión ‘leve chance’ (slight chance) de precipitaciones cuando la probabilidad está entre el 10% y el 20%, y la expresión ‘probable’ (likely) solo si la probabilidad estimada está entre el 60% y el 70%. 

Uno de los objetivos de nuestro experimento era evaluar la siguiente hipótesis: las expresiones verbales de probabilidad no son interpretadas como valores puntuales de probabilidad, sino como distribuciones de probabilidad. Según esta hipótesis, la expresión ‘puede ser que X sea cierto’ no significa que ‘X tiene una probabilidad de 30% de ser cierto’ sino que refiere a un rango de valores posibles (o una distribución de probabilidad sobre valores de probabilidad). Si esta hipótesis es correcta, al pedir un reporte puntual de probabilidad para cada expresión verbal, estábamos forzando a los participantes a hacer algo que contradice el uso habitual de estas expresiones.

Para evaluar esta hipótesis, en la siguiente etapa del experimento le pedimos a los participantes que reportaran el rango de valores (mínimo y máximo) que capturase de mejor manera el significado de cada expresión. Incluimos sólo un subconjunto de las expresiones verbales que usamos en la primera parte del experimento.

Lo que descubrimos al hacer esto fue que, en general, los rangos reportados son consistentes con el valor puntual de probabilidad asignado a cada palabra por el participante en la primera parte del experimento. Pero, en algunos casos, el valor puntual de probabilidad quedó fuera del rango reportado por el mismo participante. Dicho de otro modo, hubo casos en los que alguien asignó un grado de probabilidad de, por ejemplo 85% y luego, cuando se le pidió un rango para la misma palabra, le asignó un 60% a 80%. En el 81% de los casos, el valor puntual estaba dentro del rango pero ¿por qué a veces no? Asignar un valor de probabilidad explícito a una expresión verbal no es algo que hagamos cotidianamente y puede tener un componente azaroso, no es como recordar un número de teléfono.

No sé, puede ser

La ventaja de pensar que cada palabra representa una distribución de probabilidades es que no solo nos da una idea de qué valor es más probable que podamos tomar de referencia para saber cuál es el “significado” de esa palabra, sino que también nos habla sobre la incerteza alrededor de ese valor. Y la incerteza es clave cuando nos proponemos combinar distintas expresiones. Por ejemplo, para tomar una decisión cuando una médica dijo que la operación probablemente salga bien y otra dijo que es casi seguro

Cuando partimos de dos distribuciones, se tienen en cuenta no sólo los valores medios sino también cuánta dispersión tienen esas distribuciones. El resultado de combinarlas no es un número sino una nueva distribución de probabilidad. La distribución de menor dispersión (la más angosta) es la que más peso tiene sobre la distribución final resultante. El valor central (el valor medio) resultante no es el promedio de los valores centrales originales, sino que está más cerca del valor medio de la distribución más angosta. Esta forma de combinar distribuciones de probabilidad está dentro de lo que llamamos estadística bayesiana (por el matemático inglés Thomas Bayes).

Nuestra hipótesis es que lo mismo ocurre cuando les presentamos a las personas combinaciones de expresiones de probabilidad: las combinan de esta forma. Dado que existen múltiples procesos cognitivos que son consistentes con una visión bayesiana, esta en principio sería una hipótesis plausible.

Para evaluar cómo las personas combinan expresiones de probabilidad, les presentamos distintos pares de expresiones verbales y les pedimos que reportaran el valor numérico que mejor capturara la combinación de ambas expresiones. Las expresiones a combinar podían ser, por ejemplo, ‘quizás’ y ‘casi seguro’.

Consistente con la predicción de una combinación bayesiana, encontramos que el valor de las combinaciones de expresiones verbales reportado tiende a estar más cerca de la expresión que, dentro de cada par, los participantes juzgaron como menos variable (menor rango o dispersión). En otras palabras, las personas le dieron menos peso en la combinación a la expresión cuyo valor consideraban más incierto.

Parecería ser que las expresiones verbales de incerteza comunican no sólo un valor medio de probabilidad sino también un grado de variabilidad (o dispersión) alrededor de este valor medio. Es decir que cada expresión abarca un rango de valores de probabilidad y las personas usan esta información al interpretar el significado de pares de expresiones.

Decisiones, confianza y el peso de las opiniones ajenas

En la tercera y última etapa del experimento, ensayamos el uso de estas expresiones de probabilidad en la práctica, estudiando cómo la expresiones numéricas y verbales difieren al ser usadas para reportar la confianza que se tiene en una decisión

Les presentamos a las personas diferentes estímulos compuestos por puntos azules y rojos. En cada ensayo, el estímulo era presentado por medio segundo. Luego, las personas reportaban si habían más puntos rojos o azules en el estímulo, y la confianza en que la decisión que tomaron era la correcta. En la mitad de los ensayos el color mayoritario era el azul, y en la otra mitad el color mayoritario era el rojo. La dificultad de la decisión se controló cambiando la proporción de puntos del color mayoritario. Exploramos cuatro niveles de dificultad, ilustrados en la siguiente figura.

Para reportar la confianza en su decisión, algunas personas debían usar números (probabilidad numérica de que la opción elegida fuese correcta) y otras debían usar expresiones verbales.

Luego de reportar la decisión y la confianza para un ensayo, le presentamos a cada persona la decisión y la confianza de otro participante que vio el mismo estímulo. Finalmente, las personas tenían que volver a reportar su decisión y su confianza, luego de ver la opinión del otro participante, lo que les permitía modificar sus decisiones iniciales si así lo quisieran. 

El primer resultado (esperable) es que hay más decisiones correctas cuando los ensayos son más fáciles, es decir, cuando la diferencia entre el número de puntos azules y rojos es mayor. Además, la performance no cambia mucho si tomamos la respuesta final dada por los participantes luego de ver la opinión ajena, solo mejora un poco.

Pero ¿es porque la valoración de otros no ayuda tanto o porque las personas no le dan suficiente peso a las opiniones ajenas al revisar su opinión inicial? Si en cada caso, ante la repregunta, las personas hubieran elegido la opinión emitida con mayor confianza independientemente de si era la propia o la ajena, la precisión obtenida sería mucho mayor. O sea que la opinión ajena ayudaba a tener un mejor resultado pero se le dio menos importancia que lo que debería. En este experimento de puntos y colores, la mejor opción era confiar siempre en quién tuviera más convicción. Pero no siempre tiene que ser así, fuera del laboratorio (virtual en este caso), las personas pueden reportar alta confianza en sus decisiones no solo por estar convencidos de que la opción escogida es correcta, sino para, por ejemplo influenciar a otras personas o ser vistos como personas capaces o asertivas. Por ejemplo, un agente de inversiones que dice no saber si las acciones van a subir o bajar no va a tener muchos clientes. Esto puede hacer que las personas crean menos en la confianza ajena que en la propia, a pesar de que, en nuestro experimento, este comportamiento no sea el óptimo. 

Después de encontrar estos resultados, quisimos ver cómo cambiaba la probabilidad de corregir un error según la expresión elegida por el usuario para describir su confianza inicial. Se ve que en todos estos casos, la probabilidad de cambiar de opinión es baja, menor al 25%, consistente con el resultado anterior que sugería que las personas son menos influenciadas por las decisiones ajenas de lo que deberían para acertar al color mayoritario.

Probabilidad de corregir un error inicial según la expresión elegida para reportar confianza. Solo incluimos decisiones en las que el otro participante reportó la decisión correcta.

Hechos y palabras

En la primera parte del experimento vimos que los valores de probabilidad asignados a cada expresión verbal variaban mucho entre personas. Es decir, a la misma expresión (por ejemplo, ‘seguro’), algunas personas le asignan una probabilidad numérica mayor que otras. Ahora vamos a evaluar si esta variabilidad refleja verdaderamente diferencias individuales en el uso ‘real’ de las expresiones verbales en un contexto concreto. Si una persona considera que la expresión ‘seguro’ solo representa casos donde la probabilidad de estar en lo correcto en el juego de los puntitos es, por ejemplo, mayor a 95%, deberíamos ver que la precisión de sus decisiones sea muy alta cada vez que elige la palabra ‘seguro’ para describir su confianza. Por el contrario, si otra persona considera que ‘seguro’ puede usarse para probabilidades cercanas a, por ejemplo, 70%, entonces en los casos en los que utilice esta expresión va a ser (en promedio) menos precisa que el participante que la use sólo cuando esté más convencido. 

Para estudiar esto, dividimos a los participantes en 5 percentiles según la probabilidad asignada a cada expresión en la primera etapa del experimento. Luego, graficamos la performance al usar esta palabra (es decir, cuán precisa fue la decisión) en función del promedio del valor asignado a la palabra en la parte inicial del experimento. Lo que vemos en la figura es justamente lo que esperábamos: personas que, por ejemplo, asignaron una probabilidad de 100 para la palabra ‘seguro’, luego la usaron para situaciones donde la precisión de su decisión es muy alta. Mientras que personas que le asignaron una probabilidad de 70, la usaron para reportar confianza en decisiones donde la precisión fue menor. Por lo tanto, la variabilidad individual (mostrada en la primera parte del experimento) refleja diferencias individuales en el uso de las expresiones verbales de incerteza. 

Conclusión

Las personas tenemos la capacidad de asignar grados de certeza a nuestras creencias y afirmaciones, lo que nos permite razonar sobre proposiciones que no pueden clasificarse simplemente como verdaderas o falsas. Central a esta capacidad es el concepto de probabilidad como forma de representar grados de creencia. Las personas contamos con dos sistemas para representar y comunicar incerteza. Uno —en principio más preciso y mucho más reciente en la historia de nuestra especie— consiste en usar valores numéricos de probabilidad. Otro —más antiguo y más ambiguo— consiste en utilizar expresiones verbales de incerteza (creo, puede ser, seguro, etc). Con nuestro experimento quisimos explorar las similitudes y diferencias entre estos dos sistemas, en particular cuando deben usarse para expresar la confianza en una decisión.

Replicamos en idioma español un efecto observado originalmente en inglés, en el que se reportó que las expresiones verbales de incerteza se mapean como un valor numérico de probabilidad con alta dispersión. Esto, lógicamente, se interpreta como evidencia a favor de  la ambigüedad de las expresiones verbales. Pero en nuestro caso propusimos, además, una hipótesis según la cual las personas no sólo tienen en cuenta la ambigüedad de las expresiones verbales de incerteza al interpretar su significado, sino que esa consideración adopta la lógica de una combinación bayesiana. Este procedimiento nos debería permitir combinar distintas expresiones verbales de manera óptima, por ejemplo, al formar una opinión propia a partir de varias opiniones ajenas.  Si bien los resultados son aún preliminares, encontramos un rasgo distintivo y prometedor: al combinar dos expresiones verbales, los participantes le dieron más peso a aquella expresión cuya variabilidad era menor, es decir, más precisa. Esto es lo esperable si cada palabra transmite no solo un valor puntual de probabilidad sino toda una distribución de valores posibles, y si las personas combinan expresiones verbales siguiendo las reglas de la teoría de probabilidad.

Pero vale señalar que cuando se debe reportar la confianza en que una decisión es correcta, la optimalidad parece irse por la borda. Los participantes le asignaron a sus propias decisiones y juicios de confianza un peso mucho mayor del que deberían. Aún debemos entender mejor este fenómeno, pero en principio tampoco debería sorprendernos, considerando la cantidad de variables que pueden estar influenciando ese proceso: reticencia a cambiar la opinión, sesgos de confirmación, imposibilidad de validar la opinión ajena o hasta cuestiones específicas relacionadas al contexto digital en el que se estaba desarrollando el experimento. 

Al final del día, lo único seguro es que la comunicación es un fenómeno de lo más complejo. Y que cuando decimos “seguro”, estamos diciendo algo que se parece a eso que estás pensando. Aunque no del todo. 

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Los censos que supimos conseguir https://elgatoylacaja.com/los-censos-que-supimos-conseguir https://elgatoylacaja.com/los-censos-que-supimos-conseguir#comments Mon, 09 May 2022 11:57:00 +0000 https://elgatoylacaja.com/?post_type=nopublicadas&p=30806

1869 – Iluminados por kerosén

El primer censo de toda la historia Argentina tuvo lugar del 15 al 17 de septiembre de 1869. El cuestionario constaba de apenas una hoja que requería la siguiente información: nombre, apellido, edad, sexo, estado civil, nacionalidad, provincia de nacimiento (en caso de ser argentino), profesión u oficio, capacidad de leer y escribir —quien presidía en ese momento nuestro país era Domingo Faustino Sarmiento—, y las condiciones especiales de algunos empadronados, a saber: ilegítimos, amancebados, dementes, sordomudos, ciegos, cretinos, imbéciles, estúpidos, opas, con bocio o cóto, inválidos, huérfanos y en proceso de escolarización. 

¿Para qué querría un Estado saber el abanico o la forma que puede adoptar la idiotez en su ciudadanía? La respuesta exacta a esa pregunta tal vez no la encontremos nunca, pero hay documentos históricos que nos pueden aproximar: “Constituyen los censos el primer inventario de los elementos vivos de que se integran las naciones. Enumerando, clasificando, descomponiendo al hombre, su materia prima, llegan las sociedades á tener plena conciencia de su debilidad ó de su fuerza, sustituyendo en órden á sus fundamentos administrativos, en vez de lo incierto e hipotético, la realidad incontestable de los hechos”. 

Este fragmento fue extraído del informe de resultados de aquel primer censo, que consta de 750 páginas. En él podemos ver, además de la morfología de una Argentina completamente diferente, una ortografía también distinta: por ejemplo, en algunos casos su autor escribió “arjentinos” y “jujui”. No parece esto tan grave cuando se llega a la siguiente información: “la población no se ha inscrito por planillas dejadas á domicilio, porque esto no era prudente hacerlo, en un país en que cuatro de las quintas partes de la población adulta no sabe leer ni escribir, donde existen distritos en que es necesario recorrer una legua en busca de quien pueda escribir una carta”. 

Estrictamente hablando, el primer censo fue apenas una muestra: se estimó la población (y sus características) de Chaco, Chubut (excepto de la Colonia Galesa), Formosa, La Pampa, Misiones, Neuquén, Río Negro, Santa Cruz y Tierra del Fuego, ya que esos territorios no se encontraban aún bajo control del gobierno nacional. La definición que adopta hoy el censo —y que está en su correspondiente página web— es esta: “el recuento de todas las personas, todos los hogares y todas las viviendas que se encuentran en el territorio nacional en un momento determinado”. En cambio, la primera experiencia se ajusta más a la noción de muestra, dado que en estas se hacen preguntas a cierta parte de la población y se sacan conclusiones para la totalidad. 

Sin embargo, en un territorio que estaba atravesando multiplicidad de conflictos y con la mayoría de su población analfabeta, esos eran detalles pequeños. Sobre todo, si se dimensiona el tamaño del operativo desplegado para llevar adelante tal empresa con tan pocos recursos: para poder censar a la población, se empadronaron más de 3000 ciudadanos que realizaron las entrevistas, mientras que otros 700 fueron designados como “comisionados”, que a su vez fueron controlados por unos 15 comisarios provinciales. En la primera edición, se contabilizaron 1.877.490 habitantes.

La publicación del informe tiene entre sus primeras páginas una dedicatoria del superintendente del censo, el señor Diego G. de la Fuente, al Ministro de Interior de aquel entonces, Dr. D. Dalmacio Vélez Sarsfield, en la que explica: “Bien que pueda resentirse de algunas deficiencias, es la verdad, señor Ministro, queda hoy facilitado el camino y fijada conveniente organización en nuestro país para esta clase de trabajos”. 

Ahí está, este es, entonces, el origen del censo que supimos conseguir. Al día de hoy, en su onceava edición, tiene cuestiones que mejorar. Pero que no se diga que es breve la historia que nos trajo hasta acá. 

1895 – En Argentina había, al menos, dos autos

Recién 26 años después, en 1895, Argentina censó por segunda vez a su población. Si bien ya estaba establecido en la Constitución nacional que el censo debía realizarse cada diez años, por motivos no aclarados pasó un cuarto de siglo entre un censo y el otro. ¿Los resultados? “Resulta, por fin, de la comparación de los dos censos, 1869 y 1895, una impresión de progreso evidente en el conjunto, pero sin uniformidad para todas las agrupaciones; á punto de no poder establecerse en muchos casos, términos medios razonables, tales son de diferentes y enormes las distancias que acusan entre sí los términos extremos”, se explica en el tomo I, que consta de 790 páginas, mientras que el tomo II tiene unas buenas 911. 

En esta ocasión, los recursos aumentaron: participaron 17.000 personas en la ejecución y arriba de 100 en la interpretación de datos. Se contabilizó una población absoluta de 3.954.911 habitantes en las catorce provincias y nueve territorios que componían el país, cifra que asciende a 4.044.911 si se tiene en cuenta a la población indígena que estaba “por fuera del Imperio de la Civilización”.  

Pero otras cosas, aparte del tamaño del operativo desplegado, cambiaron para esta edición. Por ejemplo, quienes diseñaron la encuesta se dieron cuenta de que no era necesario clasificar la idiotez en cuatro palabras, por lo que se decidió cortar camino y englobar diferentes cuestiones bajo la pregunta de si se es enfermo / sordomudo / idiota / loco o ciego. Este cocktail de confusiones luego lo explicarían Michel Foucault y otras personas en teorías varias, por lo que evidentemente este problema no era sólo de Argentina. 

Aun así, el cuestionario de esta edición fue más amplio, e incluyó consultas sobre la religión que profesaba la persona (en caso de que no fuera católica), si iba a la escuela, si poseía o no propiedad, y en caso de ser mujer, cantidad de hijos y cantidad de años de matrimonio en su haber. Esta última pregunta tenía como objetivo poder proyectar el crecimiento poblacional. Recordemos que, en esa etapa de nuestra historia, la preocupación por poblar el territorio era grande. 

Debido a que había transcurrido más de un cuarto de siglo entre censo y censo, en 1895 se evidenció un profuso crecimiento de la población, que se notó en los índices de densidad poblacional y de crecimiento de los centros urbanos. Aún faltaría para experimentar el éxodo de la población rural a las ciudades, pero hacia allá vamos. De todos modos, en este censo se descubrió que la inmigración europea era bastante alta, y se contabilizaron mayor cantidad de varones extranjeros que nativos en la franja de 30 a 59 años. 

De allí proviene la extendida noción de que los argentinos y argentinas descendemos de los barcos. Pero esa noción, al menos en su interpretación literal, es necesario ponerla en cuestión cuando, tres párrafos antes, el mismo informe revela que la población indígena —por ser considerada salvaje o algún otro antónimo de civilizada— fue simplemente estimada. 

Acá van, de paso, algunos fragmentos de racismo explícito: “La raza latina forma, pues, la inmensa mayoría de la población (…) pero las germánicas, anglosajonas, escandinavas con el 25 restante, contribuyen al mejoramiento de ella. (…) Las razas asiáticas y las negras del África se ve que sólo existen en proporción diminuta, de manera que su influencia es nula en cuanto a la transformación del país. Igual cosa puede decirse respecto a los indígenas, únicos habitantes de estos países en la época del descubrimiento”.  

Cómo será la laguna que el chancho la cruza al trote… 

1914 – La Gran Guerra

Diecinueve años después —con una demora de casi el doble de lo estipulado en la Constitución— llegamos al tercer Censo Nacional, en 1914 (en Europa había empezado la Primera Guerra Mundial). Más allá de la demora específica, la Constitución conminaba a realizar el censo por una razón absolutamente en línea con los valores democráticos: la cámara de Diputados en aquel entonces  —al igual que en la actualidad— tenía una representación proporcional basada en la cantidad de habitantes por provincia. Debido al gran crecimiento que habían experimentado Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, había miedo de que se desbalanceara la proporción en favor de dichas provincias, y por lo tanto un censo era la mejor forma de corregirlo. Más tarde, en el tomo de resultados, los analistas escribirían “este temor es infundado porque la verdad es que hasta ahora nunca se ha sentido en las deliberaciones de la cámara popular el predominio de influencias localistas. Siempre ellas han estado inspiradas en un sentimiento eminentemente nacional. Nunca han preponderado los intereses de una región del país sobre los de otra”. Sí, sí… Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires.

Según pudo constatarse en ese censo, en dos décadas la población se había duplicado, y llegaba casi a las ocho millones de personas (sin contar, de nuevo, a la población indígena). De esa totalidad, casi el 30% era extranjera. Y se contabilizaron mayoría de varones no nativos en la franja de 25 a 79 años.  Según consta en las actas oficiales, participaron 67.020 personas como empadronadores, lo que da una relación de 99 personas encuestadas por cada empadronador, mientras que en el censo de 1869 esa relación era de 471 a 1. Una clara mejoría para el trabajo de los empadronadores. Pero además, un paso importante en el robustecimiento de los datos: Argentina estaba tomando dimensiones cada vez mayores y en aquel momento era importante morigerar el margen de error. 

El grado de analfabetismo en la población era menor que en 1869, pero aún generaba problemas para el desarrollo del relevamiento: “El grado de instrucción de los habitantes, sobre todo de los que viven en las campañas, es todavía muy deficiente (…) Por esta causa, no es nada extraño que el material censal sea llenado en pésimas condiciones y que requiera muchas rectificaciones antes de ser sometido a la compilación”. 

1947 – Sufragio con perfume de mujer

El censo de 1947, el cuarto relevamiento nacional, fue por todo: tuvo tres cuestionarios destinados a cubrir las áreas demográficas, económicas y agropecuarias. Se diferenció de los otros censos porque se diseñaron cuatro tipos de cuestionarios censales: individuales, de familia, de vivienda y de convivencia. Para este censo se empadronaron alrededor de 300.000 personas y, según dice la publicación de resultados, “el número promedio de personas censadas por el oficial censista y por día resultó ser de 18” (por día, porque el censo se realizó en el transcurso de seis jornadas). En este caso, podemos pensar que esta gran voluntad y capacidad de ejecución se relaciona a la intersección entre experiencia y avance tecnológico: es el primer relevamiento en el que se utilizó maquinaria para procesar los datos obtenidos. La posibilidad de hacer más sencillo el trabajo, la inmensa cantidad de gente empadronada, la experiencia de tres censos y el avance de la escolarización permitieron que la inclusión fuera mucho mayor.

Treinta y tres años después del último censo, el de 1947 relevó 15.803.827 habitantes. Si se tiene en cuenta la población estimada, el número asciende a 16.055.765. ¿Qué población integraría la porción estimada? Quienes habitaban la Antártida, las islas del Atlántico Sur y aquellas personas a las que no lograron censar por diferentes motivos, aunque resaltan que este censo tuvo mayores facilidades “para llegar hasta los lugares más apartados del territorio (caminos en perfectas condiciones de transitabilidad, abundancia de vehículos automotores, utilización de la radiotelefonía en las zonas de muy difícil acceso)”. 

En relación a la población indígena, la bajada fue la siguiente: “En la actualidad, toda la población del país está incorporada a la civilización, pues los pocos núcleos de indígenas hoy existentes, viven plenamente la vida integral de la Nación”. “Plenamente” puede ser una palabra un poquito, quizás demasiado, grande. 

1960 – Para el pueblo que lo mira por TV

En 1960 tuvo lugar el quinto censo nacional de población. En la cuarta página de la publicación de resultados, figuran los agradecimientos: se menciona, entre otros actores, a la docencia de nivel primario por el trabajo como oficiales de censo, y a las Fuerzas Armadas por la asistencia técnica integral. Si bien quien presidía en la época era Frondizi, que fue electo democráticamente, las FFAA tuvieron una gran relevancia en esta etapa de la historia del país (y fueron, además, las responsables de que el mandato de Frondizi no llegara a término).

Por algún motivo, que sospecho será el mismo que viene intentando justificar estas decisiones, se vieron en la necesidad de aclarar a quiénes incluyeron de entre los que se consideraban extraordinarios por uno u otro motivo. Estos fueron: a) población indígena, b) fuerzas armadas y marinos mercantes que estaban en el país, c) personal diplomático que  estaba en el país, d) otros civiles extranjeros que estaban en el país.

Una de las novedades progresistas de este relevamiento es que se incluyó la pregunta por el estado civil no sólo legal, sino también de hecho. 

1970 y 1980 – Los argentinos somos derechos y censados

El relevamiento general de 1970 fue el primero de dos realizados bajo un gobierno de facto: el de Levingston, quién tomó el mando unos meses luego de que la presidencia de Onganía (también de facto) se viera muy debilitada. La publicación de resultados de este censo es bastante diferente de lo acostumbrado: usualmente suelen ser tomos de más de 500 páginas que mezclan cuadros con texto explicativo, sin embargo, en este caso, el tomo contiene unas escuetas 200 páginas de puros cuadros. 

Este fue el primer censo que hizo el INDEC, porque el organismo se creó en 1968. Hasta ese momento, la ejecución y publicación no tenía una articulación tan clara y había variado en todos los relevamientos. 

La pregunta por la discapacidad fue por primera vez excluida del censo. Anteriormente, se había reemplazado la pregunta por la idiotez con la pregunta por la posesión de una incapacidad física. Por otro lado, se les preguntó a las mujeres solteras acerca de sus hijos nacidos vivos, para poder tener información sobre los nacimientos extramatrimoniales (hasta el momento esta pregunta era sólo para las mujeres casadas y viudas). 

El censo de 1980, también realizado bajo una dictadura militar, cuenta con una publicación de resultados afín a la habitual, y en su análisis figuran dos tendencias interesantes, que comienzan a conformar un panorama demográfico diferente: por una parte, cambia la composición en la Población Económicamente Activa (PEA), conformada por todos los habitantes de un país que tienen un trabajo o que están buscando uno. ¿Por qué cambia? Aumentó considerablemente la cantidad de mujeres empleadas o buscando empleo, mientras que entre los varones apareció un retraimiento de la actividad laboral (aumentó la edad en el ingreso al mundo del trabajo y disminuyó la edad en la que se retiraban). De todos modos, había más cantidad de varones que de mujeres participando en el mercado laboral. Esta inserción de género en el mercado de trabajo puede explicarse por los cambios culturales asociados al rol de las mujeres en la sociedad, pero también por la debacle económica, la incipiente precarización del trabajo y la necesidad de más de un sueldo para el sostén familiar. “¿Quiénes son estas casi 10 millones de personas de 14 años y más que no trabajan ni buscan ocupación remunerada?”, se preguntaban en 1980. “Los datos del Censo muestran su distribución entre personas al cuidado del hogar, jubilados Y pensionados, estudiantes, y otros no activos, en ese orden de importancia.” Entonces, las tendencias son: disminución en la cantidad de personas dedicadas al cuidado del hogar (amas de casa), aumento de la proporción de jubilados y pensionados, y crecimiento de la población dedicada al estudio.

1991 y 2001 – Cohetes a la estratósfera

Debido al aumento de personas retiradas del mercado laboral y la necesidad de comenzar a tener datos de la actualidad de esa porción de la población, no llama la atención que en el censo de 1991 se incluyeran las preguntas por la cobertura de salud y la situación previsional. La crisis era ineludible: el censo se postergó un año por carencias económicas y en los registros de su publicación le adjudican a la crisis del sector industrial la desaceleración del crecimiento poblacional en el AMBA debido a que disminuyó la demanda de mano de obra. “En la última década, el área ejerció su poder de atracción para con los oriundos de países limítrofes procedentes de economías más deprimidas y ‘expulsoras’ de su población”, dice el texto. Por primera vez en nuestra historia, se registraron mayor cantidad de extranjeros de países limítrofes que europeos. 

El 17 y 18 de noviembre del 2001, peligrosamente cerca del fin del gobierno de Fernando  De la Rúa, se realizó el censo que estaba previsto para el primer año del milenio pero, nuevamente, se había reprogramado  por cuestiones económicas (la crisis causó dos muertes, pero no evitó un censo). En este relevamiento se incluyó por primera vez en la historia del censo la pertenencia a los pueblos originarios, se volvió a consultar por la discapacidad y se incluyeron una serie de preguntas sobre el acceso a bienes y servicios: heladera con o sin freezer, lavarropas común o automático, teléfono fijo y celular, televisión por cable, computadora y acceso a internet.

El Censo del Bicentenario incluyó temáticas tales como el recuento, identificación y localización de los integrantes de los pueblos originarios; el de las personas con discapacidad —abordando los tipos de limitaciones de las mismas—; la población afrodescendiente, que ha sido largamente omitida en la historia de los censos nacionales argentinos, dando cuenta de las condiciones de vida de todas estas poblaciones”, dice el texto que acompaña los resultados del censo del 27 de octubre del 2010, que quedó fijado en la memoria colectiva por coincidir con el fallecimiento de Néstor Kirchner. “Asimismo, en sintonía con la Ley de Matrimonio Igualitario recientemente sancionada, se registraron las parejas convivientes del mismo sexo, mediante la anulación de una pauta de consistencia que impidió registrarlas a lo largo de los censos anteriores. Para indagar aspectos relativos a la brecha digital y realizar estudios posteriores sobre dicha temática, se incorporaron preguntas sobre la disponibilidad de computadoras en los hogares y sobre los conocimientos informáticos de la población.” 

2022 – En busca de buenas noticias

Siempre es difícil hacer un censo. No fue hasta 1960 que se cumplió la estipulación de realizar el censo cada diez años. Algunas cosas se hicieron más sencillas, pero parece no ser posible escaparle a las vicisitudes de la coyuntura: crisis económicas y pandemia de por medio, aquí estamos, mejor tarde que nunca. 

¿Para qué hacemos un censo? Para extraer conclusiones y proyecciones sobre quiénes somos y qué necesitamos, para basar las políticas públicas en datos que tengan el sustento suficiente para desarrollarlas de manera eficaz y porque hay muchos procesos que se ven mejor a escala y no con lupa, como por ejemplo la escolarización: el censo del año 1914 reveló que el 48% de los niños y niñas en edad escolar estaban inscriptos en las escuelas. El relevamiento de 1947 indagó más profundamente sobre este aspecto: preguntó por el nivel de instrucción alcanzado, la carrera elegida y el título obtenido. En ese censo, se descubrió que la tasa de analfabetismo había caído al 13,6%. En el relevamiento del 2010 vimos que el analfabetismo había caído a su mínimo histórico y rondaba el 1,9% de la población. 99 de cada 100 niños y niñas asistían a la escuela en la franja de 6 a 11 años. En medio de tanta rosca política, hacemos censos también para tener buenas noticias. 

Si bien el censo no es el único indicador del avance tecnológico en el país, ya que la Encuesta Permanente de Hogares también indaga sobre ese aspecto, este año es el primero en nuestra historia en el que este relevamiento adquiere un carácter bimodal, fruto de un amplio acceso a los dispositivos necesarios y de la alta densidad poblacional en ciertos sectores del país.

Sin embargo, nada de todo esto estuvo exento de tensiones, porque el cuestionario digital incluye el pedido del DNI para generar el código único de vivienda, necesario para poder completar el censo, algo que no había ocurrido antes: la decisión de no pedir el DNI garantiza el carácter anónimo y protege a la sociedad de la posibilidad de cruzar datos con fines que afecten el bienestar y las libertades ciudadanas. Ahora bien, según explicó Marco Lavagna, director del INDEC, tanto el número de DNI como la fecha de nacimiento no quedarían constatados en ningún lado. 

En el lanzamiento del censo 2022, Lavagna contó que hay novedades en relación a las preguntas como “la incorporación de la identidad de género que es una demanda que la sociedad nos venía pidiendo en términos de tener esta información. Y los censos, como siempre digo y repito, tienen que tener la característica de ir evolucionando a medida que va evolucionando la sociedad, tienen que dar respuestas a esta demanda. Por eso incorporamos temas de etnias, temas de identidad género y otras formas de realizar  preguntas tendientes a poder adaptarse a las nuevas realidades que tiene nuestro país”.

Gracias a la repetición de los eventos y a las demandas más o menos organizadas de la población, hoy tenemos un censo mucho más robusto y eficaz que el que tuvimos en 1869. Pero los censos —acabamos de verlo— son bastante líquidos. Cambian con las épocas y los modos de pensar. Lo que nos depare el futuro en materia de relevamiento social está por verse.

¿De qué pregunta se reirán en 150 años?

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Otra medialuna https://elgatoylacaja.com/otra-medialuna https://elgatoylacaja.com/otra-medialuna#comments Wed, 04 May 2022 11:25:00 +0000 https://elgatoylacaja.com/?post_type=nopublicadas&p=30782

¿Cuánto puedo comer sin superar la cantidad máxima diaria de grasas trans y que no me dé un infarto?

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¿Qué queremos hacer?

En el año 2007, además de ser un novato estudiante de medicina, también era hincha de Boca Juniors, pero era de esos hinchas que disfruta más de juntarse a ver un partido y compartir el momento que de seguir fervientemente a su equipo. En esa época, Internet era muy costosa y tampoco brindaba la posibilidad de ver esos partidos a través de la pantalla de la computadora o el celular. Por otro lado, los canales que televisaban los partidos eran pagos y nuestras flacas billeteras de estudiantes no podían costearlo. Si queríamos ver los partidos, no había otra opción: teníamos que ir a un bar. 

Ese año Boca salió campeón de la Copa Libertadores, así que fuimos a muchos de estos lugares, desde el primer partido al último. Cada bar era distinto, algunos eran modernos y luminosos con paredes blancas y cuadros de arte, otros eran temáticos, como el bar de Boca Juniors, y otros eran más bien tipo antro, como el hábitat natural de un metalero. Pero había algo en común entre todos ellos: la atmósfera estaba completamente contaminada con humo de tabaco. Como consecuencia, la tos y el catarro estuvieron presentes varios días de la semana.

La prohibición de fumar en espacios públicos cerrados fue incómoda al principio para las personas fumadoras: sentían que se estaban metiendo con su libertad personal de ejercer un hábito elegido. Pero ese hábito atentaba contra la salud de terceros que no tenían la chance de respirar aire puro. Poco a poco, el nuevo paisaje fue aceptado y celebrado. De hecho, fue motivo para que muchas personas abandonaran el tabaquismo. Casi 11 años después de que se sancionara la Ley Nacional N° 26.687, me parece tan natural habitar espacios públicos libres de humo, que aquella época de síntomas respiratorios me resulta distante, como si nunca hubiese ocurrido. 

A veces es difícil tener una real dimensión de los enormes avances que se hicieron en materia de salud pública y cuánto mejoró nuestra calidad de vida por iniciativas como ésta. Existen muchos ejemplos de intervenciones que han contribuido a prevenir el desarrollo de enfermedades y muertes innecesarias. Por ejemplo, la prohibición de la adición de plomo a la nafta y a las pinturas redujo los problemas neurológicos asociados a la exposición a este elemento. En otro caso, la regulación de los cinturones de seguridad en los autos y el mejoramiento de las rutas contribuyó a reducir las muertes por siniestros viales.Hoy, tenemos la posibilidad de dar otro paso para mejorar nuestra calidad de vida y, además, tenemos el privilegio de que la voz de los consumidores sea tenida en cuenta. Estoy hablando de disminuir nuestra exposición a las grasas trans de origen industrial mediante la prohibición del uso de los aceites parcialmente hidrogenados (principal fuente de grasas trans de origen industrial) y la regulación del contenido de estas sustancias en los productos.

¿Por qué queremos hacer esto?

Mediante un proceso industrial aplicado a los aceites vegetales (llamado hidrogenación) es posible cambiar la estructura química de la grasa y modificar completamente sus características, haciendo que el aceite se vuelva sólido a temperatura ambiente, dure más tiempo sin ponerse rancio y soporte mejor las altas temperaturas (importante para el horneado y las frituras), sin afectar la textura y el sabor de los alimentos. Gracias a estas propiedades y a su bajo costo, los aceites parcialmente hidrogenados reemplazaron poco a poco a la manteca y las grasas animales en la gastronomía y la industria alimentaria.

El boom ocurrió entre los años 1950 y 1970, debido al descubrimiento de los efectos negativos de las grasas saturadas presentes en las grasas de origen animal. La margarina es quizás el principal representante y el más conocido de estos productos. Estos se utilizan principalmente para freír en restaurantes y comercios de comida rápida, y como ingrediente de productos de panadería artesanal e industrial, como bizcochos (criollitos para Córdoba), facturas, budines, tortas, galletitas, snacks y baños de repostería.

¿Cuánto porcentaje de las grasas que tienen estos alimentos crees que son trans?

Si bien el uso de este insumo es muy conveniente para la industria, no lo es tanto para la salud humana. La evidencia científica es contundente: no existe un consumo libre de riesgos de grasas trans y, de hecho, incluso algunos gramos por día implican un considerable aumento del riesgo de infarto de corazón, accidente cerebrovascular, diabetes tipo 2 y cáncer. Se estima que unas 500.000 personas mueren anualmente en todo el mundo solo por infarto de corazón debido al consumo de estas grasas. Los motivos por los que esto ocurre son diversos, pero principalmente porque la ingesta de grasas trans de origen industrial aumenta los niveles de colesterol malo (LDL) y reduce los del colesterol bueno (HDL), causando aterosclerosis y daños en la pared de los vasos sanguíneos.

Durante los años ‘90, se publicaron varios estudios que encontraron una asociación entre el consumo de grasas trans y el infarto de corazón. Si bien las grasas trans también se encuentran naturalmente en la carne y leche vacuna, están en pequeñas cantidades, por lo que el alimento con la asociación más fuerte fue la margarina (aunque por su bajo perfil nutricional sería mejor llamarla comestible en vez de alimento). Quizás el más recordado sea el artículo publicado en 1993 por Walter Willet, un médico e investigador de la Universidad de Harvard, mejor conocido como el padre de la epidemiología nutricional (la ciencia que estudia el vínculo entre la alimentación y la salud). Esto fue una sorpresa para la comunidad académica porque la margarina aterrizó en el mercado como un reemplazo saludable de la manteca, que por su contenido de grasas saturadas aumenta el riesgo de enfermedad cardiovascular. Pero las investigaciones arrojaron resultados claros: las grasas trans son mucho peores que las grasas saturadas.

Una década después del estudio de Willet, Dinamarca se convirtió en el primer país del mundo en prohibir el uso de grasas trans de origen industrial y limitar su contenido en los alimentos, tanto en aquellos producidos localmente como en los importados. La industria alimentaria y la Unión Europea se opusieron a dicha iniciativa, argumentando que la nueva norma iba a interferir con el comercio. Pero el gobierno danés se mantuvo firme sosteniendo un discurso basado en evidencia científica sobre la importancia de regular la presencia de estas grasas a fines de proteger la salud de su población. Como resultado, las muertes por enfermedades cardiovasculares cayeron a los pocos años de aplicarse la ley.

La voz danesa triunfó y generó un efecto dominó que se extendió a la Unión Europea y cruzó el océano. En el año 2006, la ciudad de Nueva York sancionó una ley para prohibir el uso de aceite parcialmente hidrogenado en los restaurantes, donde se lo usaba principalmente para freír los alimentos. Luego, se aplicó a los productos de panadería. El resultado fue el mismo que el observado en Dinamarca: las hospitalizaciones y muertes por infarto y accidentes cerebrovasculares se redujeron considerablemente.

No hay lugar para la duda: las grasas trans de origen industrial son productos que no cumplen un rol nutricional en el organismo y generan daños, por lo que no hay ninguna razón lógica para que la gente siga estando expuesta a ellas. Pero en Argentina no tenemos opción, una buena parte de las medialunas, alfajores y frituras tienen grasas trans de origen industrial que perjudican nuestra salud, particularmente la de las poblaciones que más consumen estos productos (infantes y personas de bajos recursos). Es decir, al igual que mis amigos y yo en el año 2007 cuando nos metíamos en bares repletos de humo de tabaco, estamos perjudicándonos cuando podríamos no hacerlo. La simple prohibición de su fabricación y utilización es la forma más efectiva de eliminar la exposición a un factor de riesgo del asesino número 1 (las enfermedades cardiovasculares), sin la necesidad de modificar hábitos en los consumidores (aunque hacer algunos cambios también estaría bien). Además, se estima que se ahorrarían entre 17 y 87 millones dólares por año en costos asociados al manejo de las complicaciones y el seguimiento de la enfermedad coronaria. Estas son cifras conservadoras porque si bien el monto mencionado incluye el costo asociado a la implementación de la política, no contempla otros costos económicos como la pérdida de productividad debido a la discapacidad por enfermedades del corazón.

¿Qué implica hacer esto?

La idea es simple: prohibimos la producción y la utilización de los aceites parcialmente hidrogenados (principal fuente de grasas trans de origen industrial), y limitamos al 2% el contenido de grasas trans en los alimentos para actualizar la legislación a la mejor evidencia científica disponible (actualmente en la Argentina es del 5%).

La mejor parte es que no necesitamos atravesar toda la burocracia que conlleva la implementación de una ley, porque ya la tenemos. Lo único que necesitamos es que el organismo encargado de esta regulación, la CONAL (Comisión Nacional de Alimentos) ajuste la norma porque la actual es insuficiente. Y pum, magia, la gente muere menos por una causa completamente prevenible (bueno, en realidad no es tan fácil, porque la CONAL es un organismo sumamente hermético). 

Quizás para algunas personas la palabra “prohibición” suene fuerte. Quizás piensen que con avisarle al consumidor de la presencia de estas grasas sea suficiente, y que cada persona elija su camino. De hecho, este suele ser el argumento utilizado por la industria alimentaria para distraernos del hecho de que la gente se está muriendo por consumir sus productos. Por ejemplo, cuando el alcalde Nueva York Michael Bloomberg decidió prohibir las grasas trans y reducir el tamaño estándar de las gaseosas (y así disminuir el consumo de azúcar), la industria se opuso acusándolo de paternalista, de entrometerse con las libertades individuales y de conducirnos hacia el fascismo alimentario.

Por supuesto, comer es mucho más que nutrición y salud, implica placer y la comida está fuertemente vinculada con la cultura. Pero la eliminación de las grasas trans de origen industrial de los alfajores, las medialunas, las hamburguesas y las papas fritas no implicaría una diferencia para los consumidores mientras no afecte al sabor, el olor, el aspecto y la textura de estos alimentos. Además, si se trata de libertad de elección, cabe mencionar que la industria alimentaria agrega continuamente nuevos ingredientes a sus recetas sin preguntarnos. Y cuando estos son reportados para “darnos aviso y así elegir libremente”, es mediante textos ininteligibles para la mayor parte de los consumidores, haciendo imposible comprender el impacto que tienen estas sustancias en su salud. No es posible tomar decisiones informadas si no podemos informarnos adecuadamente. Además, la Ley de Etiquetado Frontal, aprobada recientemente en Argentina, no contempla a las grasas trans. Entonces, ¿por qué mejor no formulamos los alimentos con ingredientes que no nos maten?En ese sentido, la prohibición de las grasas trans de origen industrial afectará sobre todo a los productores de alimentos, no a los consumidores. Y dentro de estos, a la mega industria. Esto puede ser preocupante para los pequeños y medianos productores que suelen verse desfavorecidos debido a la desigualdad en los recursos disponibles para aplicar mejoras de innovación. Pero este no sería el caso, ya que existen grasas y aceites alternativos que ofrecen funcionalidad similar a un costo similar. De hecho, la ANMAT publicó en el año 2011 una guía para la pequeña y mediana industria a fines de ofrecer información clara sobre cómo realizar el reemplazo del aceite parcialmente hidrogenado. Es decir, no hay razones para seguir usando aceites parcialmente hidrogenados en los productos alimenticios y en las frituras.

¿Qué puedo hacer?

En el 2021, un grupo de cinco organizaciones que cuentan con una larga historia en la defensa de la salud pública en nuestro país (FUNDEPS, SANAR, FIC, FAGRAN y Consumidores Argentinos), presentaron una propuesta a la CONAL para mejorar la regulación sobre las grasas trans. Dicha propuesta se encuentra en fase de consulta pública hasta el 13 de mayo, lo que significa que el gobierno está recibiendo la opinión de la ciudadanía, que será utilizada al momento de evaluar la propuesta y realizar el cambio (o no) de la regulación existente.

Podés brindar tu apoyo a la propuesta de eliminar la producción y utilización del aceite parcialmente hidrogenado y limitar al 2% el contenido de grasas trans de los alimentos, aportando tu firma.

Esta es nuestra ventana de oportunidad para ejercer presión social y dejar en claro cuál es el camino que queremos seguir. Seamos un montón y explotemos la casilla de correo de quien corresponda para que entiendan que la salud está primero. 

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Semillas, perros y astronautas: historias de ciencia ciudadana https://elgatoylacaja.com/historias-de-ciencia-ciudadana https://elgatoylacaja.com/historias-de-ciencia-ciudadana#comments Sun, 10 Apr 2022 04:12:00 +0000 https://elgatoylacaja.com/?post_type=nopublicadas&p=30352

La siguiente nota fue realizada en colaboración con el Laboratorio de Aceleración del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de Argentina y con el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MinCyT). Pero la siguiente nota no es sobre organismos, sino sobre ciudadanas y ciudadanos. Y la ciencia que sabemos conseguir.

Es cierto que hay tantas formas de hacer ciencia como personas que hacen ciencia, o incluso más. Entre todas esas multiplicidades, aparece la intersección con la ciudadanía. La ciencia ciudadana es el esfuerzo de investigación científica, colectivo, participativo y abierto, destinado a producir nuevo conocimiento e impulsado por distintos tipos de actoras y actores, que no están necesariamente dentro de los ámbitos académicos.  Pero a una práctica tan particular, es difícil conocerla por su definición. Probablemente sea preferible acercarnos mediante las historias que la construyen.  Participar en un proyecto de ciencia ciudadana es ser parte de estas historias.

Una puerta a muchos lugares 

En la provincia de Buenos Aires hay una ciudad que se llama Pergamino. Según cierta leyenda, su nombre se debe a que encontraron, a la orilla de un arroyo, unos pergaminos y unos libros forrados en pergamino. Otras versiones sugieren que el nombre es una españolización de voces indígenas, que perca (herrumbre) y minú (abajo) devinieron en Pergamino. De cualquier modo, el nombre parece acertado: esas vastas extensiones de tierra a las que parte el sol parecen, en efecto, un pergamino. Uno particularmente fértil, como esos papeles húmedos donde niñas y niños germinan porotos en las escuelas. No por nada, Pergamino es, desde 1997, la capital nacional de la semilla. 

Pero esa tierra agrietada del verano también puede ser extremadamente fría en invierno, de ese frío que perfora los huesos. Así se sentía durante la reunión que unos investigadores tuvieron con maiceros locales mientras, intentando que el mate calentito hiciera el asunto más tolerable, recorrían el campo experimental del INTA Pergamino. ¿El objetivo de la reunión? Discutir y compartir técnicas, herramientas y todo lo que rodea al grano de maíz.

La conversación era animada. El tema, interesante. Lo único bueno de que el encuentro llegara al final era la perspectiva de subirse al auto y prender la calefacción. Pero claro, una tarea aparentemente tan sencilla se vuelve más complicada cuando resulta que las llaves del auto quedaron adentro. De pronto, la jornada involucraba un desafío extra. Toda la interdisciplina que hasta hacía unas horas se había puesto al servicio del cultivo de maíz, ahora había que aplicarla a abrir esa puerta. Sacar la llave no era opción, al menos sin afrontar los costos de un vidrio roto. Buscar la de repuesto tampoco, estaba a 200 kilómetros. Tenía que haber otra forma. 

La solución llegó con un alambre, un recurso viejo, pero efectivo cuando está en las manos correctas. La puerta finalmente se abrió y los investigadores subieron al auto para emprender el regreso. Pero la tierra, las semillas y las experiencias compartidas tienen cierto poder. Cierta gravitación, podría decirse. Porque entonces, tres de las personas que debían volver en ese auto a la Ciudad de Buenos Aires cambiaron de parecer. Decidieron quedarse en Pergamino. Invertir unos días más en el campo frío, discutiendo de producción agropecuaria, transgénicos y orgánicos. Pasa mucho eso en ciencia: a veces cuesta abrir una puerta, pero una vez abierta, suele conducir a muchos lugares. Algunos, bastante inesperados.  

Las y los protagonistas de esta historia forman parte de Bioleft, una comunidad de intercambio y mejoramiento de semillas de código abierto para ofrecer soluciones a los desafíos de la agricultura. Y esta es solo una de las muchas iniciativas de ciencia ciudadana que se desarrollan en Argentina. ¿Por qué hacer ciencia ciudadana? Este tipo de proyectos son la respuesta: porque hay cosas que solo se pueden hacer con un enfoque de comunidad. Ciencia al servicio de personas reales para resolver problemas concretos. 

Astronautas en un arroyo

La ciudad de La Plata es conocida por sus calles numeradas, sus diagonales, la catedral, el museo de ciencias naturales y el Estadio Único, no tanto por sus arroyos. Pero esos arroyos existen. Cruzan la ciudad como venas y se rodean de viviendas menos deslumbrantes que la catedral. Son aguas que están vivas. Encierran una gran diversidad biológica, quizás mayor que la del museo. 

Un día, en uno de esos arroyos, un grupo de investigadores recolectaba muestras de agua para llevarlas al laboratorio y luego realizarles análisis físico-químicos y determinar su calidad. Caminaban despacio por la orilla, enfundados en trajes como si fueran astronautas, y registraban, además, información relevante para su trabajo, como la vegetación cercana al lugar en el que se tomó la muestra y el tipo de suelo. A pocos metros, un grupo de niños  —vecinos del arroyo— jugaba con parte de la atención puesta en el juego y otra parte en el grupo de investigación. Después de un rato, se acercaron a curiosear.  ¿Qué hacían esas personas extrañas con trajes raros? Cuando les explicaron, un niño dijo en voz alta lo que el resto también pensaba:

—¡Ah, pero es re fácil!

—¿Sí? ¿Tan fácil? —los investigadores les dieron una planilla a ellos también y les dijeron que la completaran. El desafío fue aceptado. El pequeño grupo se alejó con paso seguro, y empezaron a llenar los campos: presencia de árboles: sí, cantidad de residuos cercanos: algunas bolsas y un par de botellas, tipo de suelo: barro. A los diez minutos, devolvieron la planilla completa. El trabajo de esos astronautas era verdaderamente mucho más fácil de lo que habían pensado al verlos de lejos. 

Lo que los niños no sabían era que ese trabajo iba mucho más allá y era mucho más complejo que llenar planillas y frascos. Lo que los investigadores no sabían — y aprendieron ese día— era que gran parte de lo que hacían era perfectamente accesible para otras personas aunque no tuvieran formación científica. 

Esa tarde, los investigadores se fueron con muchos frascos con agua del arroyo, decenas de planillas completas y una idea clara: era necesario encontrar la forma de involucrar a las comunidades en el muestreo que estaban haciendo. Había que encontrar protocolos que fueran tan accesibles como robustos y, una vez encontrados, había que implementarlos. Entonces, se dedicaron a diseñar el mejor experimento posible y dejaron a las y los vecinos la tarea de recolectar los datos y reportarlos (y luego los volvieron a hacer protagonistas a la hora de analizarlos). 

Seis meses después, a la orilla del mismo arroyo, junto con los mismos chicos y otros vecinos y vecinas, se llevaba a cabo la primera prueba de AppEAR, una aplicación de código abierto para estudiar los ecosistemas acuáticos de agua dulce y construir —con participación ciudadana— un mapa de calidad de los ríos, lagos y estuarios. 

Historias como esta nos muestran que la clave de hacer ciencia ciudadana siempre está en conjugar los métodos de la investigación científica con los conocimientos locales, y aprovechar la capacidad para recolectar datos que aparece cuando se involucra mucha gente. La ciencia (o mejor dicho, quienes la ejercen) puede ofrecer herramientas para transformar la realidad. Porque conocer el mundo permite diseñarlo. Porque entender los procesos permite predecirlos. Y porque al final del día, el sujeto del conocimiento siempre es colectivo. Cuando se hace ciencia ciudadana, más aún.

El perro entero

Estas historias nos dieron un primer acercamiento a algunas preguntas importantes: ¿para qué sirve la ciencia ciudadana? Para resolver problemas concretos y reales. ¿Por qué hacer ciencia ciudadana? Porque  hay cosas que sólo se pueden abordar con un enfoque de comunidad. ¿Cómo se hace ciencia ciudadana? Conjugando los métodos de la investigación científica con los conocimientos locales. Hasta acá, perfecto. 

Pero queda una pregunta que todavía se puede responder mejor: ¿qué es la ciencia ciudadana? Intuimos que la respuesta es mucho más que lo que entra en una definición. Así que preguntemos de nuevo. Preguntemos mejor. ¿Cómo luce la ciencia ciudadana? ¿Qué aspecto tiene? ¿Qué forma adopta cuando se materializa en el mundo real? 

La respuesta, inevitablemente, estalla en una multiplicación: 

Ciencia ciudadana es un grupo de fotógrafos de embarcaciones turísticas compartiéndole medio millón de fotos de ballenas a una investigadora para que profundice su conocimiento de los ejemplares. Ciencia ciudadana es el dueño de una fábrica de pastas subido al techo de su local, filmando una inundación, y que ese video sirva para tomar acciones para mitigar inundaciones futuras. Ciencia ciudadana es una persona preocupada cargando en una app una foto de una vinchuca que encontró en su casa y que un investigador la tranquilice avisándole que se trata de otro bicho. Es un aficionado al avistaje de aves que aprovecha sus salidas para registrar en una aplicación lo que observó y así ayudar a monitorear abundancia y distribución de las especies. Es un aula que minimiza la probabilidad de contagio de enfermedades respiratorias porque monitorea los niveles de dióxido de carbono en el aire mediante un artefacto armado por su propia comunidad. Es la participación de vecinos de la Cuenca Matanza-Riachuelo para controlar el plan de saneamiento y modificar las actividades económicas de impacto negativo. Es un mapa con la distribución de distintas especies de mosquito construido a partir del  aporte que hace cada ciudadana y ciudadano desde su celular. Ciencia ciudadana son estudiantes de una escuela rural registrando precipitaciones que no había captado ningún registro oficial y explicando así una crecida que parecía no tener explicación. Es la presidenta de un centro vecinal pidiendo ayuda en la universidad para resolver inundaciones y desbordes cloacales. Es un productor agropecuario presentando sus resultados en un congreso académico. Una estudiante andando en bicicleta con un medidor enganchado para monitorear la calidad del aire y que luego esos datos se utilicen para diseñar políticas públicas ambientales. Una persona cambiando sus hábitos de consumo después de haber estudiado la cantidad y composición de sus residuos domiciliarios. Un buzo tomando muestras para que investigadoras e investigadores puedan controlar la calidad del agua de mar. Un pescador que cada vez que se encuentra algún tiburón lo marca de manera responsable y segura e informa su presencia. Ciencia ciudadana es un niño con la capacidad de cambiar el nombre y la intención de todo un proyecto de investigación. ¿Cómo? Advirtiéndole a un equipo de investigadores que adoptar una parte de un arroyo no tiene sentido porque sería como adoptar solo la oreja de un perro, que lo que corresponde es adoptar todo el arroyo y su cuenca de aporte: el perro entero.

El lugar donde vivimos

Para quienes trabajan investigando, hay preguntas que son difíciles de responder y hay otras que, directamente, son difíciles de formular. Muchas veces, la clave para hacerse esas preguntas la tienen las personas que viven todos los días junto a una problemática en particular. Frente a una demanda de la comunidad, las y los investigadores pueden aportar no solo el marco teórico sino también herramientas para conseguir y analizar mejor los datos. 

Cuando se hace ciencia ciudadana, independientemente de si la pregunta sale de un grupo de investigación o de la comunidad, generalmente son las y los ciudadanos quienes llevan a cabo la mayor parte de la recolección de datos, porque están en el lugar indicado en el momento correcto, y porque en lo que a datos respecta, suele ser cierto que más es mejor. A la vez, partir de preguntas concretas permite que los resultados puedan servir para dar respuestas reales. En conjunto, datos y preguntas son un gran insumo para desarrollar políticas públicas que atiendan las necesidades de cada comunidad.

Escribir sobre qué es o cómo se hace la ciencia ciudadana es un desafío porque esta tiene tantos matices como proyectos hay. Algunos se circunscriben a localidades de pocos miles de habitantes y otros operan a lo largo y ancho del país, o incluso salen de las fronteras. Hay proyectos que trabajan con subcomunidades particulares (por ejemplo, algunas escuelas o pescadores de una ciudad) y otros en los que puede participar cualquier persona que se descargue una aplicación en el celular. En ciertos casos, es la comunidad la que va a tocar la puerta de un instituto de investigación para pensar en conjunto una idea desde cero y en otros es el grupo de investigación el que la dispara y pide participación. 

Hacer ciencia ciudadana es un montón de cosas distintas pero, sobre todo, es empujar a que el lugar donde vivimos sea un poquito más como nos gustaría que fuera. 

Explorá todos los proyectos de ciencia ciudadana relevados por el Laboratorio de Aceleración del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Ministerio de Ciencia y Tecnología en el módulo  que está más abajo, y encontralos también acá.

El mapeo de proyectos de ciencia ciudadana sigue vigente y busca incorporar más proyectos que estén llevándose a cabo en el país. Si formás parte de alguno y querés sumarlo, podés hacerlo acá.



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Un tranvía llamado Thanos https://elgatoylacaja.com/un-tranvia-llamado-thanos https://elgatoylacaja.com/un-tranvia-llamado-thanos#comments Fri, 25 Mar 2022 11:00:00 +0000 https://elgatoylacaja.com/?post_type=nopublicadas&p=30484

Probablemente todos alguna vez jugamos con la imaginación y nos preguntamos, a nosotros mismos o a alguna amiga, “¿Qué harías si…?”. Estas especulaciones suelen ir desde una suerte ambiciosa (“¿Qué harías si ganaras un millón de dólares?”), hasta lugares más extraños como “¿Qué harías si tuvieras que elegir entre nunca más comer queso y nunca más escuchar música?”. Estos ejercicios mentales, que en una juntada de sábado pueden llevarnos a lugares tan bizarros como oscuros, no son en esencia muy distintos a los que se usan a menudo en el estudio científico de los fundamentos de nuestra moral.

La psicología de la moral es un campo interdisciplinario que linda tanto con la neurociencia como con la filosofía. Algo muy frecuente en psicología experimental sobre la moral es estudiar cómo las personas respondemos a dilemas abstractos: cómo pensamos que reaccionaríamos ante situaciones hipotéticas, verosímiles pero imaginarias. Uno de los escenarios ficticios más famosos es el clásico dilema del tranvía, recientemente popularizado por la serie The good place: 


En este dilema debemos determinar cuán correcto o incorrecto nos resulta realizar la acción que el dilema propone ( accionar la palanca).

Dilemas teóricos como este han sido y siguen siendo sumamente útiles para estudiar distintos aspectos de nuestro pensamiento moral, pero tienen algunas limitaciones. Por ejemplo, las personas pueden ser poco precisas a la hora de estimar su estado emocional futuro y, en consecuencia, ser incapaces de pronosticar con certeza lo que realmente harían en tales situaciones. No podemos saber cómo reaccionarían las personas si de verdad tuvieran que tomar una postura en la vida real.

La pandemia de la COVID-19 —lamentablemente— ha ayudado a que algunos de estos escenarios se nos vuelvan más cercanos, más fácilmente imaginables.  De pronto, dilemas sobre cómo priorizar a la hora de asignar recursos médicos escasos (como vacunas, barbijos y respiradores artificiales), cómo decidir si darle información sensible a los gobiernos para rastrear contagios, o sobre la tensión entre distanciamiento físico y habilitar actividades sociales y comerciales, se volvieron conversaciones reales. Este experimento natural que atravesamos como humanidad presentó una posibilidad muy singular de explorar cómo pensamos en torno a dilemas morales reales, y hacerlo en el momento en que están ocurriendo.

Frente a esta oportunidad, en mayo del 2020 lanzamos una investigación en colaboración con el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Di Tella y TEDxRíodelaPlata para estudiar cómo reaccionaban las personas frente a dilemas morales relacionados con la situación pandémica durante ella.

Para introducirnos en lo que aprendimos en esta investigación —en la que participaron más de 17.000 personas de 11 países distintos (en idioma español y en inglés)— veamos primero algunas ideas clásicas sobre ética en las que nos basamos en este estudio. 


El experimento

Lo que hicimos en nuestra investigación fue testear empíricamente, en un contexto de pandemia, la idea de que las decisiones morales pueden ser organizadas en estas dos dimensiones diferentes (beneficio imparcial y daño instrumental); es decir, buscamos responder si efectivamente existen dos ejes diferentes para organizar las intuiciones morales frente a este tipo de dilemas. Para esto, diseñamos cinco escenarios asociados a esa coyuntura. 

Los primeros tres dilemas suponían una tensión entre priorizar la salud pública y favorecer otros valores: 


Los otros dos escenarios planteaban el dilema de priorizar unas vidas por sobre otras.


Para cada dilema, cada participante debía responder a tres cuestiones: cuán de acuerdo o en desacuerdo estaba con la acción que planteaba el dilema, la confianza en su respuesta y el nivel de angustia que imaginaba que sentiría en esa situación.  
Además de estos cinco dilemas pandémicos, se les pidió que respondieran también sobre el dilema del tranvía. Algunas personas recibieron la versión impersonal del dilema del tranvía (la misma que usamos en el ejemplo del inicio: salvar a cinco personas a costa de una, accionado la palanca) y otras recibieron la versión personal de dilema del tranvía (empujar a una persona que camina al costado de la vía, lo cual desvía el tren y salva a cinco personas a costa de una).

Los resultados

Lo primero que encontramos es que hay una gran diversidad de respuestas para cada dilema pandémico.

Nos preguntamos entonces cómo están correlacionadas entre sí las diferentes respuestas ante cada dilema. Por ejemplo, si una persona opina que los respiradores artificiales deben asignarse primero a pacientes más jóvenes ¿será más probable que esté a favor, por ejemplo, de las restricciones a las actividades sociales? 

Para evaluar esto, analizamos cómo se agrupan las respuestas para los distintos dilemas. Usamos una técnica estadística llamada análisis de componentes principales (PCA). El PCA nos permite agrupar distintos patrones de respuestas (que estén muy relacionados entre sí) en una única variable. Se trata de comprimir para expresar mejor. 

Encontramos que cerca de la mitad de la varianza  en los datos es explicada por dos componentes principales, es decir, existen dos patrones distinguibles que agrupan gran cantidad de las respuestas. La primera componente es consistente con un perfil de respuestas que prioriza la expectativa de vida humana. La segunda componente principal refleja un foco en una salud pública equitativa.

Así, ocurrió lo que esperábamos que ocurriera: cuando miramos los datos, vimos emerger de ellos una distribución compatible con el modelo de los dos ejes principales que nombramos al principio (daño instrumental y beneficio imparcial) y que construían nuestro plano de análisis moral con sus cuatro cuadrantes.

¿Qué diferencian, en definitiva, estos dos perfiles? La disposición a generar daño instrumental y qué tan equitativo es el bien que se busca. Para quienes priorizan la expectativa de vida humana, un bebé vale más que un anciano. Para quienes priorizan la salud pública equitativa, un bebé vale lo mismo que un anciano y lo mismo que un ratón.  Esta diferencia se volvió visible en cómo respondieron estos grupos de personas a los últimos dos dilemas: el de los respiradores para personas ancianas y jóvenes, y el que pone en tensión el desarrollo de las vacunas con los derechos de los animales. 

Si siguiéramos en el mundo de Kant y Bentham, estos grupos de personas (estos perfiles de respuestas) serían uno solo, imposible de diferenciar en subgrupos más pequeños.. Pero descubrimos que dividirlos  en el plano que dibujamos es relevante, porque se puede sentir de manera utilitaria o deontologica de formas distintas, por ejemplo dos personas pueden admitir los mismos niveles de daño instrumental a la vez que se posicionan de manera diferente respecto al daño imparcial que les resulta aceptable: si priorizan la vida de un joven sobre un anciano o no.

De tripas corazón

Además de los dilemas pandémicos, las personas que participaron del estudio tuvieron que responder también las preguntas estándar que corresponden a la Oxford Utilitarian Scale (OUS), la herramienta diseñada para posicionar las posturas morales de las personas de acuerdo a estos dos ejes que comentamos, y que nos permitió ubicarte en el mapa para saber si estás más cerca de Thanos que de Spiderman, o no.

Lo primero que hicimos fue corroborar un resultado obtenido previamente por los investigadores que la desarrollaron: las personas con alto puntaje en los dos ejes simultáneamente  tienden a aceptar decisiones utilitarias en el dilema del tranvía (es decir, sacrificar una vida para salvar a cinco), tanto en la versión impersonal (accionar una palanca que desvía el tren) como en la personal (empujar a alguien hacia las vías para desviar el tren). De nuevo, esto muestra cómo el dilema del tranvía no permite de por sí distinguir estas dos dimensiones de la moral.

La idea de la bidimensionalidad del carácter moral es compatible también con otros dos resultados que obtuvimos para el dilema del tranvía a partir de nuestras mediciones. Por un lado, cuando miramos la confianza en las respuestas, vemos que las personas que obtuvieron mayor puntaje en la dimensión de daño instrumental reportaron una mayor confianza en su decisión que las personas que obtuvieron alto puntaje en la dimensión de beneficio imparcial. Por otra parte, cuando miramos las respuestas a la angustia que le causaría a cada persona ejecutar la acción (ya sea empujar a la persona o simplemente mover la palanca), vemos que las personas que obtuvieron mayor puntaje en la escala de beneficio imparcial reportaron mayor angustia potencial que quienes obtuvieron alto puntaje en la escala de daño instrumental del OUS. Es probable, entonces, que Buda no solamente no accione la palanca por sus intuiciones morales sino también por cómo le angustia hacerlo.      

Patria grande

Aprovechando el amplio alcance por la geografía latinoamericana que tuvo el experimento en español, nos preguntamos si el contexto pandémico particular que atravesaba cada país al momento del estudio podría influir en la forma en que las personas respondían a los dilemas coyunturales. Basados en estudios previos que muestran cómo los contextos negativos disparan estados emocionales que alteran nuestras preferencias morales, fuimos a mirar si, en los países donde la crisis sanitaria por la pandemia de la COVID-19 estaba peor, las personas tenían una mayor tendencia a priorizar la salud pública por sobre otros aspectos. 

Encontramos que, efectivamente, la intensidad de la crisis en cada uno de los 10 países latinoamericanos que estudiamos —ya sea que la midamos como la cantidad de muertos por COVID per cápita o como la cantidad de casos confirmados— correlaciona con la prioridad que le dieron las personas a aspectos relacionados con la salud pública por sobre otras cuestiones (como la privacidad de los datos o la economía).

También evaluamos el efecto de la intensidad o proximidad de la pandemia a nivel individual, preguntándoles a las personas si habían dado positivo para COVID-19 o si conocían a alguien que hubiera dado positivo. No encontramos ninguna correlación entre el contexto pandémico individual de las personas y su proyección en alguna de las dos dimensiones principales. Esto nos hace pensar que, posiblemente, el resultado que vimos para el contexto de los diferentes países se deba a una preocupación originada en el impacto social de la pandemia más que por la proximidad personal al virus.

Recapitulando

En esta investigación pudimos ver cómo las personas con diferente perfil (con mayor tolerancia al daño instrumental o con mayor foco en el beneficio imparcial) responden de forma diferencial y estereotípica a dilemas contemporáneos, organizando sus respuestas en una dimensión que prioriza la expectativa de vida humana y otra que pone el foco en la salud pública equitativa. De todas formas, es importante mencionar que esta perspectiva podría no ser la única que esté conduciendo las decisiones morales respecto a estos dilemas pandémicos. Más allá de los efectos que encontramos, podrían estar en juego mecanismos deontológicos que también estén influenciando la forma en que las personas reaccionan a estos problemas, y que también sería interesante estudiar. 

Entender cómo las personas nos posicionamos frente a este tipo de desafíos puede ser clave no sólo para saber cómo nos afectan personalmente estas situaciones, sino también para pensar estrategias colectivas (por ejemplo, políticas públicas) que nos ayuden como sociedad a atravesar una crisis de estas características. 

Quienes hicimos esta investigación

Este trabajo, como todo lo que hacemos, fue posible gracias a la contribución de un montón de personas. Por un lado, el equipo que pensó, diseñó e implementó el experimento, analizó los datos y construyó a partir de ellos la historia que les contamos: Virginia Milano, Juan Ignacio Cuiule, Nuria Cáceres, Laura González, Agustina Nahas, Pablo González, Juan Manuel Garrido, Juan Cruz Balian, Rocco Di Tella, Rocío Priegue, Joaquín Navajas, Enzo Tagliazucchi, Facundo Alvarez Heduan, Gerry Garbulsky, Mariano Sigman y Dan Ariely. Por otro lado, las miles de personas que se coparon en participar del experimento y compartirlo para que podamos llegar a más personas y lugares. Estas aventuras de ciencia colectiva no serían posibles sin la Comunidad que las apoya.

Si quieren acceder a los resultados analíticos, la estadística y el material suplementario, o ahondar en cualquiera de las conclusiones que fuimos recorriendo (además de dejar su pregunta o comentario abajo), pueden acceder de forma libre y gratuita a la publicación académica completa acá.

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Las pandémicas https://elgatoylacaja.com/las-pandemicas https://elgatoylacaja.com/las-pandemicas#comments Tue, 08 Mar 2022 13:55:52 +0000 https://elgatoylacaja.com/?p=30507

Las prehistóricas

Dos pedazos de madera frotados uno contra otro, si tienen la dureza adecuada, pueden empezar un fuego. Una llamita tímida que, si se la acerca a leña y hojarasca, se vuelve fogata. Una vez que eso está resuelto, todo lo demás se vuelve bastante más fácil: el frío del invierno gana calidez, la oscuridad de la noche pasa a ser menos peligrosa, las herramientas que se pueden forjar son cada vez mejores. Las carnes son más tiernas y, por qué no, más ricas. Dominar el fuego fue un hito clave en la historia de la humanidad. Un hito que nos cambió para siempre. 

Pero cuando pensamos en sociedades prehistóricas, muchas veces imaginamos a un grupo de hombres saliendo a cazar mientras mujeres y niñes se quedan en el hogar y recolectan frutos en las cercanías. Y tiene sentido, no solo porque así es como nos enseñaron que eran esas sociedades, sino porque también así (y solo así)  las entendió durante décadas la investigación científica. Sin embargo, a juzgar por la evidencia de nuestro continente, parece que las cosas no siempre ocurrieron de este modo. O al menos no exclusivamente. 

Después de que un grupo de investigadores e investigadoras encontrara varias tumbas de mujeres que tenían herramientas de caza, evaluaron la hipótesis de que los roles de género no hubieran sido siempre como los pensábamos y llegaron a la conclusión de que la participación de las mujeres en los grupos que salían a cazar era de entre el 30 y el 50%, lo que volvía a la caza una actividad neutral respecto al género. Hombres y mujeres aportaban por igual a la carne que se asaba en las fogatas. 

Las vikingas

Algo similar ocurrió con las mujeres vikingas. Aunque en las historias y poesías frecuentemente se mencionaba a guerreras mujeres, durante décadas se consideró que se trataba de seres mitológicos. Es más, cuando se encontraban tumbas con esqueletos femeninos y armamentos de guerra, solía argumentarse que lo más probable era que estos estuvieran marcando el estatus de la familia o que hubiera habido un segundo esqueleto en la misma tumba que por algún motivo no se hubiera encontrado, un esqueleto de varón. Recientemente, se realizó un estudio genómico de una de las tumbas más conocidas de la era vikinga, una del siglo X, de la ciudad sueca de Birka. Esta tumba había sido excavada en la década de 1880 y, por la presencia de armas, armaduras, caballos y piezas de juego se había determinado que pertenecía a un guerrero, y particularmente a uno de alto rango, ya que las piezas eran las que se utilizaban para planificar estrategias de ataque. Algunas estructuras óseas de este esqueleto sugerían que era una mujer, pero por mucho tiempo esos indicios se pasaron por alto. Recién con este trabajo publicado en 2017 se determinó genéticamente que esa persona que había diagramado ataques y lanzado flechas prendidas fuego era en efecto una mujer.

Las medievales

Los roles de género fueron evolucionando a la par de las sociedades y con ellos se complejizaron las cosas que podían hacer las mujeres… y las que no. La lista de actividades prohibidas crece o decrece según el momento histórico y el lugar geográfico en el que nos paremos, pero hacia fines de la Edad Media o principios de la Moderna, la lista  era bastante extensa. También eran extensas las hileras de hogueras construidas para quemar brujas, mujeres acusadas de hacer pactos con el diablo por practicar la magia, la química o la medicina.

Las modernas

Los siglos que siguieron se caracterizaron por una popularización de la educación superior. Aumentó la cantidad de hombres que accedían a la misma y se amplió aún más el abismo que separaba las ocupaciones que podían tener los hombres y las que podían tener las mujeres. Se solidificó —aún más— un modelo de familia en el que el padre salía a trabajar para solventar económicamente y la madre se quedaba en la casa, ocupándose de las tareas domésticas, las de cuidado y la preservación de los valores morales.

Pero llegó la revolución industrial y de nuevo el fuego, ya no de leña sino de carbón, apareció para cambiar la realidad. Las ciudades se transformaron y los puestos de empleo asalariado se multiplicaron. Las mujeres se sumaron a la incipiente clase trabajadora. Sin embargo, los puestos que ocupaban  no eran los mismos que los que ocupaban los hombres. Ellas, al igual que los niños, se empleaban principalmente en la industria textil y la minería, y el pago que recibían era significativamente menor al de sus contrapartes masculinas. Por otro lado, la inserción de las mujeres en el mundo laboral no supuso una redistribución de las tareas domésticas, es decir que su jornada laboral, en vez de redistribuirse, se alargó.

Las contemporáneas

Para 1908, aunque las condiciones de trabajo de muchas personas seguían muy por debajo de nuestros estándares actuales, los sindicatos habían ganado presencia y poder, y había consenso en que los derechos laborales se ganaban reclamándolos. Así fue que el 8 de marzo, en Nueva York, un grupo de trabajadoras hizo una huelga en la fábrica textil en la que trabajaba, con una gran manifestación donde tomaron las calles. La manifestación no tuvo el resultado esperado, pero sembró una semilla. Pocos años más tarde, otra fábrica, Triangle Shirtwaist, se prendió fuego y el incendio se propagó. Casi ninguna de las mujeres que trabajaban allí pudo escapar: las puertas habían sido cerradas por los dueños. Murieron 129 trabajadoras, la mayoría de ellas inmigrantes italianas.

En 1977,  la ONU declaró el 8 de marzo como Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, y desde entonces, cada aniversario es una oportunidad para reflexionar sobre la situación de las mujeres en el mundo en general y en el laboral en particular. 

Las pandémicas

Para casi todas las personas, los últimos dos años estuvieron marcados por la crisis económica y sanitaria, consecuencia de la epidemia de covid-19. Igual que muchos otros procesos históricos, esta afecto a las mujeres trabajadoras de forma singular.

De acuerdo a un artículo publicado por Fundar junto con ONU Mujeres y el PNUD, antes de la pandemia, en América Latina y el Caribe, las mujeres dedicaban el triple de tiempo que los hombres al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. Estas diferencias no solo no se emparejaron en los últimos dos años sino que se extremaron todavía más. Al dejar de asistir les niñes a las escuelas y no contar con personas empleadas para el cuidado, fueron las mujeres de la casa las que ocuparon principalmente esos roles. En una encuesta realizada por el INDEC, registraron que en el 75% de los hogares encuestados del Gran Buenos Aires, las tareas de apoyo escolar las desarrollaron única o principalmente mujeres, mientras que solo en el 16% de los casos estuvo a cargo un varón. El mismo estudio determinó que en el 65% de los hogares había aumentado el tiempo dedicado a las tareas domésticas, y en el 64% de estos casos la responsabilidad de estas tareas fue absorbida por las mujeres. Una tendencia similar se observa en lo que respecta a tareas de cuidado

Este gráfico se construyó a partir de los datos del Estudio sobre el impacto de la COVID-19 en los hogares del Gran Buenos Aires publicado por el INDEC en 2020. Muestra cómo se distribuyeron las tareas domésticas, de apoyo escolar y de cuidado en los hogares encuestados entre agosto y octubre del 2020.

La distribución inequitativa de las nuevas cargas tuvo un costo: en un trabajo publicado en diciembre del 2020 se vio que las mujeres que son madres y trabajan tuvieron un impacto negativo en su salud mental a raíz de la covid-19. 

Pero las dificultades a las que se enfrentaron las mujeres en el marco de la pandemia no estuvieron restringidas por el umbral de la puerta de salida de sus casas. Muchas estaban empleadas en la informalidad y perdieron su trabajo de forma total o parcial. De acuerdo a un informe de ONU Mujeres, casi el 40% de las mujeres de la región estaba empleado en sectores fuertemente afectados por la pandemia, como lo son el sector hotelero, de comercio, gastronómico y el trabajo doméstico. La crisis económica a la que se afectaron estos sectores redundaron, lógicamente, en un costo económico para estas mujeres. 

Analizando a nivel nacional, se observó que el retiro forzado del mercado laboral afectó a hombres y mujeres por igual. Sin embargo, al reactivarse la economía, la reinserción no ocurrió de forma equitativa. Particularmente, son las mujeres más jóvenes (14 a 29 años) las que enfrentan mayores dificultades para reinsertarse en el mercado laboral una vez que este se reactivó. En esta franja etárea se registró un aumento en la brecha de género en el último trimestre de 2020, cuando los hombres recuperaron una tasa de empleo similar a la de antes de la pandemia pero las mujeres no. Con demora pero sin pausa, la participación de las mujeres en el mundo laboral creció durante 2021 y esta brecha volvió a achicarse. 

Tasa de empleo de personas de 14 a 29 años en Argentina desde el primer trimestre de 2019 hasta el tercer trimestre de 2021. Los datos fueron obtenidos de los Informes técnicos del INDEC de los períodos correspondientes.

A lo largo de la historia, todos los grandes cambios tuvieron impacto sobre la situación de las mujeres en general y las trabajadoras en particular. Sería muy ingenuo creer que esta crisis no haría lo propio. Y así como las prehistóricas participaban de las tareas de caza para conseguir alimentos y las vikingas luchaban por defender o conquistar territorio, nosotras, las mujeres de la actualidad, ocupamos roles irremplazables en las sociedades de las que formamos parte, algo que se evidenció en cada paro internacional de mujeres llevado a cabo los 8 de marzo de años pasados. 

Recorrer la historia puede servir para entender el presente. Pero entender el presente sólo es relevante en la medida en la que nos permite diseñar el futuro. Hay algo de eso en el tema seleccionado por la ONU para este día en 2022. Lo formularon así: “Igualdad de género hoy para un mañana sostenible”. Y tiene sentido. Más a la corta que a la larga, si queremos habitar un planeta que no esté prendido fuego, vamos a tener que construirlo entre todes.

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El aura digital https://elgatoylacaja.com/el-aura-digital https://elgatoylacaja.com/el-aura-digital#comments Mon, 14 Feb 2022 11:13:39 +0000 https://elgatoylacaja.com/?p=30444

Los grandes cambios en la historia pasan primero muy lento y después extremadamente rápido. Los eventos tectónicos, los que verdaderamente cambian la forma que tenemos de relacionarnos, empiezan de a poco, con un puñado de personas sumamente interesadas que descubren temprano una herramienta con el potencial de transformar el mundo. Pero en muy poco tiempo se expanden hasta la persona más reticente.

Así, esa persona que nunca iba a tener celular, un día tiene dos: el personal y el laboral. Esa persona que renegaba de facebook, un día cierra su cuenta tras haber agotado todas las posibilidades que esa red le dio y se dispone a probar una nueva. Así, entonces, también cabe esperar que un día, más pronto que tarde, la persona más inesperada se encuentre preguntando en una cena familiar cómo compra Bitcoin o qué wallet usar para guardarlos. 

Hace ya 5 años publicamos una primera nota sobre Blockchain, el grupo de tecnologías de bases de datos abiertas, inmutables y descentralizadas (todo con matices y asteriscos relevantes) que están proponiendo algunas transformaciones radicales en el presente y futuro cercanos. Transformaciones que ya son tan extendidas que es muy difícil circunscribirlas a un dominio. Al principio fue Bitcoin, sí, lo que implicó para el sistema financiero tener que  enfrentarse (se enfrenta aún) a un organismo distinto. Pero esta no es una historia sobre Bitcoin. 

Esta es una historia sobre el mundo digital. Mejor aún: esta es una historia sobre el momento en el que un espacio dentro del mundo digital intentó pelearle al campeón, ir por el título, romper la hegemonía y proponer un sistema nuevo. La pregunta es si, además de nuevo, es mejor. Si además de posible, un sistema de organización basado en tecnología blockchain es deseable.

Entender la escalada gigantesca del espacio cripto implica, también, contextualizar cómo nació y creció.  Bitcoin lo hizo en el 2008, empujado por un profundo rechazo a un sistema financiero colapsado que castigó a los que menos tenían mientras rescataba a los principales beneficiados de la burbuja especulativa de las hipotecas subprime. 

La propuesta de valor de Bitcoin era un sistema descentralizado y sin intermediarios que permitiese cuentas claras gracias a trabajar con una sola base de datos compartida. Una base en la que anotar cambios fuese difícil y costoso, lo cual tiene una ventaja enorme:  desincentivar ataques a esa base a favor de cualquier participante en particular. Escribir en esa base de datos inmutable, en la que cada bloque está conectado al siguiente, yendo siempre para adelante, siempre agregando, nunca editando, y hacerlo de manera descentralizada implica decidir quién de todos los participantes va a escribir ese agregado. Eso se logra mediante un protocolo de consenso, que determina quién escribe mediante una carrera por la resolución de desafíos matemáticos por demás difíciles. Este mecanismo de consenso se llama Proof of Work (Prueba de Trabajo), un nombre adecuado que refleja exactamente lo que hace.

No creo que pueda dividirse la propuesta crypto de su filosofía, y no quiero con esto bajarle el precio sino todo lo contrario, me parece importante identificar cómo los sistemas que armamos codifican y expresan visiones sobre el mundo hacia el que queremos ir. En el caso de Bitcoin, se puede ver la influencia anarcocapitalista en la búsqueda de privacidad, libertad individual y rechazo de un Estado centralizado como organismo capaz de ejercer el monopolio sobre el dinero y su creación y circulación. Porque Bitcoin también prometía (y tiene codificado en su centro más duro) la propuesta de no emisión monetaria: van a existir solamente 21 millones de BTC, una vez que se agoten, vamos a intercambiar los existentes.

Con cuántas ganas escuché esa propuesta radical la primera vez. Tomaba toda la desconfianza hacia el sistema financiero actual y las diminutas elites que lo controlan, esas que nunca pierden, y las reemplazaba por algoritmos fríos pero claros, y hay pocas cosas más seductoras para personas que hemos vivido ciclos inflacionarios permanentes que la oportunidad de tener reglas claras, ni hablar si esas reglas están codificadas algorítmicamente. Un sueño.

¿Cómo progresa el sueño? Progresa raro. Esa moneda descentralizada que iba a acabar con las elites hoy se encuentra concentrada en manos de otra elite. Más o menos el 30% de los BTC se encuentra en manos de apenas el 1% de tenedores y la red de Bitcoin consume la misma cantidad de electricidad que nuestro país. 

¿Esto último es necesariamente malo? Depende. ¿Las finanzas tradicionales no consumen electricidad? Por supuesto, pero bastante menos. ¿Dónde está concentrado el poder de las monedas actuales? En los bancos que las emiten, con casa mundial actualmente en Washington. ¿Cómo resisten las formas actuales de dinero ante líderes autoritarios? Pésimo. ¿No vale la pena esta inversión por un sistema radicalmente mejor que el anterior? Seguramente. ¿Es esta propuesta sobre la naturaleza del dinero mejor que la que tenemos? Una vez más, depende, para eso hay que responder qué valor genera esa propuesta cuando la comparamos con, entre otros factores, su gasto energético.

Probablemente ese sea un desafío permanente a tener en cuenta en toda esta conversación sobre blockchain: el balance entre conceptos tan esquivos de cuantificar y acordar precisamente como lo son costo y valor.

Todos los Bitcoin son iguales

Todos los Bitcoin son iguales (o por lo menos equivalentes, intercambiables unos por otros), como lo son todos los pesos y todos los dólares. Esta posibilidad de ser reemplazados por versiones equivalentes de sí mismos es lo que hace que digamos que todos esos bitcoins, dólares, pesos son fungibles, no especiales, no únicos.

Pero hay cosas en el mundo que no son intercambiables, que tienen su propia historia que los hace irreemplazables. Por ejemplo, yo todavía guardo un Anuario I. Un ejemplar del primer proyecto editorial que hicimos en Gato. Y es distinto a todos los demás libros (inclusive a todos los demás Anuarios I que hicimos en esa tirada) porque este me lo firmaron muchos de los autores y autoras de ese primer año de Gato y lo convirtieron en un objeto único que vale en su historia. No es fungible. No da lo mismo si lo cambio por otro ejemplar que tenga otra historia. Ese libro es distinto de los otros 2999 que imprimimos. Es mi Anuario No Fungible.

Esa capacidad de guardar historia, de convertir algo reemplazable en algo único, define a los Non Fungible Tokens (NFT de ahora en más), pero para entenderlo vamos a necesitar primero hablar de la segunda gran blockchain: Ethereum. 

Donde Bitcoin podía guardar solamente información sobre transacciones, Ethereum abre una puerta nueva: no solamente vamos a guardar intercambios sino que vamos a poder, también, escribir otros tipos de datos, incluyendo código. Código que se ejecuta en una enorme computadora físicamente descentralizada: la Ethereum Virtual Machine. Esa capacidad de correr código pone el foco de esta gran computadora descentralizada en la programabilidad como función principal. Con ella nacen los smart contracts, programas ejecutables en esa red. A partir de entonces, no solamente podemos anotar intercambios de dinero, sino también todo tipo de datos, incluyendo tanto código ejecutable como objetos únicos digitales.

¿Qué es, entonces, un NFT? La idea es aparentemente simple: vamos a darles historia a objetos digitales y esa historia va a guardarse en un contrato digital escrito en una pared pública que cualquiera puede escribir (estrictamente, cualquier que pueda pagar los entre 20 y 200 dólares que cuesta hoy una operación en Ethereum, si es que elegís escribirla ahí) y nadie borrar, es decir, en una blockchain. Porque un NFT es eso, un objeto digital representado en un contrato que nos cuenta una historia.

Así podemos pensar conceptualmente un NFT: la representación de propiedad de un objeto (digital o físico), en una blockchain que incluye un token , el nombre del objeto, quién lo creó, una descripción, el link de su ubicación (que, en situación ideal, se encuentra ubicada en un soporte descentralizado ), y, de ser una transacción de tipo compra / venta, los datos de quien compra así como el precio del intercambio. 

¿Qué se vende cuando se vende ese token? ¿Es la explotación comercial de la obra? ¿Los derechos de reproducción? No está claro, pero a priori comprar una obra es muy distinto de comprar los derechos comerciales y de reproducción sobre esa obra.

Todos los fuegos, el fuego 

Probablemente ya mismo, aún cuando apenas la estamos conversando, la palabra NFT ya empieza a quedar chica para comprimir y conceptualizar la multiplicidad de usos que efectivamente tienen, y no es lo mismo vender una pieza única, una colección, una serie de imágenes que representen una comunidad, un dominio de internet imposible de censurar o la tokenización de un activo del mundo físico. Para tener una charla sobre NFTs, antes vamos a tener que tener una charla sobre varias de sus subespecies.

Por eso, para entender esto mejor, antes de adentrarnos en el mundo digital, hagamos el ejercicio de pensar cómo funcionarían los NFT en tanto representación de bienes materiales ¿Cómo sería un mundo donde una casa se tokeniza y la compra y venta del inmueble se da sin escribanes ni llevar plata en efectivo a ningún lado? ¿O uno donde se compra una obra de arte y se fracciona en múltiples NFT para venderse a múltiples inversionistas? En su mismo sitio, la comunidad de Ethereum describe el uso de NFTs como 

‘Esencialmente escrituras, un día podría comprar un automóvil o una casa usando ETH y recibir la escritura como NFT a cambio (en la misma transacción). A medida que las cosas se vuelven cada vez más de alta tecnología, no es difícil imaginar un mundo en el que su billetera Ethereum se convierte en la llave de su automóvil u hogar: su puerta se abre con la prueba criptográfica de propiedad.’

Una vez más, amo la visión de un mundo sin escribanías, pero me hace ruido un optimismo tecnológico que, al mismo tiempo, evidencia escepticismo hacia las personas. ¿Para qué tener un intermediario en mi operación inmobiliaria si puede mediarlo un smart contract?

Esta tensión entre quienes encuentran valor potencial en la idea misma de NFTs y quienes no es tangible: la mitad de los interesades en el tema que leo en Twitter odian blockchain. La otra mitad, la ama. ¿Cómo puede ser que una tecnología polarice tan fuertemente? Probablemente porque los casos de uso de esa tecnología van a exceder largamente los espacios pequeños de quienes las desarrollan, y el uso real de las cosas muchas veces excede por mucho las intenciones iniciales de quienes las crean.

Quienes rechazan más estas tecnologías tienen siempre objeciones por lo menos razonables ¿Qué pasa si pierdo la llave criptográfica del NFT de mi departamento? ¿Y si recibo un ataque a mi billetera y alguien roba el token de la escritura? Porque el lejano oeste es así, implacable. La misma blockchain inmutable que registra fielmente cada transacción es incapaz de comprender el contexto, y su diseño hace extremadamente difícil (aunque no imposible) borrar y corregir. Poder confiar en la seguridad y robustez de lo que se escribe no equivale a confirmar su veracidad. 

Escuché a alguien decir alguna vez que que más que smart contracts eran dumb programs. Un poco picante, pero con algo de verdad en el centro. 

El aura

De la misma manera que alguien que crece en un país altamente inflacionario se interesa fácilmente por la propuesta de valor de una moneda con límite de emisión, pensar en tecnologías que permitan la comercialización de bienes digitales me atraviesa. Desde que empezamos Gato, uno de los desafíos principales ha sido cómo hacer de la pasión (y el trabajo) de la creación de contenidos digitales una actividad profesional y sustentable.

Esta es una de las grandes promesas de los NFT: que quienes creamos en digital podamos vivir de eso, y es una promesa que explotó al mainstream hace apenas un año, con la venta en Christie’s (probablemente la más famosa subasta) de una colección de arte digital en 69 millones de dólares. 

Si hacés suficiente zoom podés ver una de las obras de Beeple, artista digital que vendió más de 10 años de creaciones digitales en una subasta que alcanzó los 69 millones de dólares.

69 millones de dólares que alcanzaron y sobraron para que el interés en el mercado del arte digital explotase. Y acá probablemente sea pertinente preguntarnos también quién compró esa pieza y por qué. ¿Fue un coleccionista orgulloso, esperando colgar la pieza en su pared para que interpelara su sensibilidad? No. Fue Vignesh Sundaresan, una figura muy activa del ambiente crypto que decidió convertir esta pieza (y algunas más) en un paquete, subdividirlo y comercializarlo. ¿Es este uso distinto del uso especulativo y como reserva de valor del mercado del arte actual? Me cuesta mucho encontrar la diferencia. Volvemos al inicio de este texto y a preguntarnos si estas propuestas radicalmente nuevas están, en efecto, usándose de maneras radicalmente nuevas o si replican las lógicas del pasado pero ahora de forma más rápida, furiosa y global. 

Y con esta venta, el frenesí. Memes de todo tipo y factor empezaron a venderse con precios exorbitantes, incluído el Nyan cat original vendido por 300 ETH (hoy unos 750.000 USD) o success kid por 15 ETH (unos 35.000 USD).   

Más allá del ruido ensordecedor de todo ese dinero por memes, la tokenización de objetos de arte digital permitió dar un paso que, sospecho, Walter Benjamin habría odiado o amado, pero seguro no lo hubiese pasado desapercibido. En su ensayo ‘La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica’, Benjamin explora cómo la posibilidad de reproducir una obra de manera escalable afecta su valor y diluye el concepto de original. Así, el aura presente en una obra, aquello que hace que el original se sienta original, que tenga otro valor, es más bien fácil de identificar cuando pensamos en cuál es el original de La Piedad, pero se hace más esquiva cuando nos preguntamos cuál es la versión original de Star Wars. El progreso de las condiciones técnicas de las dos obras hacen más sencillo responder la pregunta cuando la respuesta es ‘el pedazo gigante de mármol que Miguel Ángel martilló’ que cuando hay que entender si el original es el master que se usó para generar las copias de la película que después fueron a los cines, el corte del director o el remix en 4K remasterizado. 

Ni hablar de la pregunta ¿cuál es el original de la session 6 de | BZRP con Trueno? ¿Enfrente de qué pared del Louvre me paro a llorar conmovido por ‘siempre estoy tranquilo, siempre estoy fresco, haciendo flow en el vinilo, me lo merezco’?

Y, más allá de la noción de arte (de la que me quiero mover para no entrar en una charla válida pero no central para esta exploración), ¿cómo establecemos nociones de originalidad en sustratos naturalmente digitales infinitamente escalables? 

La tokenización permite que quien crea lo haga de cara al mundo, escribiendo en una blockchain ‘Esta es la pieza original. Es digital para que pueda, además de existir, llegar a todos lados, sí, pero tiene una propiedad concreta, cedible, comprable, vendible, destruible’. Inclusive se pueden crear varias piezas originales, como quien crea 25 serigrafías iguales pero únicas al mismo tiempo. Quien crea decide si hay un original o 100.000, y esa escasez es también parte de la posibilidad expresiva.

Ah, no, pero si esa imagen digital se puede copiar y pegar y es igual a la anterior, entonces todo esto es una burbuja que no tiene sentido, es una ilusión para coleccionistas. No. O bueno, tal vez sí, pero idéntica a la ilusión que hace que esa edición limitada de un disco, con su número de serie y todo, la consideremos distinta o especial. 

Esa ilusión, en definitiva, es el aura. La revolución de la tecnología blockchain es que les brindó la posibilidad a los objetos digitales de tener la suya. 

Banque a su propio artista

Entonces, recapitulemos: los NFTs básicamente son un contrato: público, auditable, infalsificable (o más bien, de nuevo, infalsificable en términos de alterar la transacción, no la información que ingresa a la transacción). Un contrato que permite, a quien crea, varias posibilidades que antes no existían. La primera, que alguien con un interés genuino en una obra digital pueda comprarla y atesorarla para sí. Sin especulación, sin intención de venta futura. 100% celebración real de la labor de quien crea por quien colecciona, caso de uso que me prometí no desestimar en el medio de tanta especulación.

La otra posibilidad dramáticamente nueva es que en ese mismo contrato se puede incluir a quien crea en el mercado secundario de la obra. La posibilidad de decir: desde ahora y para siempre, una parte de cada cambio de manos de esta obra me va a venir a mí, quién la trajo al mundo. Este porcentaje queda codificado en la obra y permite el acceso a donde normalmente reside el mayor volumen económico, reconfigurando totalmente el impacto económico sobre quien crea. O no. O a veces ese mecanismo falla, cada plataforma de compra venta levanta esa información de manera diferente y la promesa de mercado secundario queda renga.

Entender el caso de uso de NFTs dentro del entorno de Creadorxs digitales es también entender a las comunidades que lo hacen. En palabras de Tomás García, uno de los referentes del medio, ‘este gran y artificial corrimiento tectónico digital que creó el cripto arte creó una comunidad muy amplia que estamos comenzando a entender. Es una comunidad picante, mixta, llena de intereses económicos y emocionales por parte de los artistas y llena de especulación financiera y búsqueda estatus por parte de los colectores. Hay artistas que están por la guita y nada más. Piensan que explotó una piñata y que hay que ir a tirarse al suelo a aprovecharla. Hay artistas que sin duda están por el concepto y la tecnología y el artista que no tiene ni idea porque están ahí. Hay colectores que lo ven como una inversión o como una forma de militar por una moneda, hay colectores que lo ven como una forma de mostrar toda la plata que tienen y que no la pueden mostrar por la pandemia y hay colectores que bancan a sus artistas’.

Nada es tan sencillo ni tan transparente en el mundo de los NFTs. No siempre quien crea la obra es quien decide sobre ella. Más bien, decide quien mintea primero, que no es lo mismo. Mintear es el acto de crear ese token que asocia la obra a una blockchain y, como ya vimos antes, anotar algo en una blockchain no necesariamente lo valida como verdadero.

Esta diferencia entre crear una obra y ser el primero en anotarla y comercializarla es otra forma más en la que este espacio en ebullición muestra fragilidad. Parte de la anonimidad que permiten estos sistemas habilita a que alguien simplemente identifique obras digitales y las venda como propias, que es exactamente lo que pasó con múltiples obras en Devian Art, donde identificaron que decenas de miles de obras estaban siendo vendidas en plataformas de comercialización de NFT por parte de usuarios que nada tenían que ver con quienes habían creado las piezas.

Esta misma tecnología también permite que una misma persona cree cientos de billeteras que compran una obra cada vez más cara, generando la ilusión de incremento de valor y esperando que otro especulador se coma la curva.

Peligro en altamar

Personalmente, creo en hacer para entender. Por eso, hace unos meses tomé una decisión: si iba a tratar de compartir una perspectiva sobre NFTs quería no solamente hacerlo como espectador sino como participante. Tenía que mintear, comprar, vender, regalar, recibir regalos, quemar… todos los verbos naturales a la creación de objetos digitales. Tenía que entender qué se sentía. Y lo hice: me embarqué en acompañar a un creador digital (Juan Garrido) en esa exploración de creación, y dediqué horas a navegar HEN (ahora renombrado Teia), una de las plataformas que permiten la creación e intercambio entre usuaries de NFTs, para entender qué piezas me movilizaban de alguna manera, ya sea porque resonaran en mi sensibilidad, les atribuyera valor histórico o porque bancase al creadxr y desease pagar por una de sus obras. Fue una experiencia alienígena y hermosa. Como la primera vez que colgué un cuadro en casa o la primera vez que compré un objeto real de arte para poder convivir con él (una estatuilla de cerámica de una artista que me encanta, k2man). No compré ninguna pieza por su valor futuro o especulativo. No compré para agitar un ciclo de hype que me va a permitir venderle a alguien algo con la perspectiva de que, a su vez, encuentre un tercero o tercera aún más futuro que elija pagar por esto como si fuesen tulipanes centenarios. Las compré por el valor que les atribuyo hoy. ¿Qué pensarán les coleccionistas de que ahora me encuentre entre sus filas? ¿Qué pasa cuando se democratizan prácticas como la colección y la compraventa de arte tan radicalmente? No tengo idea, pero se vienen años efervescentes para el mercado de la creación digital, aunque me cuesta mucho pensar cómo la valoración intrínseca va a poder tener protagonismo en un mar de especulación.

Bienvenides. Esta es mi pared de cosas digitales que me encantan. Hablan de mí, como lo hace mi biblioteca o mis listas de reproducción de Spotify, aunque en este caso estoy 100% seguro de que la plata que invertí le llegó a quien creó. 

Así como se crean y venden imágenes, clips audiovisuales o modelos 3D, hay plataformas especializadas en conectar creadorxs y coleccionistas de distintas tipologías digitales. Como siempre, volvemos a las personas que las usan. No es la misma comunidad la que busca piezas en OpenSea (la plataforma de intercambio de creaciones digitales más importante en este momento) que quienes van a Foundation, Makersplace o Rarible. Es muy difícil enunciar qué es lo que hace que estas plataformas sean distintas, o por lo menos es difícil que esa enunciación no pierda vigencia al cabo de un tiempo. Algunas se orientan a piezas únicas, otras a música, o a vender tuits. Sí, tuits. ¿Quién dijo que una creación digital tenía que ser uno u otro formato?

Organizar una comunidad

Otro de los usos que empezó a hacerse de los NFT fue el de los Proyectos de Foto de Perfil: iniciativas en las que se construían una enorme cantidad de piezas únicas y al mismo tiempo relacionadas entre ellas en un sistema que recombina características más o menos frecuentes. 

Probablemente, uno de los proyectos más representativos de esta forma de pensar y usar los NFTs es Cryptopunks, característico a la comunidad más early adopter de Ethereum y que en los últimos años ganó enorme notoriedad y capacidad de proyectar pertenencia. Así, comunidades enteras empezaron a organizarse y reconocerse por sus fotos de perfil.

Porque esa es la parte más interesante de la propuesta de los proyectos de foto de perfil: tener una y que otres tengan una también. 

Ser parte de. Y que se note.

Los proyectos de este tipo evolucionaron prometiendo cada vez más valor de uso (además del simbólico) a quienes lo tuvieran. ¿Qué significa valor de uso en este contexto? Por ejemplo, que determinados NFTs te permitan acceso a fiestas, restaurantes, conferencias. Inclusive empezaron a hacerse comunes los roadmaps de desarrollo futuro. ‘Con este NFT vas a poder acceder a nuestras fiestas futuras en yates, pero también a recitales exclusivos en el metaverso’. 

Y, de nuevo, la efervescencia. ¿Cuántas de esas promesas efectivamente se cumplieron? ¿Cuántos de esos proyectos de decenas de miles de fotos de perfil se convirtieron en Comunidades? No ‘personas usando la misma foto de perfil’, sino comunidades reales de personas interactuando de manera significativa en búsquedas compartidas.

Me atrevo a decir que, hoy, la extrema minoría. Creo, formando parte de una Comunidad como es Gato, que algo de estas dinámicas conspiran contra la forma natural en la que una comunidad crece y se desarrolla. Estos proyectos emiten miles de certificados de pertenencia, muchos de los cuales (y no voy a decir todos, porque realmente creo en el potencial de algunas de estas ideas para conectar a las personas) se extinguen sin mayores progresos. Pero de esos proyectos no se habla. De los roadmaps futuros de fiestas, clubes, videojuegos, terrenos, ciudades a habitarse, poco hay todavía para mostrar. 

Sí hay muchas fotos de deportistas de elite con sus perfiles de monos caros y hasta murales en Buenos Aires (hermosos y hechos por artistas super capaces), pero que me es difícil reconocer como Comunidad en tanto no entiendo sus usos y costumbres, sus historias, su folklore. Básicamente, lo que hace que una comunidad lo sea, además de la foto de perfil.

¿Quiere esto decir que los NFTs no tengan la posibilidad de organizar y celebrar Comunidades? Para nada. Sería hermoso que cada Bancante de Gato tuviera un gatito precioso, anotado en una blockchain, para que recordemos siempre todo lo que ya compartimos. Pero en ese orden. Primero la comunidad, después la representación. El caballo adelante del carro.

Tu lugar en internet

Todavía recuerdo cuando sacamos el dominio elgatoylacaja.com. Hacerlo implicó conectar con los servicios centralizados (ICANN y DNS) que convierten esas direcciones legibles y las conectan con las IP en las que los sitios residen. Con esa centralización viene la posibilidad de intervenir en ese sitio, ya sea por presiones de copyright, políticas, lo que sea.

Ahora ¿qué pasa si esa conexión entre el nombre y la IP no estuviese centralizada? ¿Y si las llaves que controlan esos dominios estuviesen en control total del usuario? Bueno, obvio que la pregunta no es retórica porque otro caso de uso más interesante de NFTs es exactamente ese. Hoy ya se puede comprar un dominio NFT y gestionarlo directamente escribiendo en blockchain, con control total del lado del usuario que controla ese NFT.

¿O sea que podríamos comprar el dominio elgatoylacaja.crypto, asociarlo a una billetera nuestra y controlar un pedacito, aunque sea chiquito, de esa internet (un poco más) descentralizada? No, no podríamos. Pudimos.

elgatoylacaja.crypto 

Si hacés click acá lo más probablemente es que no pase absolutamente nada porque la mayoría de los navegadores todavía no leen dominios blockchain. Web3 es un poco así hoy, una promesa de descentralización, que medio que sí o sí requiere andar configurando manualmente un montón de cosas para que funcione. Si lográs que el navegador lo levante, recién ahí vas a entrar a la misma web Gato de siempre, pero esta vez usando como punto de entrada un dominio descentralizado. Quién sabe qué podemos armar ahí mañana. Tomaremos esa decisión con mucha libertad porque las llaves son nuestras.

Es inmensa la sensación de autonomía de controlar un pedacito de internet no censurable. Apenas lo hicimos, recordé la historia de Gao Yan, una estudiante universitaria china que denunció a un profesor por abuso sexual. 10 años después (en 2008), otra estudiante (Yue Xin) publicó una carta abierta exigiendo a la universidad que investigase el caso. Pero la carta empezó a desaparecer de internet. Entonces, Yue decidió hacer algo distinto. Generó una transacción en Ethereum por 0 dólares consigo misma y escribió la carta en las notas de la transacción (que pueden verse acá). 

Inmutable, incensurable, aún por el gobierno chino. Y fue un caso de uso espectacular, esperanzador. Hasta que leí a Molly White en este posteo, donde se pregunta cómo podría esta tecnología ser usada para mal.

‘Las personas que mantienen privadas las direcciones de sus billeteras de criptomonedas a menudo lo hacen por una buena razón: hay muy poca privacidad disponible una vez que se conoce la dirección de su billetera de criptomonedas, porque cada transacción es visible públicamente. (…) Una característica comúnmente promocionada de las cadenas de bloques es su inmutabilidad: una vez que los datos se escriben en la cadena de bloques, están allí para siempre. Si bien esto puede tener aplicaciones útiles, como cuando se almacenan registros de transacciones sencillos, es una pesadilla si se piensa en sus implicancias para los datos creados por el usuario, particularmente cuando se consideran a través de la lente del abuso y el acoso. Si alguien almacena material de pornografía de venganza o abuso sexual infantil en una cadena de bloques, estará allí para siempre y no se puede eliminar. Las plataformas pueden optar por no mostrarlo, pero los datos aún están allí y cualquiera puede acceder a ellos, ya sea directamente o simplemente eligiendo usar una plataforma diferente construida en la misma cadena. Esto significa que si alguien es víctima de la pornografía vengativa, lo mejor que puede hacer es comunicarse con plataformas individuales y solicitarles que oculten el contenido; esto podría ser muchas, muchas plataformas, e incluso aún así, el contenido permanece disponible en la cadena para aquellos que desean buscarlo’

Inmutable es inmutable. No es verdadero, no es falso, no es bueno, no es malo. Sí es para siempre.

Tuve una sensación parecida de falta de agencia la primera vez que alguien me mandó un NFT directo a mi billetera. Porque fue así, directo. No tuve que aceptar la recepción, los tokens simplemente entraron directo con solo saber mi billetera (que está pública en las aplicaciones usadas para intercambiar NFTs). ¿Puede usarse esta propiedad como un ataque? Claro que sí, y más en redes como Ethereum, donde ya vimos que cada transacción puede ser extremadamente cara. Alguien puede simplemente mandarte un NFT y que se sume a tu billetera sin permiso, sin capacidad de negarlo y, de querer eliminarla, vas a tener que hacerlo activamente y pagar el costo. 

Es más, mientras terminábamos de editar esta nota recibí mi primer spam / obra conceptual NFT no deseada (?). El artista bayneko decidió mandarnos a más de 100.000 usuaries de la plataforma HEN una foto de microscopía electrónica de Sars-Cov2. Como el virus, no pude elegir recibirlo o no. A diferencia de una casilla de mail, crypto no tiene filtros de spam. La misma red que puede elegirse gracias a su bajo costo de transacción está expuesta a este tipo de usos, dado su bajo costo de transacción. TENSA CALMA.

Pero a qué costo

Como ya vimos, una parte importante de entender estas distintas redes y sus posibilidades es entender el costo que implica usarlas. Quiénes tienen acceso a participar de estas nuevas formas de generación e intercambio de valor.

Para eso, tenemos que hablar del costo de usar Ethereum. Desde el punto de vista de un usuario inicial, Ethereum hoy es extremadamente privativo: cada operación cuesta unos 40 USD (promedio, con picos en los cientos de USD), y por lo menos una parte de eso tiene que ver con la explosión de los NFTs: la enorme cantidad de transacciones que se generaron el último año superan ampliamente la capacidad de la red de procesar transacciones, lo que empuja hacia arriba el precio de cada transacción. ¿Querés crear una pieza? 40 dolarucos. ¿Querés ponerla a la venta? Otros 40. ¿Querés sacarla de venta? Pasá por ventanilla. No estoy diciendo por esto que la red no tenga valor ni mucho menos estoy despreciando un proyecto del tamaño, historia y potencial futuro de Ethereum, sino más bien tratando de entender a quiénes sirve, por lo menos hoy.

Para contextualizar vamos a tener que volver a conversar sobre la forma en la que una red llega a un consenso: la forma en la que se define qué información va a ser agregada a la cadena de bloques. En el caso de Ethereum, hoy el mecanismo es muy intensivo energéticamente (es una Prueba de Trabajo, como BTC). Pero la plataforma tiene planes (múltiples veces pospuestos) de pasar a una forma de consenso que no tiene que ver con el gasto energético sino con que usuaries específicos inmovilicen sus ETH y corran nodos validadores gracias a lo cual se realizaría la confirmación necesaria (esta forma de llegar a consenso se llama Proof of Stake). Esto, por un lado, solucionaría el problema del gasto intensivo de energía, pero es muy difícil pensar en la promesa de descentralización cuando para correr uno de esos nodos validadores se necesita disponer de 32 ETH (unos 80.000 USD al valor actual de cerca de 2500 USD / ETH). Un sistema que recompensa a quienes ya tienen gran cantidad de estos tokens es un sistema que, lejos de descentralizar, concentra . ¿Quiénes pueden participar de la ganancia asociada a la validación más que quienes ya tienen una gran cantidad de recursos invertidos? Esto genera cada vez más distancia entre los early adopters y el resto de las personas. Por vez número mil, se hace inevitable la pregunta de cómo el sistema nuevo es distinto del actual o cómo simplemente lo reproduce.

Por supuesto que no inventamos estas preguntas. Afortunadamente, muchas de ellas ya fueron articuladas por miles de creadores digitales de todo el mundo, lo que hoy se conoce como el movimiento CleanNFT, que busca problematizar y explicitar las tensiones entre ese uso excesivo de energía (y sus emisiones asociadas) y la posibilidad de usar tecnologías de blockchain para crear nuevas formas de intercambio para bienes creativos. 

Los consensos a los que llegaron son bastante claros: “las redes que usan PoW emiten muchísimo, eso no nos es indiferente. Las plataformas de arte NFT que utilizan cadenas de bloques con prueba de participación (PoS) son más eficientes energéticamente y actualmente la mejor solución para crear NFT sin impactar el medio ambiente”.

Es así que este movimiento se enfoca en el uso de, por ejemplo, la blockchain Tezos, que consume entre 6 y 7 órdenes de magnitud menos energía que redes PoW.

Esta blockchain no es en absoluto la única opción, hay muchos proyectos diferentes que usan esta misma estrategia de elaboración de consensos, logrando un impacto ambiental mínimo (o inclusive incluyendo estrategias de captura de carbono que terminan en emisiones negativas). Entonces, NFT no tiene que ser sinónimo de impacto ambiental, dependiendo de dónde se realice su producción e intercambio. 

¿Va a estar todo bien?

Hay dos expresiones comunes en el espacio cripto: WAGMI y NGMI. We Are All Gonna Make It (lo vamos a lograr) y Not Gonna Make It (no lo vamos a lograr). Creo que ambas reflejan bien el potencial y los precipicios que estas tecnologías habilitan. 

Creo en la rabia del 2008 y entiendo el atractivo en la visión de un sistema sin bancos centrales. Creo que el sistema financiero como está, está roto, y disfruto en algún lugar de mi interior que el Fondo Monetario Internacional se asuste y le pida a El Salvador que deje de usar Bitcoin como moneda legal, pero no puedo dejar de ver dos bestias peleándose y trato de recordar que estar enojado con el FMI no hace que sea necesariamente buena idea pasar de un sistema concentrado a otro, de una élite a la próxima. 

Creo que una enorme proporción del movimiento de valor en el mercado actual de NFTs es altamente especulativo y que se basa mucho más en encontrar un futuro comprador y en la perpetua agitación de un mercado del hype que en la valoración de un objeto digital. También creo que ese mercado del hype está generando un costo ambiental altísimo.

Creo también que aplanar la complejidad, el potencial y los casos de uso de una tecnología nos previene de entender su verdadero espacio de posibilidad, sea hablando de blockchain, pensando en energía nuclear o tratando de entender cómo usar responsablemente la transgénesis.

Sé también que las y los creadores digitales necesitamos herramientas que nos permitan vivir de lo que hacemos 100% en el espacio digital y que habemos personas con ganas de coleccionar esas obras para bancar a quienes las hacen. E incluso en los casos donde la obra se usara especulativamente, prefiero que quien la creó quede del lado de adentro de ese beneficio.  

Creo en las comunidades organizadas, en las personas que se encuentran y hasta en celebrarlo usando fotos de perfil, pines, remeras o banderas. 

También creo que entender y conversar da autonomía y permite decidir, y que este poder digital no va a dejar de crecer si dejamos de mirarlo, así que me alegra el viaje realizado desde no saber nada hasta acá. 

Una forma de encararlo sería volver a leer esto en un año, cuando los monos caros hayan comprado de hecho su isla, sean felices en sus fiestas, apadrinen mutuamente a su descendencia y tenga que decirles que los juzgué demasiado rápido. O bien cuando haya estallado una burbuja especulativa de memes caros y cuotapartes accionarias de activos digitales sintéticos. 

Claro que también se puede buscar una propuesta distinta. Prefiero explorar las tecnologías en lugar de simplemente condenarlas o celebrarlas acríticamente, así que nos propongo un juego: tratar de crear lo posible con las restricciones actuales, aprender en el camino, jugar y hacer mejor con el tiempo.

Vamos a elegir una aplicación descentralizada usada por una comunidad orientada a la creación digital, llena de personas cuyo trabajo respetamos un montón (Flora Márquez, Pupé, Tomás, ChuDoma, La Delmas, Lucasoxx, sólo por nombrar algunxs). Vamos a elegirla priorizando que esa aplicación (Teia, nombrada por su propia comunidad) haga uso de una blockchain que no tenga impacto ecológico negativo (Tezos), y vamos a crear una serie de piezas Gato tratando de experimentar y al mismo tiempo honrar las costumbres de esa comunidad. Vamos a mintear, comprar, vender, quemar y regalar usando figuritas mágicas de internet. El objetivo: aprender el idioma y las herramientas así como tratar de entender el medio y a las comunidades que lo habitan. Si mañana hay tokens inmobiliarios, que nos agarren preparades.

Vamos a hacer algunas para la venta, siempre muchas ediciones para minimizar la perspectiva de escasez, y les vamos a poner precios acordes a los que esa comunidad definió como razonable como forma de respetar y celebrar el valor de su trabajo. Como todo lo Gato que alguien compra, banca que haya más Gato. 

Vamos a hacer una pila para regalarlas a cualquiera que las pida (desde acá), y también otras, de regalo también, pero especiales para Bancantes, considerando que lo más probable es que recibirlas implique para muches abrir su primera billetera criptográfica. 

Para ayudar en esos primeros pasos armamos este tutorial y lo probamos para adentro del Equipo; la mayoría de nosotres tampoco habíamos abierto una billetera antes.

El objetivo es que lo puedan hacer de manera segura, y que (si quieren) reciban este regalo en esa billetera, no necesariamente asociada a su identidad real, para que a medida que esta ola avance tengamos más herramientas para construir con ellas. Ninguna de estas piezas habilita ningún tipo de superpoder, ni isla, ni yate, ni nada futuro. Son para celebrar que llegamos hasta acá, que lo hicimos juntes y que esa historia es descentralizada, pública e inmutable.

Lejos del cinismo o la manía de las narrativas extremas sobre estos temas, creemos que las personas podemos afectar la forma en que las tecnologías se desarrollan. Afectarlas positivamente. Y el primer paso para eso es que estas ideas se conversen, se disputen y, con un poco de amor y suerte, terminen siendo para mejor.

GM. Esta es nuestra primera serie de objetos digitales con historia. En cada una, tratamos de explorar un caso de uso distinto que los NFTs habilitan, desde presentarnos con la comunidad preexistente en la plataforma a generar piezas coleccionables o identificar a la comunidad de Bancantes con un regalo único. La pueden ver entera acá: https://teia.art/elgatoylacaja
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https://elgatoylacaja.com/el-aura-digital/feed/ 8